27 mayo, 2008

Avances de mi maternidad temporal

Omití ciertos detalles que me parecieron irrelevantes, pero ahora que empiezan a tomar importancia, los expongo:
  • Mi casa está en una de las orillas de la ciudad, aproximadamente a 20 km del letrero que desea feliz viaje.
  • Por cuestiones prácticas me vine a casa de mi madre, lo que se supone haría más fácil la labor porque queda más cerca de todo.
  • En casa de mi madre viven 4 adultos (madre, padre, tía, hermana) que a veces dan más problemas que los niños.

Desde que empezó esta odisea, cada adulto se fue deslindando de responsabilidades. El motivo: "Gaby ahorita no está trabajando, no hace nada y está todo el día en la casa". Como si hacer la tesis para obtener el grado de licenciatura fuera una pachanga. Aún así mi naturaleza solitaria agradeció la ausencia de mis cohabitantes.

Mi madre cesó de dejarme la comida semipreparada y dejó de ayudar con los platos. A mi padre hay que cuidarlo del azúcar porque solo no puede, es como un niño de 60 años. Mi tía es como una adolescente que sólo llega a dormir, siempre lo ha sido. Mi hermana ya no deja ropa para sus hijos, debo buscar hasta debajo de la cama y encontrar un par de calcetines es toda una misión. Todos llegan a la casa y cada quien a su cuarto, por lo que cuando tengo un relevo, lo tengo a las 6 de la tarde.

Eso no es problema para mí, puedo hacer todo mientras nadie me moleste. Lo difícil es tener a los adultos cada vez más presentes. Hacen reclamos sobre la comida, la limpieza, el cuidado de los niños. Se comprende que teniendo niños es imposible mantener la casa limpia todo el día, además son NIÑOS y mientras lo sean harán travesuras; y mientras yo sea adulto seguiré regañándolos aunque no quiera, al menos para que sepan que estuvo mal.

Hace cuatro días mi padre les dio chocolates; me aceptaron al comida hasta las 5 de la tarde. Me hicieron travesuras en la cocina y los saqué para poder limpiar y servirles otra cosa pero hicieron otra diablura y otra. Dieron las 6 de la tarde y ellos sin comer.

Los adultos salieron de sus cuevas y lo primero que pensaron fue que por las travesuras yo los había castigado sin comer. Me regañaron cual niña enfrente de todos: "eso está mal, así no se castiga a un niño, con comida nunca", "porqué no le diste una limpiadita aquí" "hay muchos trastes" "¡Qué desastre!" Me bombardearon y no me dieron oportunidad de decir una sola palabra a mi favor. Cuando pude salí corriendo.

Deserté. Desaparecí dos días con mi hija para tranquilizarme, al volver me encontré con la ofensa más grande que me hayan hecho: mi hermana se acercó, me colocó un billete en la mano y me dijo "ten, para que ya te calmes". Hay cosas que no pueden pagarse con dinero y es una gran tontería tratar de hacerlo. Sin aceptar el dinero me quedé (sí, soy dócil) y todo había cambiado: los adultos comenzaron a cooperar con un poco de ayuda pero bien reza el dicho "mucho ayuda el que no estorba". Lo cierto es que el clima no dejó de ser incómodo después del incidente.

Ahora mi hija me ha pedido con lágrimas en los ojos que volvamos a nuestra casa que, aunque lejos de todo y reducida en espacio, es nuestro mundo. Tres personas que quiero me necesitan: mi hermana, mi hija (desatendida en las últimas semanas) y yo. Tomé la decisión de seguir en casa de mi madre hasta que comience el verano, junto con la primavera salgo por cuarta vez de este lugar.

Comencé con mucha voluntad la tarea de hacerme cargo de dos niños más, pero no contaba con los adultos. Necesito empezar a buscar razones para no sentirlo como una derrota, como un fracaso, una falla. Y sólo espero que nadie se sienta ofendido por mi partida.

21 mayo, 2008

¿Dónde compro la paciencia?

Soy una persona muy paciente, me han dicho que pocas personas son tan prudentes como yo. Hay quien lo ve en mí como una virtud y hay quien piensa que me falta caracter.
Ahora que hay dos niños más bajo mi cuidado he sido puesta a prueba . Por primera vez tuve miedo de mí misma, porque me dieron ganas de pegarles a los niños; pero no darles una nalgada, sino de golpearlos hasta el cansancio. Obviamente no lo hice pero me desconocí por la simple aparición de esos pensamientos. Yo solamente pierdo el control cuando estoy en el baño y alguien me llama, y no se diga si se atreven a tocarme la puerta; eso todo el mundo lo sabe, por eso nadie se atreve a molestarme cuando estoy satisfaciendo una necesidad fisiológica.
Hoy preparé a los niños con toda la tensión y el ajetreo de cada mañana, los dejé arreglados para preparar el almuerzo. Al terminar subí por ellos y encontré desde la escalera un caminito de talco hacia el cuarto, abrí la puerta y ¿qué vi? La cama tapizada de talco y los niños blancos como fantasmas desde la cabeza hasta los pies.
En 20 minutos tuve que cambiarlos a todos nuevamente con su respectivo y enérgico regaño. Al principio me puse a gritar, después tranquilicé mi voz, solamente mi voz porque toda yo estaba llena de desesperación y coraje. Ellos lo notaron porque el resto del tiempo estuvieron calladitos, ni una sola palabra dijeron. Incluso desayunaron sin dejar de verme fijamente, asustados. Les dije ¡desayunen! y enseguida tomaron un bocado, como soldaditos.
Para colmo, Angela no traía zapatos y no se había atrevido a decirme que no los encontraba. Error. Volvió a encender la dinamita, sólo que esta vez en lugar de gritar le dije al oído: "pues los buscas y te los pones porque si no, te vas descalza a la escuela". La pobre tardó horrores en encontrarlos; no terminó de almorzar.
Todos los niños se fueron a la escuela cabizbajos, con restos de talco en el cuerpo. Yo regresé a la casa ya sin energías, con restos de enojo y un poco de cansancio.

16 mayo, 2008

S.O.S MADRE EN APUROS

Por una suerte de convicción personal, en mi casa no existe la televisión. Por ello he recibido críticas y aplausos.
Detesto profundamente la idea de pensar que mi hijo quede en casa, con su niñera y por comodidad, sea sometido al descerebrante proceso de "mirar la tele". Mas allá de la violencia, mas alla de la sexualidad subliminal o no, del contenido televisivo, me enferma el estado de alienación de los "televidentes" y lo monotemático de su charla.
Por ello, Jere ha desarrollado una fantasía increible. Ciudades fantásticas, monstruos, dragones, dinosaurios, escobas voladoras son el pan de cada día, a partir de cajas de remedios, trapos de piso, escobas y pedazos de machimbre. Un cerebro encantador y fantasioso que ya lo quisieran Quentin Tarantino, Steven Spielberg o Dino de Laurentiis.
Todo pareceria estar fantástico, no? Sin embargo el abstracto y fantástico mundo de los números, los increíbles procesos de la suma y de la resta, parecieran ser "herméticos" o estar "encriptados" para el proceso de incorporación, comprensión y resolución de Jere.
He utilizado material concreto, fósforos, pero se han convertido en puentes y calles. He usado circulitos de goma eva, que rápidamente se transformaron en naves extraterrestres.
En síntesis: a) está bien desarrollar la fantasía en un niño?, b) esta bien no someterlo al influjo idiotizante de la T.V?, c)como hago para enseñarle a sumar y restar?

14 mayo, 2008

Dos hijos más

No, no tuve gemelos. Por necesidades prácticas de mi hermana mis pequeños sobrinos viven conmigo, Salvador de 4 años y Anabel de 3. En lo que mi hermana se establece en un nuevo lugar donde consiguió trabajo, a dos horas de aquí, yo soy la madre de esos niños de 7 de la mañana a 5 de la tarde.

Admiro mucho a aquellas mujeres que tienen más de un hijo. Se requiere una eficiente coordinación de funciones y espacios. Creo que para mí es complicado porque he estado 5 años sólo con una hija, y porque un hijo se adapta a la rutina familiar. Pero los sobrinos tienen una programación distinta y es ahí donde empieza mi locura.

Se levantan innecesariamente una hora más temprano que mi hija, cuando termino de arreglarlos debo empezar con ella. Los dejo para hacer el desayuno pero no falta alguna pelea, golpe, grito. Los siento a la mesa y mientras desayunan yo preparo los 3 lunch y amenazo a mis sobrinos con ponerles chile en la boca si vuelven a decir groserías (sé que esto último está mal pero ¿hay una mejor forma?). Al fin salimos y cruzar la calle es toda una travesía porque uno se adelanta demasiado, el otro se queda atrás, a otro se le cae la mochila y nos regresamos los 4 por ella. Sorteada esa dificultad dejo primero a Angela y caminamos otro tanto para dejar al resto de mi rebaño.

En cuanto regreso a la casa me acuesto un momento mientras bebo un delicioso jugo de naranja. Este pedazo de paraíso no dura mucho porque debo hacer pendientes dentro y fuera de la casa. A las 12 sale Angela, juntas tenemos dos horas de paz; a las 2 salen mis sobrinos. Angela come a las 2 y a mis sobrinos les da hambre a las 3 de la tarde, por más que he intentado coordinar los tiempos de los niños no puedo, que por ejemplo comieran todos a las 2:30 pero es imposible.

No sé si así sería la vida con tres hijos, lo cierto es que trato de disfrutarlo, de verlo como un juego de relevos, me gusta imaginar que estoy en una competencia de amas de casa donde el premio es el jugo de naranja más delicioso del mundo.
A las tres de la tarde llega la verdadera madre, el cansancio la deja inconciente dos horas, despierta y tiene hijos nuevamente. Esto durará aproximadamente dos meses de los que ya llevo tres semanas y sigo viva y entera aunque por ratos sienta que la paciencia se esconde de mí.

Cabe señalar que es indescriptible mi reacción cuando Angela me pide permiso para invitar una amiguita a comer, aceptar sería como buscarle el mejor escondite a mi paciencia.

03 mayo, 2008

El cordón umbilical

Julia volvió de Madrid andrajosa de tanta melancolía y misticismo. Se fue despojando con los días, cuando creyó entender que esta vez, como la anterior, su pálpito era el primer latido de una certeza irremediable. “No fue amor, mamá” repitió solemne y yo la dejé insistir, perdonándole la excusa. Lo cierto es que con la misma celeridad con la que apiló sus bártulos dejando el nido vacío para literalmente volar a once mil kilómetros de casa, regresó un año después, sin arrepentimiento pero con un halo de tristeza que seguramente se convertirá en la musa de su próximo cuento.
Julia busca al amor como quien persigue la fuente de la eterna inspiración, que una y otra vez encuentra e irremediablemente vuelve a perder. Se desliza por la comisura de sus labios durante la pasión del beso inicial, se hiere de muerte con las aristas irreconciliables de una conversación, se esfuma en los vapores de los primeros encuentros. El amor a Julia se le va. Así dice ella. Como si no pudiera retenerlo. Como si su cuerpo pequeño no fuera suficientemente cóncavo para contener sus misterios. Y cuando esto sucede, Julia vuelve a mí. Siempre, como si nunca se hubiera ido. Como si retomáramos la conversación anulando el tiempo al cerrar el siguiente eslabón con la palabra exacta donde la frase quedó detenida. Claro que esta vez su ausencia fue más dura de sobrellevar, esta vez creí que era para siempre. Pero aquí estaba Julia, acariciándome el pelo. Hablándome de ella, su tema preferido. Su voz grave que no exige respuesta me alegraba los oídos. Los sonidos que acompañan sus palabras -chasquidos, simpáticos soplidos, amplia gesticulación- completan el efecto de sus caricias. Si Julia está cerca, ser feliz se me hace cosa sencilla.
Sin embargo, del borboteo emergió alguna palabra que repentinamente me sobresaltó.
-…yo sé que suena raro, pero me di cuenta que la cosa no iba cuando lo fui a buscar al hospital. El olor del hospital me dio nauseas y me tuve que ir. Ya en el pasillo empecé a sentirme mal, pero cuando avancé hacia la sala de médicos, el olor fue insoportable y me fui. ¿Cómo voy a compartir mi vida con una persona que trabaja en un lugar con un olor que me genera tanto rechazo? Además, cuando fui a su casa me di cuenta que ese olor estaba en su ropa, en todas sus cosas…
- ¿Olor a enfermo? ¿Qué olor?
- El olor a desinfectante. Y ¿sabes qué? Me di cuenta que ese olor más que asco es pánico lo que me genera. Es rechazo visceral.
- ¿En serio? Es raro lo que contás ¿y por eso decidiste volver?
- No. En realidad, no fue el olor. Eso me predispuso mal, pero pensé que iba a poder soportarlo, porque lo quería mucho. Me sentía realmente bien con él. Me cayó la ficha cuando encontré en su casa la prueba del delito –dijo impostando la voz, de algún modo asumiendo lo ridículo de la secuencia de su relato.
-¿Cuál fue la prueba del delito? –dije temiendo la respuesta.
- En el botiquín del baño, cuando fui a buscar un jabón para lavarme las manos encontré una botellita verde, con el dibujo de una espada chiquita, amarilla y la palabra “Espadol” ¡usaba desinfectante Espadol!
- ¿Y por qué es tan grave que usara desinfectante Espadol? ¿Otra marca hubiera sido diferente? –pregunté aparentando sorpresa.
- ¡Ay! Mamá, esto sólo puedo contártelo a vos porque sos la única que no va a pensar que estoy loca. ¡Siempre le tuve miedo a esa marca! ¡Si! ¡Miedo! ¡Hasta me cuesta decirla! Me agarra un frío por la espalda como si fuera un fantasma –inmediatamente después de terminar la última frase estalló en una carcajada. Julia se reía, y yo sentía como se erizaban uno a uno los pelitos en mi espalda. La interrupción subrepticia de la respiración, la parálisis imperceptible desatada por la adrenalina en el instante en que estalla en el cuerpo. El miedo. El mismo miedo avasallante que sentí a los ocho años cuando la vi a mi madre, con la cabeza íntegramente vendada –una momia, un fantasma materializado- los ojos aún enrojecidos por el fuego y sin pestañas, y las manos que peinaban mi pelo, servían la mesa, me obligaban a obedecer; inmóviles y fijas como su mirada, a los costados de la cama, también vendadas, blancas. Muertas. Mi madre no estaba muerta. Era un fantasma, lo cuál es aún peor. Mi padre, a su lado, me llamó y me dijo que la saludara con un beso. Yo simplemente huí. Ellos tres, mi madre, mi padre y la tía que me había llevado al hospital a ver a su hermana –mi mamá- después del accidente con el calentador de agua, se enojaron conmigo. Aunque volví pronto, después de descubrir que me atemorizaba más vagar perdida por las cercanías del hospital que estar junto a mi madre convertida en monstruo. En los días siguientes completaron el trauma marcando mi mente por siempre con el olor inconfundible del desinfectante con el que me obligaban a curar sus heridas. En aquellos tiempos, los hijos –y las hijas especialmente- sin importar la edad debíamos ajustarnos a nuestro destino, y aún más si un guiño cruel de la suerte revelaba fehacientemente la obligación indiscutida de cuidar anticipadamente a nuestros padres.
A esta altura del relato creo innecesario aclarar que la marca de aquel desinfectante era Espadol.
Lo cierto es que nunca le conté este recuerdo a nadie. Increíblemente –o no tanto- perdí el recuerdo por el camino, como tantas otras cosas, como tantos otros recuerdos. Mi memoria es fragmentaria. Fragmentaria y no selectiva. He perdido también recuerdos bellos que mis hijas recuperan con los suyos. Como este recuerdo, en nada feliz, que Julia hoy me lleva a recordar. Mi infancia, es de todas, la etapa más borrosa. En algún backup quedé limpia de mi miedo infantil. Confirmando una vez más que el instinto de supervivencia es a veces cruel con los hijos.
Cuando Julia habla reavivo la certidumbre de que el tiempo y el espacio son ilusiones colectivamente consensuadas. No lo recuerdo, vuelvo allí. A mi dolor de niña pero también a la inconmensurable protección que inauguró su nacimiento. A la identificable continuidad entre nuestros cuerpos que nunca logró quebrarse del todo, y a través de la cual evidentemente le transmití sin mediaciones mi propia historia.
Esta vez me invade la sospecha de que existe alguna relación entre la sensación de completitud que genera su presencia y su dificultad para construir relaciones de pareja duraderas. Ya habrá tiempo de hablar y será a ella a quien le toque desenredar la madeja que nos une. En tanto, me abrigo silenciosa con mi inocente egoísmo.