13 diciembre, 2010

Cosas inexplicables

Yo siempre pensé en hablar con mis hijos de lo que mi madre no hablaba, y si lo hacía, era con mucha reserva. Pensé que no habría algún tema del que no pudiera hablar con mi hija... hasta la semana pasada.

Una serie de hechos violentos en nuestra ciudad provocaron que adelantaran la salida de las escuelas, me vi en la necesidad de ir por Angy tres horas antes; para colmo, el camino a mi casa era una de las zonas de conflicto, los tiroteos no paraban, pasamos el dia en la casa de sus abuelos.

Y en la noche, pensando que los disturbios habían pasado, decidimos regresar a casa. En un punto el tráfico se empezó a detener, llegó un momento en que no se podía avanzar ni retroceder, poco a poco nos acercamos hacia donde el flujo vehicular nos guiaba. Había un autobús en llamas, un grupo de hombres armados bajó a una familia de su auto, para prenderle fuego. Los sicarios se fueron. Por el retrovisor busqué a mi hija, en lo que dirigía mi vista hacia ella, deseaba que no hubiera visto aquello, pero vi sus ojos más abiertos de lo normal, las cejas levantadas y con una carita llena de dudas. Max iba dormido.

No pasó mucho tiempo cuando Angy empezó a preguntar y preguntar, para mi vergüenza, no pude responderle nada concreto. ¿Porqué esos señores hicieron eso? ¿Porqué le prenden lumbre a los carros? ¿Porqué están armados? y la última pregunta ¿Porqué no hay policías cerca?

¿Cómo expicarle a mi hija algo que estamos viviendo juntas por primera vez? ¿Cómo decirle que no se asuste si yo estaba tanto o más asustada que ella? Caí en la cuenta de que en ese momento eramos dos niñas descubriendo el mundo. Aún así traté de despejar sus dudas una a una y más me avergonzé de lo que me escuché decir, que después de todo no fueron mentiras: "la policía no viene porque los malos están mejor armados y además son más rápidos; en lo que llega la policía, ellos ya se fueron, la policía tiene miedo además".

En mi infancia, yo no sabía que existían los narcotraficantes, la persona más mala del mundo era el dichoso "robachicos", jamás vi un delincuente en persona, a los 12 años supe lo que significaba la palabra "violación". Angy a los casi 8 años, ya vivió las consecuencias de conflictos armados entre autoridades y narcotraficantes, ya conoció la violencia cara a cara; y su madre no sabe cómo explicarle.

El resto del camino estuvo lleno de autos quemados y algunos aún en llamas, una gasolinera en las mismas condiciones. Afortunadamente sentimos el alivio de llegar a casa. Al día siguiente mi hija vio una ciudad desolada, vacía, con restos de vehículos quemados y todos los negocios cerrados. Mi dilema es qué postura tomar, tan malo es decirle que se acostumbre como malo es dejarla vivir con miedo.

Debo decir que nunca le di tanta importancia al mundo que habrá para ellos en el futuro, nunca tuve tanto miedo de su porvenir, nunca había tenido tantas ganas de taparle los ojos a mi niña, ganas de encerrarlos a ella y Max en una burbuja donde nunca nada les pase y todo lo que esté ante su vista sea agradable.

Yo sé que no podré protegerlos toda la vida, pero hoy mismo haré lo posible, por ello, hoy empieza el proyecto de mudarme de ciudad, sacarlos de aquí. Tal vez esa no sea la solución definitiva, pero por lo pronto, espero se materialice.

28 octubre, 2010

Madre = ¿Tiempo libre?

Me sorpende y a veces me molesta la imagen que tienen las personas de un ama de casa, simple y sencillamente no lo concibo.


Situación 1:

Mi esposo nos lleva de visita a una ciudad vecina para conocer a unos amigos suyos; empresarios, solteros, jóvenes. Nos invitaron a comer, por alguna razón aprecian mucho a mi esposo y como dicen: el que quiere a la plantita, la quiere con todas sus florecitas. Así que la invitación fue extensiva para mí y mis hijos.

Toda la tarde hablaron de negocios, cualquier comentario mío era pasado por alto por más que mi amable esposo trababa de integrarme, lo que yo decia era una brisa, un zumbido de mosco. Cuando intentaron establecer comunicación conmigo solamente me preguntaron: ¿Qué tal la vida de mamá? ¿Tranquila no?

Claro, las madres no tenemos más tema de conversación que pañales, niños, casa. Y por supuesto nuestra rutina es relajada: Estar al pendiente de de una niña aprendiendose las tablas de multiplicar, un bebé aprendiendo a caminar, una casa que tarda todo el dia en limpiarse y 5 minutos en ensuciarse, que mi familia tenga ropa limpia y planchada y un plato de comida caliente todos los dias tres veces al dia, mas refrigerios; eso y una sesión en un spa, es casi lo mismo, claro.


Situación 2:

Me reencontré con unos amigos de la licenciatura en una reunión. La pregunta de ley para todos ¿qué haces ahorita? ¿a qué te dedicas? Yo respondí: "a mi casa, mis hijos, mi marido". El comentario: "¡que bien! tienes todo el dia libre para hacer lo que quieras: leer, escribir, descansar"

Claro, la casa se asea sola, el bebé de un año ya es independiente, la ropa se lava sola, la comida se hace por sí misma y los platos no se diga, se lavan por arte de magia.


Me decepcionó un poco ver que así nos ven a las mujeres que nos dedicamos al hogar. Pero si algo es cierto, es que solamente desepeñando el rol es como se conoce la vida de una mujer y ama de casa, y por supuesto, solo así es que se conocen las satisfacciones, que superan por mucho a lo demás.

He sido madre trabajadora y madre ama de casa y puedo decir que, ambas cosas, por igual son agotadoras, con presiones y satisfacciones, disgustos y alegrías. Una no hace más que la otra, ninguna es mejor madre que la otra.

08 octubre, 2010

Ni flores

Ya ha pasado un año, tres meses, ocho días. Y no me atrevo aún a ir al cementerio a visitar la tumba de mi hijo, ni para dejarle unas flores. ¿Falta de interés? No ¿Falta de cariño? Tampoco ¿Olvido? Por supuesto que no ¿Falta de valor? Tal vez, y cobardía.

26 abril, 2010

Mi hijo va al secundario

Este brotecito de mí que necesitaba un cambio de pañales cada tres horas ahora tiene trece materias y profesores. ¿Podés creerlo? Yo no. Pellizcame. ¡Ay! Es cierto. Llegó el momento: tengo un adolescente en casa. En la arena se ven los pingos, me digo. Ahora sabré si lo eduqué bien o seguirá el mal camino, si las amistades esas de las que conoceré poco lo iniciarán en qué sé yo qué artes oscuras. Me enteraré si tanto esfuerzo, tanta precaución y cuidado sirvieron para algo. Porque eso es lo que me dijeron: "Enseñale ahora que podés, después se vuelven adolescentes y se acabó. No te dan más bola y hacen la suya". Como si el pibe, de golpe y porrazo, se convirtiera en un Hyde irreconocible, inaccesible.
Y sí, algo de eso hay. La parte del golpe y porrazo, digo.
Me explico, para vos que todavía no sabés de qué la va porque tenés un hijo en cuarto.
Transitás sexto y séptimo tranquila, contenta. El chico ya aprendió a estudiar solo, hace los deberes con mucho menos trámite que los años anteriores. Ya conocés a todas las maestras, la directora te saluda. Los compañeros de colegio fueron y vinieron varias veces bajo tu mirada vigilante. El pibe atisba algún interés especial en alguna cosa (música, dibujo, taekewondo, origami, internet...) "Lo hice bien, podría estar mejor, pero lo hice bien", te decís satisfecha.
¡Zas! primer golpe en la nuca. Elección de secundario. Que si dejás que elija él o elegís vos ese-colegio-de-donde-salen-sabiendo. Visitas a instituciones. Horas invertidas en consultas de honorarios, materias especiales, títulos habilitantes. No caminabas tanto desde que buscaste el jardín de infantes. En ese momento empezás a admirar a esas mujeres que lo resolvieron con el evatest: "Mi hijo va a ir al [NOMBRE DE COLEGIO AQUÍ]", le dijeron al obstetra que calculaba la fecha probable de parto. ¡Y hoy tienen al hijo estudiando como un idiota, casi sin dormir lo necesario para entrar al bendito colegio! ¿Qué hacías vos durante la episiotomía? ¡Seguro que mirabas a tu hijo emocionada! ¿Viste que todo se paga!? Ahora, con esas dudas que te carcomen, deambulás por las calles del barrio. Te asombrás de tanta tribu urbana en las puertas de los establecimientos educativos mientras te consolás pensando que tu hijo siempre va a usar la ropa planchadita y nunca, pero nunca se teñirá el pelo de verde.
Ya está. Elegiste el colegio que cobijará al primero en tu línea de descendencia en el camino hacia la vida adulta. Este colegio es el adecuado porque .................................. (completá la línea de puntos según el caso, cada cual pone sus ingredientes en este asunto).
Segundo mazazo: viaje de egresados. Hace tiempo que venís de reunión en reunión peleándote con los padres de los otros. Sí/No quiero que viaje en micro. ¿Toman alcohol? ¿Hay baile? ¿Cuántas horas son de viaje? ¿Está bien si lo mando con una valija grande, una chica y el equipaje de mano? ¿Hay esquimales en Córdoba? Y, lo más importante: ¿cuánto sale el viaje?
Pero claro, nada de eso lograba perturbarte (sobreviviste al costo del viaje, vivirán a fideos todo el año, pero bue, es por una buena causa). Falta muuucho para el viaje. Es en diciembre. Hasta que llega diciembre y te das cuenda de que eras una ridícula al pretender que el niño en cuestión llevara sachets de shampoo al viaje. Si vos le compraste 5 y él va a estar de viaje 7 días ¿por qué se queja? ¿por qué grita y se desgañita asegurando que va a ser el único pelotudo que se lave la cabeza? ¿acaso el profesor no le indicará cuando sea el momento del baño?
Llega el día en que tenés que despedirlo en la puerta del colegio. Ahí comprendés que sí eras una sentimental porque el corazón se te hace un charquito viéndolo tan grande, tan lindo y tan feliz de librarse de vos por siete días. Querés prolongar el abrazo pero el niño se ha convertido en anguila, muy resbaloso e imposible de agarrar.
Viaje.  Regreso. Fin de curso. Entrega de títulos. baile de egresados. Todo pasa rápido, como en una película de los Hermanos Marx donde hay un gag detrás de otro y no podés entenderlos todos porque los subtítulos apestan. No hay quien te traduzca. Menos mal que llegan las vacaciones, que sino...
Y sí, vacaciones normalitas, como siempre. Toda la familia, descansando. Te empezás a poner medio histérica en febrero, eso sí. ¿Estará mal si lo acompaño el primer día de clases? ¿Llevo la cámara o le saco con el celular para que nadie se dé cuenta? ¿Le compro mochila negra o un morral? Consejo de amiga: ni se te ocurra preguntarle qué es lo que prefiere. No sabe. No tiene idea. Está aterrado, extraña a sus compañeros y se va dando cuenta de que a muchos no los verá más. Tendrás que resolverlo sola. No importa: lo que hagas estará mal. Así te lo digo. Le va a caer mal que lo acompañes, que te pares en la misma vereda mientras esperan que abran las puertas. le molestará que insinúes siquiera algún documento fotográfico del hito educativo. Y si le compraste el morral, se antojará por la mochila. O viceversa.
Su apariencia es normal, pero se va gestando la metamorfosis.
El principio del fin. Se volvió un adolescente. Él sabe todo. Sí. Sabe que son trece materias y son profesores y cursos y exámenes  en lugar de maestros, grados y pruebas. Él lo aprende más rápido que vos. No vas a poder ir a hablar con el profesor hijo de puta que le pone un uno porque se olvidó el libro. Ni van a servir de nada las notas explicando que el chico faltó al examen porque tenía un cólico que siempre le viene cuando está nervioso o estresado, que por favor se lo tomen otro día... De repente tu hijo es capaz de soportar esos reveses de la existencia sin tu ayuda. Él es inmortal. Es virgen (aún) y cree que estudiando la noche antes va a sacarse una buena nota. Todavía no calcula los promedios antes de tirarse a chanta. No especula con los trabajos prácticos ni la ortografía.
Es más: un día vas camino al trabajo, en el colectivo, muy tranquila, cuando recibís una llamada del niño adolescente en cuestión. "¿Dónde estás? ¿Hay huelga?", preguntás con aprehensión. Escuchás su cándida voz en medio de un barullo infame que lo rodea: "No, mamá, estoy en la marcha por la lucha por una educación libre y soberana". "¡A mi hijo se le dio por el centro de estudiantes!" gritás mientras te tirás del vehículo en movimiento. En nuestra época no había centros de estudiantes, si estabas en uno, lo cerraban y te desaparecían. No sabés cómo es la política en la escuela media ahora que estamos en democracia. ¿Estudian los que militan? ¿Les ponen faltas? ¿Tienen asistencia obligatoria a las marchas? ¿Les hacen el test de Cooper para verificar que pueden escaparse de la cana? ¿Hay que poner plata para algo? ¿Se enamoró de una chica del centro? ¿Los profesores consideran en la nota de concepto que los chicos están luchando por un mundo mejor?
No terminás de digerir lo de la política cuando en la cena, tu primogénito comenta despreocupado que Fulanita lo invitó a la casa. "Mejor decile que venga ella, yo no puedo llevarte". "No importa, mamá, voy solo. Es sólo media hora de viaje. y ella no puede venir porque tiene que cuidar al hijo". "¿Hijo? ¿El hijo de quién? ¿Qué hijo?". "Fulanita repitió primero porque el año pasado quedó embarazada y no pudo terminar las clases, claro. ¿No te conté?"
En ese momento, justo en ese momento, mientras despedazás una albóndiga con el tenedor, tu cabeza gira y gira y gira. Estás tratando de  recordar cómo era que empezaba la charla esa sobre el sexo seguro, cuidarse, quererse y todo eso. No, no te acordás, sólo mirás la albóndiga preguntándote cómo vas a hacer para acompañar a tu hijo en este camino nuevo. Te llevás puré a la boca pensando dónde vas a encontrar las respuestas que él precisa, cómo lo vas a sostener en sus decepciones si ni siquiera acepta tus mimos porque ya está grande para esas cosas. Tomás un trago de vino barato con soda, suspirás y decís: "Ah, no, no me contaste. ¿La mamá la ayuda con el nene? Otro día decile que venga con el hijo. Está bien, no hay problema:"

19 marzo, 2010

Verdades sobre el embarazo

  • Empezamos a vomitar hasta que tenemos la prueba positiva en las manos, no antes.
  • En los primeros meses inflamos la panza para vernos "más" embarazadas.
  • Despues de ver al bebé en el primer ultrasonido sentimos que cualquier movimiento los podría lastimar o torcer.
  • Nuestra tolerancia es inversamente proporcional a los niños que se nos pegan como lapa.
  • Sentimos cosquillas cuando alguien tiene la firme intención de tocarnos la panza y al final no lo hace.
  • La mano en la cadera al momento de sentarse es un cliché, en realidad no es necesario.
  • Lo que sube de peso no es el embarazo en sí, sino dejarnos consentir.
  • Seríamos capaces de hacerle un agujero al colchón para acostarnos boca abajo.

Estas verdades las recopilé de mi grupo de amigas, si alguien gusta añadir alguna, puede hacerlo.

22 febrero, 2010

La necesidad de conocer la labor de una madre

El sábado llevé a mi hija a sus clases de pintura. El estacionamiento siempre es un problema porque sus clases son en pleno centro de la ciudad. Afortunadamente encontré un buen lugar, cerca de la Casa de la Cultura, que me dejaba espacio para bajar cómodamente por el lado de la acera.

Al salir de la clase, ya de regreso, subí a la banqueta la carreola de Max para abrir la puerta, en ese momento un señor que conducía una gran camioneta me preguntó si iba de salida, como le dije que sí, esperó donde él sería el primero en ocupar mi lugar, pero también obstruía el paso a una creciente fila de autos con personas impacientes y temperamentos de una ciudad llena de carros a medio día.

Yo no podía creer que él estuviera en disposición de esperarme, porque llevaba carreola, bebé, pañalera, niña, mochila y trabajo de artes plasticas, y el ritual de subir al carro lo hago sin soltar mi bolsa de mano. En su lugar yo me hubiera ido a buscar otro espacio pero él prefirió esperar. No sé qué estaba pensando, en qué cabeza cabe que es fácil y rápido subirse al carro con todo lo que yo traía, es todo un ritual de 10 minutos. Ahí me di cuenta de que solamente las mujeres que somos madres estamos conscientes de la labor que implica. Además ando en un Sedán (vochito, escarabajo) de dos puertas donde apenas cabemos mis hijos y yo, subir la carreola es más difícil que armar un cubo de Rubrik.

En fin, comencé con el ritual: Subí al bebé, lo sujeté a su asiento, subió Angela, le pasé todas sus cosas, una por una para que las fuera acomodando. Los carros ya estaban dando un arrítmico concierto con el claxon, cuando el susodicho vio que me faltaba mucho por hacer se recorrió a un lugar donde no estorbaba pero debía estar más alerta. Yo seguí: subí pañalera, cobijas, doblé la carreola, abrí la cajuela del carro para guardarla, la cajuela no cerraba, saqué la carreola para acomodarla de nuevo, cerré la cajuela y al fin subí al carro. Intenté salir pero la gran camioneta no me dejaba fácil la salida, al ver que me era imposible salir el señor me dio un poco más de espacio y aún así tuve que maniobrar el doble.

Al fin salí y al mirar por el retrovisor vi que una segunda camioneta (conducida por una mujer) llegó y se metió en el lugar que yo había dejado, la primer camioneta apenas había empezado a moverse cuando alguien con más suerte vió el lugar vacío y lo ganó. Simplemente pensé: se lo merece. Estoy segura de que si la camioneta con mala suerte la manejara una mujer, simplemente se habría ido a dar otra vuelta en lo que yo subía al carro y seguro habría quedado en mi lugar.