23 noviembre, 2006

HIJOS Y OTROS ANIMALES SALVAJES

HIJOS Y OTROS ANIMALES SALVAJES

Josué

Es el que me vuelve loca desde hace meses, aunque solo hace veinte días que le conozco la cara. El culpable de mis noches en vela, de mi cansancio y mis ataques de mal humor. El culpable, también, de que cualquier cosa me arranque lágrimas y de que pueda quedarme largos minutos robados al sueño sonriendo como una estúpida, solo mirándole la cara. Es mi hijo Josué, recién nacido. “¡El varón! ¡El que completa la parejita!”, como dicen las viejas. “Con el que se cerró la fábrica”, agrego yo enseguida.
Desde bien chiquito, hace lo que quiere. Me pateó sin misericordia durante los últimos cuatro meses de embarazo, y como buen vasco terco, en vez de apuntar la cabeza para abajo y prepararse para salir por el canal como cualquier buen chico, la dejó bien arriba y trataba de hacer fuerza encima de mi ombligo, por más que yo le decía que la salida no era por ahí…
Y sí, hace lo que quiere. La fecha de parto original era el 11 de noviembre; a fines de octubre, el señor seguía cómodamente sentado, de manera que el médico dijo: “¡A cesárea!”. Yo, sin reponerme del shock (es que tenía la esperanza de que fuera un parto natural, como con la nena), solo atiné a decir: “Bueno, pero que sea en noviembre”. No sé por qué, no me gustaba el mes de octubre para su cumpleaños. Me gustan los meses impares, qué sé yo. El médico dijo: “Perfecto, entonces la hacemos el 1 de noviembre”. Todo parecía ir bien. Salvo que el 30 de octubre a la madrugada, el señor decidió que, después de todo, a él sí le gustaba ese mes para su cumpleaños, y empezó a causar contracciones… y la cesárea hubo que hacerla a las corridas, despertando al obstetra y la neonatóloga, que se vino al hospital con toda la familia y los dejó esperando en el coche mientras recibía a Josué.
Pasó la cesárea, están pasando los dolores, pero el tipo sigue haciendo lo que quiere. Sobre todo conmigo, claro. Sabe que me tiene en un puño, y sonríe satisfecho mientras le doy la teta. (La misma teta que me hizo sangrar las primeras veces que se agarró para comer como un desesperado, mientras yo aullaba de dolor). Es el dueño de mis tiempos, de mi cuerpo y de mi atención.
Bianca lo mira con cariño, dice que es hermoso, lo llena de besos, quiere cambiarlo, alimentarlo, moverlo, todo… En resumen, con el hermano, todo bien; los berrinches y los caprichos los reserva para nosotros, los padres.
He descubierto, finalmente, que se puede amar a dos al mismo tiempo. Sigo amando a Bianca tanto como antes, y ahora, tal vez, la aprecio más, sabiendo a lo que tiene que renunciar y acomodarse desde que llegó su hermano; y estoy profundamente enamorada de este varón que me cayó en los brazos y que seguramente un día se irá de ellos sin el menor remordimiento, para correr detrás de otra mujer.

03 noviembre, 2006

Pequeños pensamientos extremistas

Es una lástima que se pierdan costumbres de nuestros ancestros, que tanto ayudarían, hoy en día, a organizar el caos que es nuestra vida.
La escuela de pupilos, por ejemplo. ¡Qué lindo que pudiéramos optar entre, por ejemplo, la escuela pública del barrio, la privada cara, la religiosa o mandar a los chicos a vivir a la escuela! Entregar a un niño de seis años, el mismo que jamás levanta sus juguetes, que le hace un boicot al baño, que nos insulta como si fuéramos los amigos adolescentes de Internet, y que de pronto nos devolvieran uno de 12 -o de 18, si le sumamos la secundaria- ya criado, domesticado y listo para enfrentar el mundo. Dejar en la puerta de la escuela un pibe que nos mira como si quisiera asesinarnos -que es como me miran los míos cada mañana cuando los despierto- y recibir el viernes a la nochecita uno deseoso de cariño, que se deje besar, apretujar, que nos regale una cartita contándonos cuánto nos extrañó, tan desesperado de nuestra atención que sería capaz hasta de servirnos el desayuno (que dicho de paso aprendió a hacer en la escuela, mientras que en casa no sabe siquiera dónde se guardan las tazas).
Fue la literatura la que nos quitó la maravillosa posibilidad de enviar a nuestros niños a las escuelas pupilas. ¿Pero por qué tenemos que creer que todas las experiencias serán como la de Jane Eyre? Y en caso de que lo fueran, ¿acaso Jane Eyre no se convirtió en una mejor persona, más fuerte, más responsable? ¿No salió de la escuela lista para enfrentar el mundo laboral, encontró trabajo y además se terminó casando con su empleador millonario? Yo no sé si con la educación actual que le brindo a mis hijos lograré que consigan la mitad de eso. Por ejemplo, los míos se quejan de que el agua de la bañadera está fría en invierno y caliente en verano. Ya quiero verlos cuando tengan que lavarse con la escarcha que se formó la noche anterior. Los míos tiran la leche -primera marca, con hierro- a la pileta para no tomarla. Porque nunca se enfrentaron a una única comida grumosa y horrible. Los míos dijeron "comprame" antes que "mamá". Porque nunca se les confiscaron sus pertenencias para entregarlas al hijo tonto de la directora. Por eso, yo creo que deberíamos volver a las raíces, reinvindicar la escuela de pupilos. En cada barrio, una comunidad de niños abandonados, durmiendo hacinados y con frío, comiendo mal, compitiendo por un caramelo premasticado, descubriendo, en fin, qué maravilloso y cálido era vivir con mamá y papá. Cuanto agradecimiento deberían habernos demostrado. Y nosotros iremos por la vida llenos de culpa, es verdad, pero tan libres, tan ligeros, tan infelices...