26 octubre, 2005

Cuando la pesadilla de uno es el disfrute del otro.

Abril, mi hijita de tres años, tiene la costumbre de pasarse a nuestra cama cuando empieza a entrar luz por las ventanas, a eso de las seis de la mañana. Algunas veces, como esta madrugada, se pasa más temprano.
No sé en que momento se metió porque, raro en mí, no escuché el plap plap de sus piecitos desnudos sobre el piso.
La cosa es que yo dormía plácidamente cuando me despertó un grito aterrador en la oscuridad, salté en la cama y agarré a mi nena que decía algo sobre una araña, le hice upa y traté que entendiera que había tenido un sueño feo. Ya totalmente despierta, no creía en la explicación del sueño, así que con Gustavo, le mostramos que en la cama no había ningún bicho. No se convenció, dijo que le daba miedo, que mejor se volvía a su habitación. Diez minutos después escuchamos que llamaba desde su camita - papi, vení, tengo miedo, quedate conmigo buaaaaaa!!!!!-
Allá fue Gustavo, para quién los pedidos de las hijas son órdenes inobjetables.
Y yo... me quedé solita en la cama grande... me despatarré como una chancha ocupando las dos plazas y dormí hasta las ocho menos cuarto.
Creo que lo último que pensé antes del primer ronquido fue "Gracias, Dios, por la pesadilla"

1 comentario:

m a dijo...

Todavía estoy en éxtasis