30 octubre, 2008

Desfalco

Ana es una mujer de 35 años, tiene un hijo y una hija de 5 y 3 años respectivamente. Hace cuatro años estando ella embarazada y con el niño pequeño fue abandonada por su marido; suceso que tampoco le dolió mucho porque ¿a quién le dolería perder un marido desobligado, malencarado, nefasto y feo?
Ella recibió una llamada de parte de la Secretaría de Educación Pública. Consiguió una plaza o base de maestra por parte del gobierno estatal a 3 horas y media de donde vivían sus papás. Dejó a su hijo para hacer los trámites correspondientes, presentarse en su lugar de trabajo y tramitar su incapacidad por embarazo.
Regresó a su ciudad a esperar que concluyera su embarazo. Un mes de abril nació una niña a la que llamó Anabel. Cuando Anabel tenía dos meses de nacida, Ana tuvo que volver a su lugar de trabajo, así que se fue con un niño de años y medio y una bebita de dos meses a un lugar desconocido, donde no conocía a nadie, a empezar una vida nueva, a empezar desde cero.
Con el tiempo hizo nuevo amigos, los niños crecieron, todos ya se sentían a gusto en su casa, como si siempre hubieran vivido ahí. Cuando los niños tenían 3 y dos años hizo su aparición el que se había ausentado. Con la ilusión de volver a ser una familia fue aceptado y llegó ya con todo puesto y todas las comodidades a una casa ya completamente amueblada, con unos niños que ya dormían toda la noche y una esposa que ya percibía un sueldo.
Bien o mal duraron juntos dos años más, porque le dieron la buena noticia a Ana de que le podrían dar su cambio a su ciudad; podía conservar su trabajo y permanecer en la bella ciudad de Morelia, en la que había vivido antes de obtener su plaza.
Como su esposo ya tenía un empleo, Ana se adelantó a Morelia con los niños para empezar a ubicarse de nuevo. Estuvieron en casa de los papás de Ana, poco tiempo después llegó Omar (esposo) y solamente quedaba ir por todas sus pertenencias.
Antes de eso Omar sacó un crédito para una casa, se la entregaron, los papás de Ana ayudaron con el dinero que faltaba para tal casa. Entonces sí, a ir por los muebles; Ana consiguió prestada una camioneta y alguien que manejara. Ya cuando todo estaba dispuesto Omar se molestó sin razón aparente y se fue con todo y maletas prometiendo no volver.
Ana viajó sin su marido para ir por lo que le hacía falta y ¿cual fue la sorpresa? que ya no había pertenencias. La casa donde estuvieron ya estaba vacía. Investigó con los vecinos, quienes le dieron todos los detalles: todo había sido vendido. Y si digo que todo, es TODO: sala, refrigerador, estufa, recámara, aparatos, también las camas de los niños, sus juguetes y ropa.
Al volver a Morelia con las manos vacías Ana fue a la casa recién comprada por su marido y sus llaves no coincidían con la cerradura. Es decir: Omar dejó a sus hijos y a su esposa en la calle y prácticamente en calzones. Hasta el carro que les habían prestado los papás de Ana fue vendido y el dinero prestado para la casa prácticamente se fue a la basura. Y por si fuera poco también dejó a Ana con una deuda descomunal en el banco.
No entiendo en qué tipo de mente podría caber tan meticuloso y perverso plan. ¿Qué tipo de persona es la que se atreve a quitarles todo a sus hijos y dejarlos a la buena de Dios?
Creí que estas cosas solamente pasaban en películas pero sucedió más cerca de lo que había imaginado: Ana es mi hermana.
Al principio pensé en mandar golpear al sujeto aquel ya que tengo los contactos y las posibilidades, finalmente no lo hice; confío en que el tiempo, la vida, Dios ponga todo en su lugar algun día.

17 octubre, 2008

EL miedo

SOFIA HERRERA. 3 AÑOS
Desaparecida en Tierra del Fuego

No es un miedo más. Es un miedo tan intenso y tan profundo, tan absolutamente devastador, que apenas nos animamos a nombrarlo, aunque le demos a nuestros chicos todas las indicaciones necesarias para que nunca suceda. Es el miedo a que alguien se los lleve. El miedo a que desaparezcan. El miedo a buscarlos y no encontrarlos.
Es la madre de todos los miedos.

Es, tal vez, aún más angustiante que el miedo a que un hijo muera. Porque implica el no saber, la duda absoluta, la impotencia total.
Sofía Herrera desapareció hace diecinueve días en Tierra del Fuego, y estoy segura de que sus padres, al igual que yo, pensaron que a ellos nunca les podía pasar algo así.
Pero pasa.

Yo he perdido a mis hijos, por segundos o minutos, varias veces. El mayor se escapó siendo pequeño en un par de oportunidades y, para colmo, se escondió. El menor desapareció de mi vista una vez en el zoológico de Buenos Aires, colmado de gente. No lo voy a olvidar nunca. Deben haber pasado tres minutos entre que no lo ví y apareció. Tres minutos que sirvieron para que a mí se me desarmara el alma y volviera a recuperarla. Pero por una milésima de segundo, cada vez, pensé: ¿y si no lo encuentro? y la idea me parece tan inmensamente dolorosa que borro el pensamiento y me pongo a gritar su nombre.

¡Es tan fácil llevarse a un chico! Una mínima amenaza para que se calle, un pequeño engaño, y por más enseñanzas que les hemos ofrecido, un niño puede irse con cualquiera. Sin ir más lejos, en las peores épocas de rabietas del mayor, me sucedió de tener que llevarlo alzado mientras me pegaba y gritaba como un desposeído. Nunca nadie me paró para preguntar si ése era mi hijo, o dudó de la situación. Y yo he visto a cantidad de madres viviendo lo mismo, y nunca le avisé a alguien que tal niño parece incómodo con tal mujer y trata de zafarse. Nadie me haría caso.

Los consejos para que hechos así no sucedan los conocemos todos. Pero igual pasa.

Más allá de que mis hijos nunca están solos en lugares públicos (Sofía tampoco estaba sola), hay situaciones que yo no puedo controlar, y hay momentos en que soy una sola y ellos dos.

De pequeños, por ejemplo, nunca les puse ropa o gorros con sus nombres. Siempre me pareció simpático ver a los chicos con las remeras que dicen sus nombres, pero en algún lugar leí que era una forma rápida de que un secuestrador se acerque a ellos: llamándolos por su nombre. Diciéndoles que los conoce.
Nunca subí fotos de ellos y no doy sus nombres. Son "el mayor" y "el menor".
Cuando paseamos, trato de que se vistan (ahora ya eligen su ropa) con colores llamativos para encontrarlos fácilmente entre otros chicos. Y siempre hago un repaso mental de lo que llevan puesto, por si tengo que describirlos.
Por supuesto, siempre les dije que no hablaran con extraños, que no se fueran con extraños, que no aceptaran nada de extraños. Y que si se perdían, se quedara en el lugar porque yo los iba a encontrar. Que no aceptaran irse con el guardia del lugar o con la policía. Que dijeran que la madre los va a encontrar allí.
¿Pero cuánto valor tiene la palabra de un niño? ¿Quién le haría caso?

También me mentalizo para que, en caso de perderlos, actuar rápidamente y en forma inteligente (que es lo más difícil). Gritar su nombre, hacer escándalo, que todo el mundo se dé cuenta de que falta un niño, pedir que cierren las puertas si estamos en un supermercado o un shopping. Pero, ¿quién lo haría? La gente de seguridad primero intenta tranquilizarte, no creo que jamás aceptaran cerrar las puertas (¿y si después alguien les hace juicio por retención ilegal o abuso de poder?), y hasta que realmente creen que el chico se perdió, se pierden los segundos más valiosos.

No hay salida. Cuando sucede, sucede. No podemos encerrarnos en nuestras casas y no podemos privar a los chicos de correr un poco, de jugar, de ser independientes.

Desde este espacio, me sumo a la búsqueda de Sofía.

Y sigo pensando que a mí no me pasará, porque caso contrario, no podría vivir.

29 septiembre, 2008

No todo es lo que parece

A veces nuestros pequeños, con toda la inocencia del mundo suelen hacer comentarios que nos meten en problemas, y no porque lo hagan a propósito, simplemente dicen las cosas de manera tan simple que dan a imaginar más de lo debido a los adultos que los escuchan.

1. En una ocasión iba yo saliendo de la casa de mi madre y pasó un vecino (señor de aproximadamente 60 años) en una moto (en ese entonces le llamaban mucho la atención las motos a Angela):


Señor de la moto:
"Buenos días"

Yo:
"Buenos días"

Angela:
"¿Porqué te saludó ese señor mamá?"

Yo:
"Porque me conoce, es vecino de tu abuelita"

En la noche ya estábamos cenando los tres juntos: Angela, su papá y yo. Todo estaba silencioso cuando Angela dejo escapar el siguiente comentario a manera de presunción:


"Mi mamá tiene un amigo con moto"


Está de más explicar la mirada fulminante que me dirigió mi marido y la serie de explicaciones que tuve que dar.



2. En otra ocasión yo me encontraba haciendo cuentas con ayuda de una calculadora:


Angela:
“Mamá, ¿qué haces?”

Yo:
Sumando

Angela:
“Yo también quiero”

Le di la calculadora en cuanto la desocupé y se puso a “sumar”
Tiempo después estábamos en casa de mi madre, casualmente también estaba haciendo cuentas con ayuda de una calculadora.

Angela:
“Abuelita, quiero fumar”

Abuela:
(sorprendida y molesta)
“¿Qué es lo que quieres?”

Angela:
“Fumar como mi mamá”

Abuela:
“¿Tu mamá fuma enfrente de ti?”

Angela:
“Sí, en la casa”

Mi madre me dirigió una mirada asesina, estaba a punto de regañarme cuando Angela intervino:

Angela:
“¿Entonces sí me prestas tu calculadora abue? Para hacer cuentas y fumar como mi mami y como tú”

Con eso se alcaró todo el mal entendido pero el susto nadie nos lo quita.


3. (y más reciente) Ahora que entré a trabajar me salgo de la casa a las 6:20 de la mañana, a esa hora aún no amanece. Desde hace poco Angela se levanta casi a la hora que me voy y me alcanzo a despedir de ella. Una vez me preguntó que porqué me voy de noche a trabajar, yo le aclaré que no es de noche, sino de madrugada y que cuando yo me iba faltaba poco para que el sol saliera.
Estábamos, nuevamente, de visita con la abuela.

Angela:
“Abuelita, yo ya me levanto temprano”

Abuela:
“¿Sí nena? Qué bueno”

Angela:
“Sí abuelita, me levanto cuando todavía es de noche y mi mamá se va”

Esta vez no hubo mal entendido pero le sacó la risa a la abuela, por la cantidad de interpretaciones que se le puede dar a lo que mi Angela dice.

¿Se dan cuenta de que estas cosas solamente suceden cuando estamos con mi madre o mi marido? Eso de que no lo hacen a propósito empiezo a dudarlo.

31 agosto, 2008

Intuición infantil

Muchas mujeres hacemos alarde de nuestra intuición femenina; un tercer ojo que ve detrás de las paredes, dentro de cada cráneo y dentro del corazón más hermético. He escuchado decir que "una madre todo lo sabe", y lo creo. Sabemos cuando nuestros hijos están tristes, cuando están particularmente contentos, cuando tienen miedo.

Seguramente nunca hemos tomado en cuenta que la intuición de nuestros hijos, su observación es a veces más meticulosa que la nuestra. Tal vez ellos sepan más que nosotros sobre lo que nos rodea.

Cuando mi hija tenía aproximadamente un año, ya dormía a pierna suelta; se dormía temprano, dormía toda la noche, nada podía despertarla. Vivíamos los tres en un cuartito improvisado en la azotea de la casa de mis suegros, atravezábamos por algunos problemas económicos. Cierto día ya no pude aguantar las ganas de llorar, después de dormir a Angela dejé salir las lágrimas, en silencio para no hacer ruido. Repentina y extrañamente Angela despertó y lloró junto conmigo. Simplemente no encuentro explicación alguna.

Hace un año, 5 meses y 17 días que el padre de mi hija y yo estamos separados. Mientras resolvíamos si separarnos o no, le ofrecieron un puesto mejor en la empresa donde trabaja, sólo que ese puesto estaba en otra ciudad a 3 horas y media de aquí. La situación entre nosotros provocó que él no vacilara en aceptar el puesto.

Me costó aprender a estar conmigo misma y con mi hija pero finalmente lo logré, incluso empecé a disfrutarlo infinitamente. La distancia nos ayudó a extrañarnos y recordar cuánto nos queremos; sin embargo ni la distancia ni el tiempo han hecho que yo me sienta segura de querer vivir nuevamente con él. Aún así, lo intentaré.

Hoy regresa, y me da la impresión que no regresa el mismo que se fue. Acordamos no decirle a Angela para que sea sorpresa. Pero mientras yo estoy muerta de miedo y de incertidumbre por lo que pasará, por lo que no pasará, Angela está particularmente contenta y no puede dormir, como si supiera que hoy a la media noche llega su padre, y que llega para quedarse.

No dudo que en el fondo sepa.

Escribo este post en vivo, mientras lo esperamos; las lágrimas me hacen ver borroso lo que escribo y Angela está distraida con la televisión, pero no dudo que que se haya dado cuenta de que estoy llorando y no me dice nada para no desconcertarme.

Hoy mientras estemos durmiendo (si es que logramos dormir) llegará Él. Cuando despertemos ya nada será igual a hoy, ni siquiera igual que antes de que se fuera. Y Angela... ella lo sabe.

25 agosto, 2008

Madre vs. Maestra

"Yo no tengo una personalidad;
yo soy un cocktail, un conglomerado,
una manifestación de personalidades".
Oliverio Girondo


Nadie dijo que ser madre es fácil; tratar de organizarnos es un maratón porque la vida transcurre mientras tratamos de organizarla, no se diga las angustias, preocupaciones y demás. El amor de madre hace de esta labor algo totalmente satisfactorio.

La experiencia facilita la docencia, por eso para mí dar clases ahora es igual que practicar un deporte extremo. He dado clases anteriormente, a chicos de entre 19 y 20 años pero no es lo mismo tratar con adolescentes y en eso soy primeriza (llevo exactamente una semana), sin embargo he ido tomando el ritmo para que poco a poco se vuelva parte de mi vida.

Ser madre y maestra es complicado en un principio, con un poco de organización ambas actividades salen adelante; ayuda el hecho de que cada una tiene su espacio: se es madre en todos lados excepto en el aula y se es docente solamente en el aula, en teoría.

Tomemos dos rompecabezas de 1000 piezas cada uno, revolvamos todas y cada una de las 2000 piezas; tratar de separar los rompecabezas es lo mismo que tratar de ser exclusivamente madre con los hijos y exclusivamente docente en el aula. Lo realmente titánico no es ser, sino intentar no ser.

La maestra y la madre conviven en la misma persona y ello provoca que a veces, al menos yo, me comporte insoncsientemente como madre protectora cuando debería ser una autoridad firme con un toque de indiferencia; o que en ocasiones cuando trato de alcarar una duda de mi hija lo haga con el tono de voz y matices propios de alguien cuyo oficio es impartir conocimientos académicos. Me siento como el Gollum de "El Señor de los Anillos".

Tal vez no haya forma de separar totalmente a la madre de la maestra. He llegado a pensar: ¿será porque ambas tienen en común más de lo que había imaginado?

13 agosto, 2008

LOGOGENIA.BLOGSPOT

Conocí a Patricia Salas. Descubrí la logogenia. Viajé a Salta. Comencé el diplomado. Viajé otra vez a Salta. Seguí estudiando. Me convertí en diplomada en logogenia. Tuve mi primera alumna. Trabajo en una escuela. Doy charlas. Recibo consultas. Oriento. El año que viene estaré dictando el diplomado bajo el mando de Salas. Y todo eso ahora será parte de...

21 julio, 2008


La bruja azul.

Muchas veces al volver del supermercado con Maju tomábamos por Arenal Grande hasta Chaná zigzagueando el barrio hasta llegar a casa. En el camino, más precisamente sobre los últimos cincuenta metros de esa calle había una casa que como todas, carecía de jardín y que tenía la ventana siempre abierta, a cualquier hora y sin importar el clima. A través de esa ventana se podía observar una pieza lúgubre, de paredes con una pintura indescifrable por el tiempo y el avance sin obstáculos de una humedad poderosa. En el centro de la habitación había una mesa de comedor de estilo francés sin sillas alrededor. La mesa estaba forrada con un nylon grueso, azul eléctrico, sujetado por tachuelas cabezonas dispuestas muy desordenadamente. Atrás de ella y contra la pared, un ropero del mismo estilo también lucía totalmente cubierto con el mismo nylon y con el mismo descuido en las tachuelas. Además de estos dos muebles, de otra de las paredes colgaba un cuadro oval, forrado y claveteado exactamente igual a la mesa y al ropero.

La ventana tenía cuatro hojas de madera pintadas de azul eléctrico y con grandes vidrios. Dos de esas hojas eran fijas y las otras siempre estaban abiertas bajo la persiana que asomaba apenas, dejando ver su espléndido azul eléctrico.

La mayoría de las veces, tras las rejas había una anciana flaca, alta y de largos dedos y cabellos despeinados, blanquísimos. Se apoyaba en la reja sacando los antebrazos hacia fuera por los rectángulos planos de la reja con diseño, y miraba la gente pasar y escribía, en una cuadernola ajadísima, con lapicera azul y a gran velocidad.

Cuando Maju y yo aparecíamos en la esquina ella nos clavaba su mirada concentrada y fija sin quitárnosla de encima hasta que estábamos a pocos metros de pasar frente a su ventana. Entonces bajaba decidida la mirada hacia su cuadernola y escribía frenéticamente.
Casi siempre, después de ir ya de espaldas a ella, inquietos por la curiosidad nos dábamos vuelta para ver que estaba haciendo, entonces nos encontrábamos otra vez con su mirada fija en nosotros, la que volvía a bajar en un tic para concentrarse en la escritura.

Vale decir que todo vecino, vendedor, ciclista, perro o lo que fuera era abordado por ella de la misma manera y, que Maju y yo éramos apenas una figurita más de su álbum infinito.

Muchos años me picó (y aún me pica) no poder leer lo que escribía aquella mujer flaca y misteriosa.

Ayer, después de muchos años, pasé de nuevo frente a la casa de “La bruja azul” -como le decía Maju- y pude ver los inequívocos signos del paso del tiempo sobre la persiana definitivamente cerrada, y sobre ella un grafiti que decía: ¿continuará?

09 julio, 2008

Limites

Vivo preocupada por el tema de los límites. Tengo un Jeremias de 7 años, que a fuerza de ser único, y otras virtudes hay veces que va en vía de convertirse en un tirano.
Más me preocupa aún, habiendo visto en los medios de todo el país, como una docente es sometida a la burla y el escarnio por parte de sus "alumnos".
Tambien diría que su vida estaba en peligro, pero no va a faltar quien me trate de exagerada.
La primera reacción fue repartir culpas. Pero nadie ni siquiera hizo un amague de repartir responsabilidades.
Un niño pasa cuatro o cinco horas en la escuela. El resto del tiempo lo pasa en su casa, repartiendo su tiempo entre su familia y su grupo de pares.
En la escuela se imparte educación. Conocimiento de carácter científico, sistemático. En la escuela SE EDUCA.
En el seno de la familia, es donde el niño SE FORMA. Dentro de la familia, es donde el niño adquiere valores éticos, morales, donde se adquiere cabal idea de lo que está BIEN y está MAL.
Entonces, a quien le cabe la responsabilidad por los actos cometidos por esos alumnos?
Por otra parte, la escuela y el docente han perdido su autoridad, a fuerza de ser denunciados por los padres de ESA clase de adolescentes.
Hoy vemos una docente que sin inmutarse permite que un alumno haga todo tipo de payasadas, y vemos a otra docente a la que le ponen un preservativo en la cabeza y le prenden fuego a SU CABELLO.
Ninguna de las dos hizo nada.
Estan indefensas.
No se defienden ellas mismas, no las defienden sus directivos, no las defiende el sistema escolar, y la sociedad permanece inmutable.
ES UN ASCO.

05 julio, 2008

La guardería del terror

Hace aproximadamente dos años fui testigo de un acto indignante, inconcebible, inhumano. Lo doy a conocer porque es una situación que estoy segura no solamente existe donde yo lo vi, y también porque no pensé que pudiera ponerse peor.

Para comenzar trataré de describir el espacio. El patio trasero de la casa de mi madre colinda perpendicularmente con el patio trasero de una casa adaptada como guardería (estancia infantil, sala). En la casa de mi madre se escucha perfectamente lo que sucede en el patio y algunas veces lo que sucede dentro de las instalaciones. La ventana de una habitación en casa de mi madre da al patio trasero, por lo que ofrece una vista parcial del patio de la guardería.


Desde que comenzó a funcionar este espacio escuchábamos regaños que sólo pueden venir de una persona que no tiene la mínima idea de cómo tratar niños; escuchábamos llantos fuertes, constantes y algunos interminables. Los regaños poco pedagógicos provenían de la directora del establecimiento y encargada de cuidar a los niños: "¡cálllate, nadie quiere a los niños llorones!", "si sigues tu mamá no va a venir nunca por ti", "no entiendes, estás tonto".

En una ocasión me encontraba editando algunos videos de mi cámara. Comencé a escuchar lo que ya se había vuelto rutina, sólo que esta vez me encontraba cerca de la ventana y no pude resistir la curiosidad de asomarme y ver lo que sucedía del otro lado de la barda. Enseguida tomé mi cámara de video y ésta fue la escena que pude grabar:

En el patio se encontraban un par de maestras; una grande de edad, directora del plantel y madre de la maestra que la acompañaba. Ambas estaban "enseñando" a caminar a un niño; él caminaba sostenido de un aro que jalaba lentamente una de las mujeres. Yo le calculé al niño aproximadamente un año de edad porque a esa edad lo importante son los pasos. Él se cansó y comenzaba a dejarse caer sentado y ahí comenzó la furia de las bestias que estaban con él.

Primero una, lo levantaba violentamente de un bracito mientras le gritaba: "¡levántate!", esto en repetidas ocasiones. Después lo levantaban del cabello para que siguiera caminando. Finalmente fue el llanto lo que empezó a molestarles y se unieron en contra de un ser que no es capaz de defenderse: una lo hacía caminar mientras la otra le tapaba la boca y no conformes con eso varias veces le propinaron unas nalgadas y cachetadas con una fuerza que no debería usarse con un niño. Posteriormente entraron en la casa y perdí todo de vista.

Señoras, me paralicé, no supe qué hacer; lloré indignada y me quedé frente a la ventana un largo rato sin poder creer lo que acababan de ver mis ojos. Llegó la hora de irme a la escuela y allá le platiqué lo sucedido a una de mis compañeras, el hecho no tardó en difundirse por toda la escuela. Al atardecer se comunicó conmigo un buen periodista y amigo mío; estaba interesado en el video y me dijo que él se encargaría de todo.

Al poco rato nos visitaron un grupo de periodistas que se llevaron el video no sin antes entrevistar a todos los vecinos. Yo esperaba la nota al siguiente día, pero no, me pidieron estar al pendiente por si sucedía algo parecido para tener más videos; lo que les interesaba era la nota. Al cabo de una semana las imágenes ya habían sido divulgadas por los medios de comunicación de la ciudad. Fue entrevistada la directora del plantel, también los padres del niño maltratado. La nota fue complementada por la opinión y orientación del director del Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación y fue ahí donde supe que el pequeño alumno contaba con dos años de edad, tenía atrofia cerebral y no podía escuchar de un oído; está de más decir que se multiplicó mi indignación.

Los padres estaban dispuestos a demandar, yo serviría de testigo; pero sucedió algo curioso antes: yo no conocía personalmente a los padres, mi contacto con ellos fue por medio de un periodista y estaba por confirmarse una cita con ellos. Me contactó una persona para decirme que me abstuviera de declarar, a manera de amenaza me sugirió no meterme en problemas. El periodista que servía de intermediario entre los padres del niño y yo, desapareció y en ningún medio de comunicación quisieron darme datos.

Por casualidad la señora pudo ponerse en contacto conmigo, fui al Ministerio Público a declarar como testigo y después de eso no supe más de esa familia ni de la evolución de la demanda.

No vi ningun resultado, la escuelita continúa ofreciendo sus servicios con el mismo personal. He sido testigo de situaciones similares y peores. En el fondo del patio hay un cuartito diminuto donde encierran a los niños a manera de castigo, continúan las reprimendas y no dudo que también los golpes.

Ahí no termina todo, pero antes de seguir necesito explicar algunos puntos. Desde hace algunos años la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL) da apoyo económico a estancias infantiles y otorga becas a familias de bajos recursos para que los niños menores de 4 años acudan a las estancias que se encuentran afiliadas mientras los padres trabajan .

Con esto se benefician todas las partes: SEDESOL puede brindar el apoyo a guarderías sin tener que administrarlas. Las guarderías cuentan con el subsidio económico sufiente para mantener calidad en el servicio y además cuentan con prestigio ya que el organismo gubernamental promueve seguridad y confianza en sus estancias. No se diga los padres, que tienen dónde dejar a sus hijos mientras trabajan, tienen la garantía de que estarán bien atendidos y pagan una cuota mínima mensual que representa el 5% de lo que pagarían en otro lado.

La guardería del terror llamada "Mundo Pequeñito" hace algunos meses obtuvo el apoyo de SEDESOL con todos los beneficios: apoyo económico, prestigio y más niños. A grandes rasgos cumplieron con todos los requisitos señalados, porque no existe uno que diga: no maltratar a los niños. Tiene todo para afiliarse y parece que toda la evidencia de los medios de comunicacion no sirvió de nada. Ahora los padres, confiados en la seguridad que brinda SEDESOL dejarán a sus hijos con el lobo.

¿Qué hacer? ¿Denunciar? No sirve de nada. ¿Difundirlo? Tampoco. Opté por esperar a los padres en la esquina de la guardería y mostrarles el video. Algunos niños afortunadamente dejaron de ir, algunas madres respondieron: "es que no tengo dónde más dejar a mi hijo".

A nosotros como padres ¿qué nos queda? Nos queda darnos a la tarea de observar a nuestros hijos y confiar en lo que ellos nos dicen con palabras o sin ellas. Nos queda esperar que los padres que tienen a sus hijos en esa estancia se den cuenta del lugar tan inseguro que es, antes de que los niños sean víctimas de personas que distan mucho de llamarse seres humanos.

18 junio, 2008

Instinto animal... digo, maternal.

Desde que comprobé mi embarazo con una prueba de laboratorio, me dediqué a leer todo lo relacionado con la maternidad. Cada libro, enciclopedia, revista que pasó por mis manos fue leído cuidadosamente. Sé con seguridad que no soy la única en tratar de realizar una licenciatura autodidacta en Maternidad.

Ya que me encontré con Angela enfrente haciendo gala de sus pulmones con tremendo llanto, todo el material leído, consultado y clasificado no era más que papel con tinta, basura, espacio desperdiciado. Con decir que en sus primeras 48 horas de vida, mi niña solamente tomó tres alimentos (y eso porque una enfermera me hizo favor de llevarle leche de fórmula); todo porque yo no sabía que no me estaba saliendo leche, sólo Angela se había dado cuenta pero no tenía forma de hacérmelo saber más que llorando, lo cual es como hablarle a la pared tratándose de una madre primeriza de 19 años. ¿Y todo lo que leí sobre lactancia? Apilado a un lado de mi escritorio.

El pediatra de mi hija me dio un consejo que nadie más me habría dado, no lo hubiera esperado ni siquiera de él, una persona cuyo instrumento de trabajo es la ciencia. "Tu instinto maternal te dirá qué hacer, confía en él. Ese instinto jamás te dejaría hacerle daño a tu bebé".

Nada más cierto. En un momento de llanto inexplicable lo último que viene a la mente son las revistas, y por si fuera poco nos volvemos sordas a los útiles consejos de las abuelas. Mientras el bebé llora sólo podemos abrazarlo, pasearlo, revisarle el pañal, revisarle la ropa, tal vez llorar con él o tratar de amamantarlo... hasta dar con la solución.

Esa es la forma como yo aprendí a ser madre de un bebé. Ahora soy madre de una niña y después seré madre de una adolescente, un adulto; no sé si el proceso de aprendizaje será igual pero por si las dudas además de confiar en mi instinto continúo leyendo libros, enciclopedias y revistas.

11 junio, 2008

Cuatro meses

La felicidad, para el que no sabe ser feliz, tiene la intensidad de un café cargado, la brevedad de un bombón de fruta, la dulzura untuosa del chocolate. Para ser feliz hace falta un talento especial –una habilidad- que no todos tuvimos la suerte de aprender sin darnos cuenta. Y para quienes seguimos intentando, la felicidad implica el esfuerzo por desarrollar la voluntad de deshacer en la humedad de la boca el significado de los gestos y las palabras (el banquete siempre es preparado por otro), absorber con el cuerpo lo esencial y el nutriente, deshacerse de su forma irrelevante. La felicidad, para el que no sabe ser feliz, es una efímera experiencia comestible y quizás por eso, cuando aparece, se presente acompañada de sabores añorados y gratificantes.
Defecto o virtud, lo cierto es al entrar en aquel departamento me sentí tomada casi de inmediato por la luminosidad del ambiente. Últimamente, esa habitación es una caja de Pandora. No puedo anticipar lo que habré de encontrar allí. Y esta vez, no me saqué el abrigo sino la tristeza entera. No éramos muchos, y si bien hablé con todos y cada uno, no los recuerdo; embriagada como estaba por las burbujas de una gaseosa. La felicidad es una intensa experiencia de unidad, Julieta cumplió cuatro meses, y todos allí lo celebramos. Les hablé de mi nueva condición de abuela, del reencuentro entre mis hijas, de mi alegría recién estrenada. Pregunté, comenté. Me reí ante todo. Mucho y sin sentido, mientras me percataba de que lo más gratificante de la felicidad para los que no fuimos felices, es que los buenos recuerdos están siempre adelante y en el contraste, es posible captar el instante exacto en el que se están haciendo.

05 junio, 2008

Verde agua

Mayo anticipó toda la crudeza del invierno en unos pocos días, durante los cuales Julia y Lucía aprovecharon para prender la estufa al máximo, preparar chocolate con leche y tomar la casa como si fueran niñas. Me gusta escucharlas deshacer los años en infinidad de anécdotas que desconozco, eligiendo cuidadosas las piezas del pasado que les cuenta una historia compartida. Me gusta ser testigo del ritual con el que recrean el lazo maltrecho por la distancia. Se toman de la mano, se miran y ese parece ser el modo que encuentran de retornar a la ilusión que de tanto desear se convirtió en recuerdo. Mientras ellas se acomodan para ver una película, yo las observo sentada en mi sillón, ansiosa por adentrarme nuevamente en la novela que tengo entre manos desde anoche. “Verde agua”. Así se llama. Una novela íntima. Tan precisa que a poco de comenzar me hiere, impecable.

“Pienso en mi madre cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Las raíces de mi fuerza y de mi capacidad de no rendirme frente a las dificultades se hunden en su amor. La soledad, siempre al acecho incluso en una vida llena de afecto y que hace tres años me develó su rostro de Medusa, encuentra aún en ella su consuelo y su superación. Su amor total y definitivo por mi hermana y por mí es lo más puro e incorruptible que la vida me ha dado”

Pasaron las dos horas de película pero yo continúo exactamente en el mismo lugar. Y una vez más, releo. Sólo un atisbo de concentración y memorizo sin esfuerzo cada palabra de esta insospechada revelación tardía. La descripción exacta del recuerdo que me hubiera gustado ser en mis hijas, guardada en un libro que recién ahora comienzo a leer. No sé cuánto me distancio de ella. No puedo evaluarlo, aunque la sospecha que me detiene a preguntar comienza a hablar por si misma.

02 junio, 2008

LOGOGENIA

Me inicio en el ejercicio de la logogenia, un método de desarrollo de la competencia lingüística para niños sordos, que estudié en Salta con la primera logogenista argentina, Dra. Patricia Salas.
La logogenia fue creada por la lingüista Bruna Radelli, utilizando como base la gramática generativa de Chomsky, y se practica desde hace aproximadamente diez años en varios países de Sudamérica, España, Portugal e Italia.

Un niño oyente vive dos años inmerso en su lengua antes de comenzar a hablarla. Y luego, y sin que nadie se lo haya enseñado, nos asombra con construcciones lingüísticas que nunca hemos pronunciado a su lado. Ha adquirido su lengua. Los niños sordos no siempre logran desarrollar esta capacidad biológica. La logogenia busca sustituir el estímulo oral por el estímulo visual, lo hablado por lo escrito, para exponer al niño a la lengua.
La logogenia no es un método de enseñanza.
No es un método de lectura.
No es un método de comunicación.
No importa si el niño se comunica en forma oral o por lengua de signos.
Lo que importa es que los niños sordos no logran alcanzar niveles adecuados de comprensión lectora. No entienden lo que leen (los libros de texto, las consignas escolares, el diario, un cuento, Internet), y por ello, no leen . A medida que crecen, esta situación produce fracaso académico, laboral, y la imposibilidad de continuar aprendiendo.

Los logogenistas trabajamos atendiendo a un alumno por vez, varias veces a la semana. Nuestra herramienta es el "par mínimo", oraciones que ponen de manifiesto un contraste gramatical.
Por ejemplo:
Dame un lápiz.
Dame ese lápiz.
Dame los lápices.
Dame muchos lápices.
"Para comprender la diferencia entre estas oraciones no es suficiente conocer el significado de las palabras que las componene, sino es necesario ver también la información sintáctica que contienen. Esta es la información no lexical que es transmitida por medio de la estructura de la oración misma". (Bruna Radelli).

Pues bien, seré la primera logogenista de Buenos Aires, lo cual implica dar a conocer una práctica o terapia nueva. Con gusto responderé a cualquier consulta que quieran hacerme.
Si conocen a algún niño que pueda beneficiarse con la logogenia, pueden enviarle mi mails a sus padres.
Si alguien desea estudiar logogenia, junto a la Dra. Salas (ambas poseemos el extraño honor de ser las únicas logogenistas hipoacúsicas) estamos planeando la posibilidad de dictar el diplomado en la ciudad de Buenos Aires el próximo año.

Verónica Sukaczer
verosuk68@yahoo.com.ar

27 mayo, 2008

Avances de mi maternidad temporal

Omití ciertos detalles que me parecieron irrelevantes, pero ahora que empiezan a tomar importancia, los expongo:
  • Mi casa está en una de las orillas de la ciudad, aproximadamente a 20 km del letrero que desea feliz viaje.
  • Por cuestiones prácticas me vine a casa de mi madre, lo que se supone haría más fácil la labor porque queda más cerca de todo.
  • En casa de mi madre viven 4 adultos (madre, padre, tía, hermana) que a veces dan más problemas que los niños.

Desde que empezó esta odisea, cada adulto se fue deslindando de responsabilidades. El motivo: "Gaby ahorita no está trabajando, no hace nada y está todo el día en la casa". Como si hacer la tesis para obtener el grado de licenciatura fuera una pachanga. Aún así mi naturaleza solitaria agradeció la ausencia de mis cohabitantes.

Mi madre cesó de dejarme la comida semipreparada y dejó de ayudar con los platos. A mi padre hay que cuidarlo del azúcar porque solo no puede, es como un niño de 60 años. Mi tía es como una adolescente que sólo llega a dormir, siempre lo ha sido. Mi hermana ya no deja ropa para sus hijos, debo buscar hasta debajo de la cama y encontrar un par de calcetines es toda una misión. Todos llegan a la casa y cada quien a su cuarto, por lo que cuando tengo un relevo, lo tengo a las 6 de la tarde.

Eso no es problema para mí, puedo hacer todo mientras nadie me moleste. Lo difícil es tener a los adultos cada vez más presentes. Hacen reclamos sobre la comida, la limpieza, el cuidado de los niños. Se comprende que teniendo niños es imposible mantener la casa limpia todo el día, además son NIÑOS y mientras lo sean harán travesuras; y mientras yo sea adulto seguiré regañándolos aunque no quiera, al menos para que sepan que estuvo mal.

Hace cuatro días mi padre les dio chocolates; me aceptaron al comida hasta las 5 de la tarde. Me hicieron travesuras en la cocina y los saqué para poder limpiar y servirles otra cosa pero hicieron otra diablura y otra. Dieron las 6 de la tarde y ellos sin comer.

Los adultos salieron de sus cuevas y lo primero que pensaron fue que por las travesuras yo los había castigado sin comer. Me regañaron cual niña enfrente de todos: "eso está mal, así no se castiga a un niño, con comida nunca", "porqué no le diste una limpiadita aquí" "hay muchos trastes" "¡Qué desastre!" Me bombardearon y no me dieron oportunidad de decir una sola palabra a mi favor. Cuando pude salí corriendo.

Deserté. Desaparecí dos días con mi hija para tranquilizarme, al volver me encontré con la ofensa más grande que me hayan hecho: mi hermana se acercó, me colocó un billete en la mano y me dijo "ten, para que ya te calmes". Hay cosas que no pueden pagarse con dinero y es una gran tontería tratar de hacerlo. Sin aceptar el dinero me quedé (sí, soy dócil) y todo había cambiado: los adultos comenzaron a cooperar con un poco de ayuda pero bien reza el dicho "mucho ayuda el que no estorba". Lo cierto es que el clima no dejó de ser incómodo después del incidente.

Ahora mi hija me ha pedido con lágrimas en los ojos que volvamos a nuestra casa que, aunque lejos de todo y reducida en espacio, es nuestro mundo. Tres personas que quiero me necesitan: mi hermana, mi hija (desatendida en las últimas semanas) y yo. Tomé la decisión de seguir en casa de mi madre hasta que comience el verano, junto con la primavera salgo por cuarta vez de este lugar.

Comencé con mucha voluntad la tarea de hacerme cargo de dos niños más, pero no contaba con los adultos. Necesito empezar a buscar razones para no sentirlo como una derrota, como un fracaso, una falla. Y sólo espero que nadie se sienta ofendido por mi partida.

21 mayo, 2008

¿Dónde compro la paciencia?

Soy una persona muy paciente, me han dicho que pocas personas son tan prudentes como yo. Hay quien lo ve en mí como una virtud y hay quien piensa que me falta caracter.
Ahora que hay dos niños más bajo mi cuidado he sido puesta a prueba . Por primera vez tuve miedo de mí misma, porque me dieron ganas de pegarles a los niños; pero no darles una nalgada, sino de golpearlos hasta el cansancio. Obviamente no lo hice pero me desconocí por la simple aparición de esos pensamientos. Yo solamente pierdo el control cuando estoy en el baño y alguien me llama, y no se diga si se atreven a tocarme la puerta; eso todo el mundo lo sabe, por eso nadie se atreve a molestarme cuando estoy satisfaciendo una necesidad fisiológica.
Hoy preparé a los niños con toda la tensión y el ajetreo de cada mañana, los dejé arreglados para preparar el almuerzo. Al terminar subí por ellos y encontré desde la escalera un caminito de talco hacia el cuarto, abrí la puerta y ¿qué vi? La cama tapizada de talco y los niños blancos como fantasmas desde la cabeza hasta los pies.
En 20 minutos tuve que cambiarlos a todos nuevamente con su respectivo y enérgico regaño. Al principio me puse a gritar, después tranquilicé mi voz, solamente mi voz porque toda yo estaba llena de desesperación y coraje. Ellos lo notaron porque el resto del tiempo estuvieron calladitos, ni una sola palabra dijeron. Incluso desayunaron sin dejar de verme fijamente, asustados. Les dije ¡desayunen! y enseguida tomaron un bocado, como soldaditos.
Para colmo, Angela no traía zapatos y no se había atrevido a decirme que no los encontraba. Error. Volvió a encender la dinamita, sólo que esta vez en lugar de gritar le dije al oído: "pues los buscas y te los pones porque si no, te vas descalza a la escuela". La pobre tardó horrores en encontrarlos; no terminó de almorzar.
Todos los niños se fueron a la escuela cabizbajos, con restos de talco en el cuerpo. Yo regresé a la casa ya sin energías, con restos de enojo y un poco de cansancio.

16 mayo, 2008

S.O.S MADRE EN APUROS

Por una suerte de convicción personal, en mi casa no existe la televisión. Por ello he recibido críticas y aplausos.
Detesto profundamente la idea de pensar que mi hijo quede en casa, con su niñera y por comodidad, sea sometido al descerebrante proceso de "mirar la tele". Mas allá de la violencia, mas alla de la sexualidad subliminal o no, del contenido televisivo, me enferma el estado de alienación de los "televidentes" y lo monotemático de su charla.
Por ello, Jere ha desarrollado una fantasía increible. Ciudades fantásticas, monstruos, dragones, dinosaurios, escobas voladoras son el pan de cada día, a partir de cajas de remedios, trapos de piso, escobas y pedazos de machimbre. Un cerebro encantador y fantasioso que ya lo quisieran Quentin Tarantino, Steven Spielberg o Dino de Laurentiis.
Todo pareceria estar fantástico, no? Sin embargo el abstracto y fantástico mundo de los números, los increíbles procesos de la suma y de la resta, parecieran ser "herméticos" o estar "encriptados" para el proceso de incorporación, comprensión y resolución de Jere.
He utilizado material concreto, fósforos, pero se han convertido en puentes y calles. He usado circulitos de goma eva, que rápidamente se transformaron en naves extraterrestres.
En síntesis: a) está bien desarrollar la fantasía en un niño?, b) esta bien no someterlo al influjo idiotizante de la T.V?, c)como hago para enseñarle a sumar y restar?

14 mayo, 2008

Dos hijos más

No, no tuve gemelos. Por necesidades prácticas de mi hermana mis pequeños sobrinos viven conmigo, Salvador de 4 años y Anabel de 3. En lo que mi hermana se establece en un nuevo lugar donde consiguió trabajo, a dos horas de aquí, yo soy la madre de esos niños de 7 de la mañana a 5 de la tarde.

Admiro mucho a aquellas mujeres que tienen más de un hijo. Se requiere una eficiente coordinación de funciones y espacios. Creo que para mí es complicado porque he estado 5 años sólo con una hija, y porque un hijo se adapta a la rutina familiar. Pero los sobrinos tienen una programación distinta y es ahí donde empieza mi locura.

Se levantan innecesariamente una hora más temprano que mi hija, cuando termino de arreglarlos debo empezar con ella. Los dejo para hacer el desayuno pero no falta alguna pelea, golpe, grito. Los siento a la mesa y mientras desayunan yo preparo los 3 lunch y amenazo a mis sobrinos con ponerles chile en la boca si vuelven a decir groserías (sé que esto último está mal pero ¿hay una mejor forma?). Al fin salimos y cruzar la calle es toda una travesía porque uno se adelanta demasiado, el otro se queda atrás, a otro se le cae la mochila y nos regresamos los 4 por ella. Sorteada esa dificultad dejo primero a Angela y caminamos otro tanto para dejar al resto de mi rebaño.

En cuanto regreso a la casa me acuesto un momento mientras bebo un delicioso jugo de naranja. Este pedazo de paraíso no dura mucho porque debo hacer pendientes dentro y fuera de la casa. A las 12 sale Angela, juntas tenemos dos horas de paz; a las 2 salen mis sobrinos. Angela come a las 2 y a mis sobrinos les da hambre a las 3 de la tarde, por más que he intentado coordinar los tiempos de los niños no puedo, que por ejemplo comieran todos a las 2:30 pero es imposible.

No sé si así sería la vida con tres hijos, lo cierto es que trato de disfrutarlo, de verlo como un juego de relevos, me gusta imaginar que estoy en una competencia de amas de casa donde el premio es el jugo de naranja más delicioso del mundo.
A las tres de la tarde llega la verdadera madre, el cansancio la deja inconciente dos horas, despierta y tiene hijos nuevamente. Esto durará aproximadamente dos meses de los que ya llevo tres semanas y sigo viva y entera aunque por ratos sienta que la paciencia se esconde de mí.

Cabe señalar que es indescriptible mi reacción cuando Angela me pide permiso para invitar una amiguita a comer, aceptar sería como buscarle el mejor escondite a mi paciencia.

03 mayo, 2008

El cordón umbilical

Julia volvió de Madrid andrajosa de tanta melancolía y misticismo. Se fue despojando con los días, cuando creyó entender que esta vez, como la anterior, su pálpito era el primer latido de una certeza irremediable. “No fue amor, mamá” repitió solemne y yo la dejé insistir, perdonándole la excusa. Lo cierto es que con la misma celeridad con la que apiló sus bártulos dejando el nido vacío para literalmente volar a once mil kilómetros de casa, regresó un año después, sin arrepentimiento pero con un halo de tristeza que seguramente se convertirá en la musa de su próximo cuento.
Julia busca al amor como quien persigue la fuente de la eterna inspiración, que una y otra vez encuentra e irremediablemente vuelve a perder. Se desliza por la comisura de sus labios durante la pasión del beso inicial, se hiere de muerte con las aristas irreconciliables de una conversación, se esfuma en los vapores de los primeros encuentros. El amor a Julia se le va. Así dice ella. Como si no pudiera retenerlo. Como si su cuerpo pequeño no fuera suficientemente cóncavo para contener sus misterios. Y cuando esto sucede, Julia vuelve a mí. Siempre, como si nunca se hubiera ido. Como si retomáramos la conversación anulando el tiempo al cerrar el siguiente eslabón con la palabra exacta donde la frase quedó detenida. Claro que esta vez su ausencia fue más dura de sobrellevar, esta vez creí que era para siempre. Pero aquí estaba Julia, acariciándome el pelo. Hablándome de ella, su tema preferido. Su voz grave que no exige respuesta me alegraba los oídos. Los sonidos que acompañan sus palabras -chasquidos, simpáticos soplidos, amplia gesticulación- completan el efecto de sus caricias. Si Julia está cerca, ser feliz se me hace cosa sencilla.
Sin embargo, del borboteo emergió alguna palabra que repentinamente me sobresaltó.
-…yo sé que suena raro, pero me di cuenta que la cosa no iba cuando lo fui a buscar al hospital. El olor del hospital me dio nauseas y me tuve que ir. Ya en el pasillo empecé a sentirme mal, pero cuando avancé hacia la sala de médicos, el olor fue insoportable y me fui. ¿Cómo voy a compartir mi vida con una persona que trabaja en un lugar con un olor que me genera tanto rechazo? Además, cuando fui a su casa me di cuenta que ese olor estaba en su ropa, en todas sus cosas…
- ¿Olor a enfermo? ¿Qué olor?
- El olor a desinfectante. Y ¿sabes qué? Me di cuenta que ese olor más que asco es pánico lo que me genera. Es rechazo visceral.
- ¿En serio? Es raro lo que contás ¿y por eso decidiste volver?
- No. En realidad, no fue el olor. Eso me predispuso mal, pero pensé que iba a poder soportarlo, porque lo quería mucho. Me sentía realmente bien con él. Me cayó la ficha cuando encontré en su casa la prueba del delito –dijo impostando la voz, de algún modo asumiendo lo ridículo de la secuencia de su relato.
-¿Cuál fue la prueba del delito? –dije temiendo la respuesta.
- En el botiquín del baño, cuando fui a buscar un jabón para lavarme las manos encontré una botellita verde, con el dibujo de una espada chiquita, amarilla y la palabra “Espadol” ¡usaba desinfectante Espadol!
- ¿Y por qué es tan grave que usara desinfectante Espadol? ¿Otra marca hubiera sido diferente? –pregunté aparentando sorpresa.
- ¡Ay! Mamá, esto sólo puedo contártelo a vos porque sos la única que no va a pensar que estoy loca. ¡Siempre le tuve miedo a esa marca! ¡Si! ¡Miedo! ¡Hasta me cuesta decirla! Me agarra un frío por la espalda como si fuera un fantasma –inmediatamente después de terminar la última frase estalló en una carcajada. Julia se reía, y yo sentía como se erizaban uno a uno los pelitos en mi espalda. La interrupción subrepticia de la respiración, la parálisis imperceptible desatada por la adrenalina en el instante en que estalla en el cuerpo. El miedo. El mismo miedo avasallante que sentí a los ocho años cuando la vi a mi madre, con la cabeza íntegramente vendada –una momia, un fantasma materializado- los ojos aún enrojecidos por el fuego y sin pestañas, y las manos que peinaban mi pelo, servían la mesa, me obligaban a obedecer; inmóviles y fijas como su mirada, a los costados de la cama, también vendadas, blancas. Muertas. Mi madre no estaba muerta. Era un fantasma, lo cuál es aún peor. Mi padre, a su lado, me llamó y me dijo que la saludara con un beso. Yo simplemente huí. Ellos tres, mi madre, mi padre y la tía que me había llevado al hospital a ver a su hermana –mi mamá- después del accidente con el calentador de agua, se enojaron conmigo. Aunque volví pronto, después de descubrir que me atemorizaba más vagar perdida por las cercanías del hospital que estar junto a mi madre convertida en monstruo. En los días siguientes completaron el trauma marcando mi mente por siempre con el olor inconfundible del desinfectante con el que me obligaban a curar sus heridas. En aquellos tiempos, los hijos –y las hijas especialmente- sin importar la edad debíamos ajustarnos a nuestro destino, y aún más si un guiño cruel de la suerte revelaba fehacientemente la obligación indiscutida de cuidar anticipadamente a nuestros padres.
A esta altura del relato creo innecesario aclarar que la marca de aquel desinfectante era Espadol.
Lo cierto es que nunca le conté este recuerdo a nadie. Increíblemente –o no tanto- perdí el recuerdo por el camino, como tantas otras cosas, como tantos otros recuerdos. Mi memoria es fragmentaria. Fragmentaria y no selectiva. He perdido también recuerdos bellos que mis hijas recuperan con los suyos. Como este recuerdo, en nada feliz, que Julia hoy me lleva a recordar. Mi infancia, es de todas, la etapa más borrosa. En algún backup quedé limpia de mi miedo infantil. Confirmando una vez más que el instinto de supervivencia es a veces cruel con los hijos.
Cuando Julia habla reavivo la certidumbre de que el tiempo y el espacio son ilusiones colectivamente consensuadas. No lo recuerdo, vuelvo allí. A mi dolor de niña pero también a la inconmensurable protección que inauguró su nacimiento. A la identificable continuidad entre nuestros cuerpos que nunca logró quebrarse del todo, y a través de la cual evidentemente le transmití sin mediaciones mi propia historia.
Esta vez me invade la sospecha de que existe alguna relación entre la sensación de completitud que genera su presencia y su dificultad para construir relaciones de pareja duraderas. Ya habrá tiempo de hablar y será a ella a quien le toque desenredar la madeja que nos une. En tanto, me abrigo silenciosa con mi inocente egoísmo.

29 abril, 2008

NO QUIERO SABER MÁS

La última información dice que las mamaderas de plástico son peligrosas. Que por obra del calor liberan bisfenol A, un compuesto que en las ratas produciría alteraciones genéticas capaces de derivar en cáncer.
El bisfenol A se encuentra también en los tupperware, en el interior de latas, y en casi todo lo que a uno se le ocurra que use a diario.
¿Ahora tengo que preocuparme? Lo hecho, hecho está. No se puede llorar sobre la leche derramada.
Es decir, qué bien por las futuras mamás que nunca le darán a sus niños la leche en mamadera de plástico. Yo, desinformada, no hice otra cosa que ofrecerles plástico, y ni siquiera puedo decir que de la mejor calidad. Y además herví esas mamaderas (calor), les coloqué leche tibia (calorcito), las entibié en baño maría (hervor), volví a calentarlas en el microondas (calor con ondas, encima) y las esterilicé en un lindo esterilizador también en el microondas (más ídem). Y no fue siempre una mamadera diferente. Eran las mismas tres o cuatro que se calentaban hervían y volvían a calentar.
Así que si los alteré genéticamente, ya está.
¿Qué puedo hacer, más que lamentarme?
Estos descubrimientos deberían producirse una vez por siglo, digo yo. Así todas las mamás nos enteramos al mismo tiempo.
Porque... ¿acaso tiene más derecho a la salud un bebé nacido mañana y alimentado con mamaderas de vidrio, que el mío que es del siglo pasado? ¿No es eso discriminación?
Y no pasa sólo con las mamaderas.
Yo, de bebé, dormía boca abajo, por ejemplo.
Mi hijo mayor lo hizo de costado.
Y mi hijo menor, boca arriba.
Seguro que si tenés un hijo ahora te dicen que lo mantengas sentado porque se descubrió no sé qué cosa que hace que si lo mantenés erguido parezca de 20 a los 30.
Y allí todas las mamás, a comprar esos almohadones triangulares para mantener a los chicos paraditos, y los diseñadores de Palermo Soho a diseñar
almohadones con dibujitos de ovejas y palabras graciosas.
Es así.
Pasó con el PVC.
¿Quién de los ´60 ó ´70 no tuvo un juguete con PVC? ¡Pecado mortal!
Yo no digo que el PVC no haga mal. Todo lo contrario. ¿Pero cómo lo podía saber nuestra querida madre, que además nos compraba esas cocinitas de hojalata y nos ponía bombachas de plástico?
¿Y si ahora me dicen que los pañales que usé fueron los culpables del malhumor de mi hijo cada vez que tiene que hacer la tarea?
Y miren que yo compré lo mejor que podía comprar. El mejor cuando nació, que tenía esa muesquita tan linda para el ombligo. Luego uno más barato, y en la debacle del 2001... lo que se podía.
¿Y si se descubre que las telas de las camisetas deportivas truchas que se venden en los puestos callejeros producen alteraciones en la fertilidad, y se convertirán el día de mañana en padres de ocho hijos cada uno, y encima me pedirán que los cuide?
¿Cómo puedo saberlo?
Los cuido lo mejor que puedo. Con ese amor de madre que nos caracteriza.
Les dí la teta nueve meses a cada uno. Luego mamadera de plástico y lechita en tetrabick. Les limpiaba la cola con óleo calcáreo en casa y con toallitas húmedas en la calle que tienen una cantidad así de químicos extraños. Al principio hervía los chupetes -de plástico- cada vez que se les caían, pero al final terminé por chuparlos yo y mirar para otro lado (los chicos necesitan llenarse de microbios para desarrollar sus propias defensas). Les tomé siempre la temperatura con termómetro de mercurio porque desconfío de los otros.
Le pregunté al carpintero que hizo la cuna si la pintura era atóxica, pero no le pedí pruebas. Les dí de comer comidas que vienen en frasquitos de vidrio que calenté con las malditas ondas del microondas, mientras a su lado hablaba por el celular, enviándoles más ondas dañinas.
Sí, hice todo eso.
Los chicos crecieron. Ahora toman el jugo dietético y sintético en vasos de plástico, y recaliento las sobras en un tupper en el microondas, y les dejo elegir el shampoo por el perfume en vez de por la calidad. Y se ponen lo que quieren. Y se desabrigan en invierno. Y se comen las puntas de los lápices. Y las uñas. Y juntan piojos que estudiamos bajo una lupa. Y hacen experimentos extraños. Y ya no sé de qué están hechos sus juguetes.
Pero sobrevivieron. Eso parece.
¡Y ahora vengo a enterarme que, como siempre, todo lo hice mal!

22 abril, 2008

Cúlpome

Un café, una cerveza, una malteada; en una cafetería, en algún bar, en una fuente de sodas. No importa qué, donde ni con quién, lo necesitamos.

Sí, nos encanta ser madres a pesar de los desvelos, aunque la digestión nos cambie por no poder ir al baño cuando el cuerpo lo pide, aunque nos volvamos zurdas por cuestiones prácticas, aunque nuestra ropa no dure ni una mañana limpia. Pero a veces necesitamos hacer uso de nuestra individualidad, aunque eso y un viaje al espacio sea igual de cercano.

Cuando por fin logramos integrarnos un momento al mundo exterior viene la culpa. ¿De dónde? No sé, pero viene. Cuando salimos solas no podemos hacerlo con tranquilidad, siempre estamos pensando si el bebé estará bien. Aparece el sentimiento de abandono. ¿A quién abandonamos? Al bebé, que duerme plácidamente… ¿y si nos necesita?

También puede que la sensación de abandono sea hacia el marido, cuando es éste el que se queda en casa. Sentimos como si lo hubiéramos dejado en el foso de los leones, indefenso. Pero no, solamente se quedó con su hijo.

¿Por qué nunca falta alguien que nos haga sentir remordimiento? Lo más injusto es que a veces somos nosotras mismas las que nos flagelamos pensando que el hecho de querer separarnos un poco de nuestro retoño implica falta de cariño.

Aún con sus inconvenientes, esos pequeños destellos de libertad en mi caso y en muchos otros son necesarios. La Gaby esposa, la Gaby madre, la Gaby cocinera, la Gaby lavandera; todas ellas se alimentan de la Simplemente Gaby porque ésta fue primero, así que nutriéndola a ella todas las demás son felices por añadidura. Al volver a casa llueve paciencia a cántaros y a veces, sólo a veces, la culpa se va.

13 abril, 2008

Encontre esta nota en Infobae.com del día de hoy y pensé en compartirlas con uds en este espacio.

Me dicen Nina, estoy cursando mi tercer embarazo y trabajo hace 8 años en una multinacional en la cual, si bien recursos humanos tiene peso, a veces no puede evitar que sucedan determinadas situaciones.
Comunicar un embarazo a un empleador no siempre es un trámite, uno va con esa sensación de cómo se lo tomará. Mi primer jefe me puso cara de alegria y tras felicitarme me dijo: "por favor dejame todo organizado antes de irte". Mi segundo jefe, al que le toco felicitarme por mi segundo embarazo, tuvo una actuación brillante el día que se lo comuniqué pero luego me llamó a mi casa al mes del nacimiento de mi bebe pidiendome que vuelva (¿¿¡¡¡???!!!). Obviamente le dije que mi hijo estaba primero y me cavé la foza. Cuando volví me hizo la vida imposible.
No obstante esto, el premio se lo llevó mi tercer jefe. Cuando se lo conté me miró con cara de sorpresa total y tras pensar unos minutos me respondió: "bueno vamos a ver cómo se lo decimos al director para que no se enoje"....así, sin peridural, como si yo hubiese cometido un gravisimo error o le hubiera generado a la empresa una pérdida millonaria....en fin.
Les dejo la nota esperando que quienes trabajan como yo en relacion de dependencia, hayan tenido mejor suerte que la mia al momento de dara "LA" noticia en su trabajo.


" Ser madre y mantener una carrera son incompatibles
Las mujeres se ven discriminadas con el primer embarazo. Las oportunidades laborales son cada vez más reducidas y sus expectativas de crecimiento disminuyen
Ser despedidas, maltratadas, sufrir acosos sexuales o impedimentos para participar de cursos de capacitación son sólo algunos de los martirios que enfrentan buena parte de las mujeres trabajadoras cuando anuncian su estado de embarazo o bien cuando se reintegran a la oficina tras concluir la licencia por maternidad.A estas conclusiones arribaron distintos expertos consultados por la agencia Noticias Argentinas, como las denuncias registradas durante 2007 por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi).Si bien a lo largo del año pasado el organismo contabilizó casi 20 denuncias en todo el país, "estos episodios se repiten constantemente. Hay muchísimos casos más que no nos llegan o porque son denunciados al Ministerio de Trabajo, al sindicato, a un abogado directamente, o bien no lo hacen. Y ni hablar de quienes están en negro, que no cuentan con derechos a favor alguno, y son las más perjudicadas", consideró la titular del Inadi, María José Lubertino."La experiencia nos demuestra, pese a no existir datos certeros, que estas situaciones son una constante para las mujeres, en especial, para aquellas que trabajan en los sectores no formales de la economía o en pequeñas empresas, comercios o servicios", detalló Olga Hammar, presidenta de la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades en el Mundo Laboral.Los motivos de los maltratos"Los patrones no dudan en despedirlas ante el temor por los obstáculos que la maternidad le pueda acarrear a la empresa.Además, porque saben que sale una y entra otra dado la gran demanda laboral", explicó Hammar.Lubertino, por su parte, puso especial énfasis en subrayar que "dentro del empleo no formal, la mayoría son trabajadoras, algo que ya de por sí nos pone a las mujeres en una situación de desventaja. A eso hay que sumarle que las únicas que nos embarazamos somos nosotras, quienes a su vez por estar en negro no tienen ningún derecho, ni obra social, ni cobertura, y son las que más evidencian este tipo de discriminaciones".Las grandes empresas, en tanto, tampoco están exentas de estos cometidos, aunque aparecen en menor proporción: "también ocurren, pero con menos frecuencia", coincidieron en asegurar ambas funcionarias.Los preocupantes datosLaura Paussari, investigorda del Conicet y miembro del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), se mostró más precavida y reclamó ante la escasez de estadísticas y estudios al respecto."No hay datos. Esto es un tema clave, la falta de información y de estadísticas laborales disponibles que contemplen situaciones de discriminación por razón de género. Muchas denuncias terminan en causas judiciales pero tampoco se conoce en detalle su cuantía y formas de resolución", precisó.Frente a este panorama, "¿por qué las damnificadas que se desenvuelven en la economía formal no suelen presentan una denuncia? Por temor a represalias, a perder el puesto de trabajo, porque no sienten o no saben efectivamente que legislación y/o normativa las ampara. Lo definiría como un tema de desconocimiento más temor", sintetizó Paussari.Y algo similar ocurre en este mismo sector del mercado laboral a la hora de tener que anunciar a los jefes que están esperando un hijo."Sin duda- manifestó la investigadora- se ha instalado en el imaginario que probablemente la despidan, a pesar que goza de protección por ley de contrato de trabajo. En paralelo, se ha forjado como un discurso fuerte que las mujeres por sus responsabilidades familiares son mas "costosas" que los varones".Una posible solución A la hora de plantear alternativas para "desterrar" estos episodios de discriminación, la titular de la Comisión Tripartita citó como ejemplo lo aplicado en Europa donde las empresas habilitaron guarderías y desde los municipios se crearon centros gratuitos de atención a los adultos mayores así como jardines maternales."En la Argentina, son muchas las organizaciones sociales que encontraron en el jardín maternal comunitario una opción para salir de esta situación, y permitirle a la mujer pobre seguir trabajando. Por eso, el Estado debe impulsar y apoyar este tipo de iniciativas en todo el país, como una forma inicial para resolver el problema", subrayó Hammar.Y agregó la necesidad de promover una política pública en busca "no sólo de la igualdad de género" sino la "paridad", a fin de que "tanto el hombre como la mujer puedan desempeñar las mismas funciones en el hogar, que la mujer pueda conseguir los mismos puestos y ganar el mismo sueldo, entre otras cuestiones".

12 abril, 2008

En el espacio que dejamos vacío (I)

Día uno: un camel sin filtro

En nuestra huída desesperada, con cada error que cometíamos, alimentábamos ingenuas la épica de nuestros fantasmas. ¡Vuelven! Siempre vuelven. Tanto asi, que por momentos parece que caminamos en círculo.

Cuando el viernes de la semana pasada me llamó Lucía preguntándome si podía instalarme unos días en su casa, entré en pánico. Me arrepentí en el instante que solté un lacónico “ok”. Ensayé el tono con el que podría excusarme diciéndole que de “parar unos días” peligraban mis ingresos (y los de su abuela), pero supe que lo único que lograría era resentir los pequeñas logros de estos últimos tiempos. Así que cargué y enfundé mi notebook, la palm, la memory stick, el celular y demás objetos transicionales con la frente en alto y dispuesta a dar batalla.
Lucía estaba enferma. Una mastitis la tenía en la cama con fiebre y antibióticos y definitivamente le impedía ocuparse de Julieta. En el camino, a modo de precalentamiento, apelé al instinto que no tengo e intenté recordar cómo cambiar pañales, compré algunos juguetes inservibles (¿existe algún juguete capaz de divertir por más de cinco minutos a una beba de dos meses?), la acuné mentalmente (¿lo soportaría mi espalda?), pensé si sabría qué y cómo cocinar (¿sería muy inapropiado comprar comida en una rotisería?) y cuidar a mi enfermita (eso si que sabía hacerlo: nada sería más grave que cuidar a una anciana madre convaleciente), no tocar temas inconvenientes (¿Marisa estaba al tanto de cómo la necesitaba su hijo?) y fundamentalmente me preparé para enfrentar las larguísimas horas de entretenimiento que debería preparar para Julieta. Me libré –en cambio- de la ardua tarea nocturna. Supuse que de las levantadas en la madrugada se ocuparía Pablo.
El panorama cuando llegue me tranquilizó. Julieta en su cochecito se entretenía con el zoológico circular que pendía inestable sobre su cabecita y apenas registró mi beso; al tiempo que Pablo hablaba con alguien por teléfono (por el tono supuse que se trataba de una conversación laboral). Mi tierna Lucía miraba “Rosa de Lejos” en la cama.
-¿Qué haces mirando “Rosa de Lejos”?- dije a modo de saludo, genuinamente sorprendida.
- ¿Viste? La encontré haciendo zapping. Me trae buenos recuerdos- me respondió, sonriente.
- ¿Buenos recuerdos? ¿Por qué?
- Con la abuela éramos fanáticas de Rosa. La veía cuando volvía del cole ¿no te acordás?
Y no, no me acordaba. Tampoco sabía por qué debía acordarme si fueron contadas con los dedos las veces que estuve en casa a esa hora en época escolar. Ya bastante sorprendida estaba de reconocer semejante reliquia doméstica, un recuerdo sustentado sin dudas en el éxito arrasador de entonces que hacía imposible no toparse con ella, y en el tono de voz inconfundible, afectado e insoportable de Leonor Benedetto que lograba atravesar abismos temporales en segundos.
- ¿Cómo estás? ¿Qué puedo hacer por usted?– le dije jocosa, cambiando de tema abruptamente.
- Maso. Me siento re mal, me duele todo. Tengo una teta a la miseria. Horrible. Necesito que me mimes un poco.
¡Ay! Mi hija es la más dulce cuando dice esas cosas. Sin embargo, ese fue el último caramelo que comí aquel día, porque desde el minuto en que Pablo salió con destino a su reunión laboral y “Rosa de lejos” se despidió por enésima vez, melancólica y sugerente detrás del vidrio opaco de un ventanal; el viernes se aferró al cauce torrentoso, provocado por la conjunción de emociones de una beba, una madre enferma y una abuela inestable. Julieta, como era de esperar, se aburrió de sus juguetes y reclamó atención. Fue entonces que desplegué toda mi parafernalia de muecas y voces impostadas que por momentos la entretenían pero invariablemente perdían su efecto. Estaba especialmente inquieta e irritable. “La leche de fórmula le está cayendo pesada” decía Lucía desde el cuarto, buscando motivos; pero yo caía, irremediablemente, en el desorden que más temía. Sumado a esto, a medida que se acercaba el final del día el panorama empeoraba para las tres: mis recursos frente a Julieta se agotaban cada vez más rápido y Lucía además de verse obligada a cumplir su nuevo rol, se sentía cada vez más afiebrada. Pasadas tres horas, simplemente me entregué a mi misma. Que no es algo bueno cuando a una la llaman para cuidar a otros.
Encendí un camel sin filtro en el medio del living no sin antes abrir la ventana. La tensión delimitada e inconfundible en el paladar producto de la abstinencia -detrás de los dientes y hacia el inicio de la traquea- cedió mágicamente cuando el humo atrapado en mi boca, como un afluente bendito, impregnó mi garganta de un sabor térreo y sedante. Cerré los ojos y sentí, simplemente, que todo volvía a ser posible. La voluntad regresaba a mi, trepada a una inmensa voluta grisácea. Pero en el instante en que cerré los ojos para descontarle a mi vida unos pocos minutos insignificantes a cambio de un tercer momento de placer reparador y eterno, escuché el llamado de Lucia. Pité con tanto ahínco que al levantarme del sillón sentí todo el peso de mi propio cuerpo en los pies, que como grilletes, les impedía realizar el movimiento solicitado. Aún así, luego de unos segundos en los que logré recuperar la compostura, acudí al llamado.
-Acá no se fuma- Lucia me miraba fijo, seria, con Julieta prendida a su teta sana e insuficiente.
-Necesitaba fumar, Lucia –me justifiqué, inmutable.
Acaso mis ojos, o el leve movimiento de mis labios delató mi ira. Su respuesta no se dejó esperar y logró encenderme.
–Desde que nació Julieta en esta casa está prohibido fumar y tendrías que saberlo. No sos vos la que tiene que enojarse- insistió.
-No vas a decirme lo que tengo que hacer o dejar de hacer, Lucía. Fumé toda mi vida y nunca te trajo problemas- retruqué.
-¿Qué sabés si me trajo problemas o no? ¡No puedo creer que vengas a cuestionar que no se puede fumar cerca de un bebé! Si vos fuiste incapaz de dejar de fumar fue porque eras y sos una egoísta que nunca pudo pensar en otra cosa que en vos misma y te importó un carajo si nos hacía mal o no. Yo, desde el día que me enteré de que estaba embarazada, no fumé más. Lo sabés. Incluso me felicitaste cuando te lo dije.
Imposible como la virgen madre, mi nombre repentinamente fue el suyo: quedé invertida para un reto. Tan sobreactuadas y remotas se me antojaron sus palabras que no fue necesario el atisbo de un milagro para que levitara en la imagen misma de la madre: sufrida, abnegada, espectral. Esa fantasía inmemorial tan sólida como real de la que siempre intenté diferenciarme.
-¿Y el respeto al otro? ¿Y la libertad, Lucía?- dije con tristeza.
-No vengas a reivindicar ahora tu derecho de fumadora porque te desubicás mal. La libertad no tiene nada que ver con fumar o no fumar. Además, para convertirse en madre la libertad es una de las cosas que hay que estar dispuesta a perder.
Y un silencio. Un abismo. Un castigo.
“Mi hija, mi madre” no dije, ni pensé. Lo escribí –después- y agregué: “mi fantasma”.

10 abril, 2008

Por favor

Creo que nunca conté mi historia en este blog. Básicamente mi marido y yo somos una integrante más del 15% de parejas infértiles que viven en la Argentina.

Después de algunos años que transcurrieron con mucha tristeza, impotencia, bronca, esperanza, desesperación y soledad, pero también gracias a la ciencia y a haber tenido el dinero necesario para intentarlo una y otra vez, el 27 de marzo de 2006 un llamado telefónico del centro de fertilidad donde nos atendimos me avisó que lo habíamos logrado: al fin estaba embarazada.

Exactamente ocho meses después nació nuestro hijo. En este punto del post tendría que agregar que es la luz de nuestras vidas y todas esas cosas que decimos los padres al hablar de nuestros retoños. A pesar de que no existan palabras para manifestar cuánto amor es capaz de despertar ese niño, insistimos en tratar de describir qué se siente al gestar un hijo, al parirlo, al amamantarlo, al verlo crecer. Pero...la verdad es que no se puede. No se puede porque no alcanzan los diccionarios del mundo para expresar cómo es. Hay que vivirlo. No hay otra. Al contarlo siempre te quedás corta.

Todo el mundo debe tener el derecho a vivirlo. Y aunque parezca mentira, hoy no es así. Porque (al menos en este país) el acceso a los tratamientos de fertilidad es un privilegio para las parejas que cuentan con dinero suficiente para costearlos. Casi siempre los intentos son más de uno. Hay gente que se endeuda para hacerlo. Y hay gente que directamente no puede soñar con probar. Y no es justo. Sé que muchas personas piensan "y bueno, que adopten y listo", expresión que no voy a debatir porque no es el foco del mensaje que quiero dar.

Las parejas con trastornos reproductivos necesitamos que se reconozca que lo nuestro no es una obsesión, ni un capricho para competir con la naturaleza o para desafiar a Dios. Simplemente tenemos una enfermedad, un problema físico que requiere tratamiento, a veces operaciones, internaciones, y siempre (pero siempre) de la administración de drogas caras. Nada de esto forma parte del PMO. Ninguna obra social o prepaga lo reconoce. Sale todo de nuestros bolsillos, hasta que éstos se quedan vacíos y flacos y ahí nos damos cuenta que llegó el momento de resignarse y colgar los guantes.

Por esto hoy les pido: apóyennos. Nos estamos organizando. En el sitio Infertilidad-arg las chicas están armando una movida importante. Apelamos a la solidaridad de todos.

No saben cuánto les agradezco. Mi familia también.

23 marzo, 2008

Carta para Leticia

“(…) no se si voy a poder quererlo si no lo tuve en la panza… si no es parecido a ninguno de los dos, si sé que no es nuestro (…)”

Esta carta tiene 15 años. Fue mi reacción a las dudas de Leticia, mi gran amiga de entonces. La escribí a lo largo de una madrugada, no tanto para mi destinataria sino para entender por qué sus palabras me habían desvelado. Finalmente se dejó ver, ajena a los primeros esbozos, los tachones y las hojas alborotadas. No me fue difícil reconocer cuáles de las palabras de Leticia les dieron luz a las mias, pero me resultó sorprendente descubrir el tiempo que me llevo entender –casi un año después de empezar a discutir sobre los desafíos y los riesgos de la adopción – el puente que, más allá de la distancia que nunca intenté negar entre el hijo biológico y el adoptado; unen a uno y otro, y en algún punto constitutivo, los igualan.

Transcribo algunos fragmentos,

(…) Todos los cachorros humanos nacemos con la necesidad urgente de ser salvados. Salvados del principio de eficacia que nos escupe desamparados y se desentiende. Todos y cada uno de nosotros necesitamos una voz suave que al nombrarnos nos rescate de la masa indiferenciada, para hacernos unos (no otros) y dejar atrás la nada. Unos besos muchos y por sobre todas las cosas, constantes -leche tibia y una canción de cuna- para producir la alquimia inmemorial de transformar al manojo de vida en un hijo. Un sutil y decisivo pliegue del nacimiento, eclipsado tal vez por su grotesca, agotadora y dolorosa expresión física. El gesto inaugural del amor para recuperar la simbiosis ilusioria que acaba de romper el cuerpo. Un inicio después del inicio; intenso, desbordante, contenido, gradual –siempre amoroso-, o un inicio truncado (vivir puede parecerse tanto a bordear eternamente un abismo). Sucede en la inmediatez del primer contacto (es verdad, la naturaleza deja en la parturienta como al pasar –casi con desprecio- las hormonas y sus efectos como buenos augurios al recién nacido; pero definitivamente no es cierto que esto alcance, y por el contrario, hay veces que logra el efecto inverso) o sucede después –una mirada que no puede enfocar, el olor aparentemente imposible de la tibieza en la piel de un recién nacido, o quizás sea necesario un esfuerzo mayor y sean las palabras –no muchas: “ma-má”- las que franqueen la primer puerta al paraíso. A veces, sucede; pero tan débil que se disuelve como la sal en las primeras o tardías lágrimas de desencanto. Y a veces (muchas son las veces) simplemente, no sucede (vivir puede parecerse tanto a la búsqueda eterna de un abrazo imposible).
(…) querida Leti: ahora intento decirlo en pocas palabras, sin miedo a exagerar ni ánimos de reducir la complejidad de tu preocupación con mi retórica: tengo la certeza de que; como marca indeleble, reflexiva o naturalizada; todos los hijos son adoptados. Dale, animate a adoptar el tuyo. (…)

16 marzo, 2008

El aleteo de una mariposa

Soy supersticiosa, fóbica y a mi cotidianeidad la sostengo a fuerza de rituales. Me despierto cada día a la misma hora (sin despertador). Me levanto con el mismo pie (el derecho, obviamente). Voy al baño, me lavo los dientes (cambio el cepillo rigurosamente cada tres meses, misma marca, mismo color) Descorro las cortinas de la cocina, pongo comida en el plato de la gata y preparo el desayuno. Desde hace años –y a lo largo de todo el día- respeto invariablemente una secuencia de pequeños actos aprendidos y de tan repetidos automáticos. Varía con el tiempo para adecuarme a las prioridades esenciales de cada etapa, sólo sustituyo una por otra para ajustar su estructura y funcionalidad a las convivencias. Una fuente de motivaciones que en sus descargas contundentes son capaces de neutralizar el desequilibrio provocado por las pequeñas sorpresas e imprevistos cotidianos; conformando al entrelazarse, un universo cerrado de sabores, sonidos, olores y sensaciones particulares. Ayer, sin ir más lejos, desde el dormitorio y a breves instantes de haberme despertado agendé mentalmente llamar al service de la heladera porque la variación en el sonido del motor había emergido disonante del ronroneo inaudible de la cotidianeidad. En mi orden cuidadosamente ensamblado soy fuerte. Invencible.
Sin embargo, hay veces que la repetición constante fracasa en revertir el auténtico núcleo de mi caos –sin más: la suma de mis errores - y por el contrario se transforma en una prisión asfixiante, en una nueva demanda para hacer frente. En esos momentos, ansío desesperadamente que suceda aquello de lo que suelo huir. Un insignificante gesto del destino que redireccione mi atención hacia otro sitio. Una intromisión mínima. El aleteo de una mariposa en algún remoto lugar de mi universo.
Aquella mañana era uno de esos momentos.
La alarma de la jarra eléctrica se superpuso con el teléfono, una coincidencia doméstica que aunque nimia interpreté como el anticipo de un instante mágico. No me equivoqué. Era Lucía. Si bien nos habíamos visto varias veces después del nacimiento de Julieta, era la primera vez que ella llamaba desde nuestra última discusión.
-Hola… soy yo.
-¡Hola Lú! – fue mi saludo esperanzado. No obtuve respuesta. -¡Qué lindo que llamaste! ¿Cómo está July? La extraño mucho ¿sabés? –sobreactué una alegría cierta, verborrágica, como siempre que un silencio se interpone y me incomoda.
Lucía, repentinamente, interrumpió mi monólogo.
-Mamá… estoy muy cansada. Hace seis horas que esta llorando sin parar. No doy más.
Su voz era un murmullo, las palabras se articulaban lentas y caían al vacío en las últimas silabas. En contraste, el enojo. O para ser más precisa: esa furia desatada cuando el enojo es indiferente a las consecuencias. La naturaleza embravecida, desbordante, en el llanto de Julieta que –yo intuía- había roto el hechizo. Lucía ciertamente estaba del otro lado del paraíso, en el pantano brumoso donde la maternidad pierde su brillo y se vuelve oscura, densa, viscosa.
Yo no sabía si Lucía estaba llorando, pero sabía que estaba llorando como lloramos todas alguna vez. Imaginé sus ojos azules cerrados, las cejas levemente arqueadas hacia el centro, y dos lágrimas ardiendo en sus mejillas: las pruebas ineludibles del rito de iniciación a una femeneidad nueva y tan vieja como el origen y la vida.
- Hija: no llores. Voy para allá. Poné a Julieta en su catre, y si llora dejala que no le va a pasar nada.
Hice un par de llamadas para cancelar las reuniones del día y salí a la calle –sin maquillaje, sin peinarme siquiera- caminé unas cuadras, paré un taxi y fue mirándome al espejo retrovisor que me di cuenta que en el apuro había olvidado a la gata en el balcón. “Que se joda”, pensé. “Tiene la suerte de ser animal”. Y por un largo rato, dejé de pensar en mi.
Cuando llegué, Lucía tenía a Julieta en brazos y caminaba de un lado a otro, mientras “El Reino del Revés” sonaba de fondo. Julieta lloraba a los gritos. El estado de Lucía era francamente lamentable. Las ojeras oscurecían sus ojos, y en su remera oscura dos lamparones blancos olían a leche rancia.
-No pude- fue lo primero que me dijo como quien pide perdón. Su tono era infantil. Era fácil imaginar el puchero que faltaba.
-¿Qué no pudiste?
-No pude dejarla llorar, no aguanto que llore de esa forma sin hacer nada.
Me sonreí y la abracé como cuando era chica. Ella se dejo abrazar y me dio a Julieta que se retorcía, irritada.
-Bañate y salí a tomar aire, yo me quedo con July hasta que vuelva Pablo.
-¿En serio? Mira que faltan dos horas ¿eh? ¿de verdad podés?
- Si, en serio. Quedate tranquila. Yo me ocupo.
En cuanto Lucía se fue, acosté a Julieta en esa alfombra mullida, llena de espejos y juguetitos de colores que sus padres insisten en llamar gimnasio, y la desnudé. Apagué la música y susurré las mismas canciones que escucharon mis hijas a su edad. Me sorprendió recordar cada palabra, cada melodía. Julieta interrumpía por momentos su furia para fijar con dificultad sus ojos en alguna parte de mi cara, que rendida, supongo que le daba más curiosidad. Invariablemente, durante un tiempo que pareció eterno, volvió de mi frente a sus ojos cerrados y acuosos para retomar el llanto desaforado. Sus piernitas rollizas subían y bajaban, la panza se contraía, sus puños cerrados temblaban con odio. Ensayé palabras suaves, caricias tibias que abarcaban con dos palmas todo su cuerpo. Entonces opté por levantarla. La acuné y apoyé sobre mi antebrazo con la espalda hacia el techo moviéndola despacio hacia arriba y abajo, presionando por su propio peso la barriguita hinchada. Finalmente di en el blanco: un estruendoso y gigantesco pedo fue el inesperado punto de inflexión de aquella tarde. Al trueno inicial le continuaron algunos ecos menores que liberaron a la princesa de su dolor. Y no lloró más ¡No lloró más! Es indudable que por momentos la felicidad toma formas ridículas sin por eso perder intensidad.
Cuando Lucía volvió de su paseo –dos horas después- Julieta descansaba –no por casualidad precisamente- en su babysit rosa bebé: el primer regalo de la dichosa abuela que soy.
-Gracias- dijo Lucía con admiración y los ojos iluminados de gratitud. Si ella supiera lo mucho que ansié que en un instante como aquel, tan vulnerable, su fragilidad provocara un gesto desprevenido -una grieta imperceptible- donde ganarme el indulto que necesito, sabría -seguramente- que su agradecimiento es mucho más de lo que merezco.

10 marzo, 2008

Desterrada

Ayer Julieta cumplió un mes. Hubo un breve festejo que se interrumpió repentinamente cuando su llanto se hizo inmanejable y todos renunciamos a calmarla. Su madre con voz firme nos invitó a retirarnos sin dejar espacio para dubitaciones: tomé mi cartera del sillón, y con la mueca estúpida y ya vaciada de sentido con la que hacía instantes había intentado infructuosamente hacer sonreír a mi nieta saludé a su padre que me devolvió una mirada llena de compasión y cansancio. A Lucía, en cambio, la abracé con fuerza buscando una empatía que no pareció necesitar, y me fui. Creo que fue entonces, del peor modo, con ternura y firmeza –haciendo uso de un derecho irreprochable- que se inició un nuevo tiempo para mí. Ayer me echaron. Todavía estoy averiguando de dónde, pero lo cierto es que ayer fui desterrada.
Sergio y Marisa, mis consuegros, con la corrección que los caracteriza se ofrecieron a llevarme en su auto, y yo, haciendo alarde de mi absoluta carencia de habilidades sociales insistí en caminar, al tiempo que, sin darme cuenta -pero esto ellos no podían saberlo- sacaba sin disimulo el dinero para un taxi.
Nunca me sentí cómoda con ellos. Permanentemente sobreactúan con gestos pequeños y certeros una diferencia moral que me irritaba. Esta vez, me sentí incapaz de anteponer mi libertad al sarcasmo de Marisa; demasiado exigida estaba intentando disimular la envidia. Porque ayer, es verdad, hubiera necesitado ser escoltada por un hombre, sino el padre de Lucía al menos uno de espaldas anchas y voz decidida, que le diera fuerza con su presencia a las palabras que buscaban sonar de abuela que tan frágiles y ajenas me salían. Un alguien que después me abrazase con fuerza para disipar mis sombras y me diera el indecodificable consuelo de una sopa caliente antes de hacerme el amor.
Quizás así no me hubiera sentido tan vieja como me siento. Tan seca por haber acelerado el tiempo pariendo una hija antes de los veinte. Sólo de ese modo encuentro explicación a esta tremenda injusticia. No cumplí aún los cincuenta, pero los años que tengo por delante parecen estar todos atados a mi cuello, al borde del abismo de la tercera edad. Estoy desconcertadamente triste, indiscutiblemente sola. Tomada por un anacronismo. Ser abuela me pegó mal.

06 marzo, 2008

¡Ay Papantla, tus hijos volan!

Yo siempre he cuidado mucho a Angela de que no se caiga, o que al menos que no tenga caídas tan aparatosas.

Mi hija es muy hábil en tareas manuales, no es de los niños que corren todo el tiempo y escalan en cada mueble o pared que encuentren. Tampoco es muy afecta a usar la bicicleta, prefiere ponerse a pintar, no es muy hábil para correr como otros niños de su edad, no es de las niñas que traen las rodillas raspadas y llenas de moretones. El papá siempre me reclama que le hace falta más actividad física, ser un poquito más "marota", que le hace falta caerse un poco más.

Esto último se lo cumplí. Mi hija estaba encantada con unos zapatitos nuevos, caminaba muy coqueta y en un momento dado intentó bajar las escaleras. No quiso que le diera la mano, tampoco que la vigilara, así que desaparecí de su vista. En algunos segundo escuché un golpe fuerte y quise pensar que algo se había caído porque mi hija nunca se cae. Enseguida escuché el llanto, me acerqué corriendo y vi a mi hija con el vestidito hasta la espalda, tirada de panza en las escaleras. La levanté y vi que tenía la raspones en la frente, nariz, rodillas y codos.

El papá se acercó y le dije: "mira, ahí está, para que no digas que le hace falta caerse". Juntos abrazamos y acariciamos a la inconsolable niña después de su primer caída aparatosa. Sé que habrá más, pero esta vez me sentí como si yo misma la hubiera aventado escaleras abajo.

29 febrero, 2008

¿y las demás colaboradoras? ¿les comieron las teclas los ratones? Quiero conocerlas chicas.

28 febrero, 2008

Círculos

Mis padres vinieron a vivir a Morelia hace casi treinta años, estuvieron un tiempo en casa de mi abuela paterna la cual no conocí y después se fueron a su casa que era apenas un terreno con dos cuartitos y un baño. Ahí nací. En esa casa he estado toda mi vida, incluso un tiempo después de casarme y un tiempo despues de separarme.

Vivir en la misma ciudad, y más aún, en la misma casa tanto tiempo provoca cierta sensación de repetición, de circularidad; una especie de deja vu. La casa también fue la primera que mi hija habitó, usó ropa que era mía cuando apenas pesaba 7 kilos, a veces come en la misma cocina donde yo comí durante mi infancia y juventud, juega con un par de muñecas que alguna vez fueron mías. Incluso asiste a la misma escuela donde yo asisití, la maestra no es la misma pero se llama Martha, igual que mi maestra de preescolar. Solo le pido a Dios que mi hija no se descalabre en la banquita roja del patio y que su primer serenata no sea a los 5 años.

La mayoría de las cosas son distintas: mi hija usa perfectamente el microondas, en mis tiempos ni siquiera existía; mi padre tiene una colección de carritos a escala a los que yo tenía terminantemente prohibido acercarme a menos de medio metro, mi hija los usa a su antojo; yo desde los dos años digo groserías, mi hija habla de una forma exquisitamente correcta y goza de un amplio vocabulario. La lista sería interminable, definitivamente las cosas ya no son como antes.

Aún con las diferencias, mi hija me ha traído a manera de flashback los mejores recuerdos de mi infancia porque algunos episodios son similares a los que hubo en mi vida hace 2o años, incluso he llegado a recordar lo que sentía en ese enotnces, el cómo veía el mundo, mis dudas. Es como ver el remake de una película, como Pinocho 2000. Vuelvo a vivir mi niñez, sólo que ahora no me lleva mi madre de la mano, me lleva mi Ángela.

21 febrero, 2008

La historia de Cui Miguel

Tengo un pequeño de 3 y medio, mi suegro se llama Cuitlahuac, mi esposo se llama Cuitlahuac y si, ya sé lo que muchas pensarán, mi hijo se llama Cuitláhuac, y es Cuitlahuac tercero, como Shrek Tercero.
(Cuitláhuac (1476 – 1520) fue el penúltimo tlatoani -gobernador, incorrectamente llamado emperador- mexica. Era Señor de Iztapalapa y hermano de Moctezuma I. Su nombre significa literalmente "(el que) ha sido encargado (del cuidado de alguien)". (tomado de Wikipedia).
Y la historia nuestra es la siguiente: cuando supimos que era un varón el que venía en camino, mi esposo, como orgulloso padre, decidió que su hijo se llamaría Cuitlahuac, sólo Cuitlahuac, como él y su padre, al que además le daría mucho gusto que su hijo se llamara así, teoría que yo respaldé durante todo el embarazo hasta el día de ir al registro civil, en el momento de llenar la proforma del acta, que asenté que el nombre del niño sería Cuitlahuac Miguel, excuso decir que si sus ojos hubieran sido cuchillos me habría acuchillado, y ni qué decir de los ojos de mi suegra, ella tan dulce y tierna me miró con ojos desafiantes (no es cierto, es para que se ponga emocionante), no fueron desafiantes, pero si de despecho, porque de dónde carajos había yo sacado el Miguel, !por Dios!, y claro, ella no sabía que mi papá-abuelo (porque me crié con él) se llamaba Miguel, y que en su honor yo quería ponerle a mi hijo Miguel, es más Miguel Angel, teoría que fue descartada por mi marido en primera instancia, pues ningún nombre le parecía combinable con Cuitlahuac. En contadas ocasiones hemos tocado el tema, pues siempre terminamos peleando, a lo que una vez le contesté: el tiempo me dará la razón, y como si fuera así, cuando el pequeño entró a la guarde, todo mundo le dijo Miguel, hasta entonces yo también me atreví, jajaja, siendo mi hijo, no sabía como llamarle, casi siempre prefería el CUI, o mejor el: cachorro, hijo, bebé, peque, perruni, perrunito (es de cariño y ahora que casi no le digo, me pide: "mamá, dime peduni"). El niño sabe que se llama Cuitlahuac Miguel.

19 febrero, 2008

Historia de Angela

Mi adorada hija se llama Angela, el nombre significa: mensajera de Dios. El nombre no lo elegí por el significado, simplemente me gustó en la situación más absurda que cualquier persona pueda imaginar.

Eran mis primeros días en la Universidad Michoacana, lugar en el que los trámites de cualquier tipo son más pesados que la carrera completa. Para quedar formalmente inscrita necesitaba hacerme unos análisis de laboratorio, obviamente en la facultad de Farmacobiología de dicha universidad no sin antes hacer un pago en el banco y llevar la ficha de depósito, para posteriormente ir a la facultad de Odontología a una revisión y a la facultad de Medicina por un certificado médico.

Este trámite como requisito lo consideraba innecesario pero después comprendí que lo hacen para que pongan en práctica sus conocimientos los estudiantes de las facultades relacionadas con la salud.

Llegué un día a las 6 de la mañana con mis muestras en frascos al igual que decenas de estudiantes, situación por demás vergonzosa. Yo era la primera, lo sabía porque alcancé a ver mi ficha de depósito arriba de las demás en el escritorio. Nos irían llamando uno a uno por nuestro nombre leído en la ficha con el fin de sacarnos sangre. En ese entonces las fichas de los bancos eran copias al carbón y lo que estaba escrito en ellas no era del todo visible.

Empezaron a llamarnos y efectivamente yo era la primera. Mi nombre es Ana Gabriela pero como la ficha estaba poco legible se confundieron y me llamaron Angela y desde ese momento me gustó cómo se escuchaba. Sabía que estaban llamándome pero no respondí para que repitieran el nombre otra vez, volver a escucharlo y pensar que de verdad me llamaba así. No corregí el nombre, simplemente pasé al consultorio y dejé que me siguieran llamando Angela.

Al salir de ahí decidí que si tenía una hija le pondría de nombre Angela. Se lo comuniqué a toda la gente que conocía, y mi entonces novio estuvo de acuerdo. Algunos meses después me embaracé, mi hija nació y nadie me preguntó su nombre, simplemente comenzaron a llamarla Angela desde el primer día.

Seguramente los nombres de sus hijos también tienen una historia. Las invito a comprartirla.

15 febrero, 2008

Sobre la incuestionable superioridad de las nuevas generaciones

Desprevenida caminando al sol, Felichi pregunta
—Si pudieras tener tres poderes sobrenaturales, ¿cuáles querrías?
—Es difícil. Creo que serían la invisibilidad, la teletransportación y la telepatía. ¿Vos?
—La inmortalidad, la eterna juventud y la levitación.

No comments.

08 febrero, 2008

Me presento

Soy Gabriela, tengo 24 años y una nena de 5 recién cumplidos. Mexicana, de la ciudad de Morelia. Soy teóricamente casada; mi esposo vive en una ciudad a dos horas de aquí desde hace casi un año y la distancia ha dejado de ser meramente física.

Recién me topé con este blog y en una noche lo leí todo, hasta los primeros archivos; de sobra está decir que me encantó y no dudé en participar. Me gustó la idea de que sean muchos participantes, las experiencias compartidas de alguna manera hacen mas llevadera la tarea de ser madres.

Tengo mucho para aportar, solamente espero poder postear periódicamente.

Saludos a todos.

04 enero, 2008

Entretenimiento veraniego

Esta es una entrada autopromocional. Ustedes sabrán disculpar, pero para mantener entretenidos a los niños que se niegan a asistir a alguna de las colonias veraniegas que auspicia la ciudad los convencí de hacer un podcast.

Y les re gustó. Se divirtieron como cretinos. Yo estaba segura de que iba a ser así, y que yo iba a trabajar más que ellos en lo técnico del asunto... Pero bueno, aquí salió el número 0 de mi primer nieto (el hijo de mis hijos)

PaMaTo, el podcast de los chistes malos

Disfrútenlo y, si se copan, dejen algún mensaje o envíen un chiste.