14 julio, 2011

Mc Donalds

Era muy joven cuando tuve a mi hija, tenía 19 años y mi esposo 23. No teníamos ni dónde caernos muertos. Angela fue testigo de todas las dificultades que debimos sobrellevar para tener la casa que ahora tenemos, fue testigo de nuestro andar de arrimados de casa en casa. Angela presenció que tanto su padre como yo, con mucho esfuerzo terminábamos cada uno la carrera, nos vio desvelarnos cada noche para entregar trabajos. Algunas veces me acompañó a clases, me vio presentar examenes y obtener buenas notas.

Pero la razón por la que Angela se siente orgullosa de mí, es que en mi época de estudiante soltera trabajé en McDonalds. Solamente fue un trabajo de dos meses, mi falta de empatía con ese payaso de pelo rojo no me permitió seguir. Pero cuando lo mencioné como un comentario sin importancia, mi niña demostraba llenarse de orgullo; les platicó a sus amigas y el dato corrió como reguero de pólvora en todo el grupo y ya nada fue igual, todos los niños me observaban con admiración, como si hubiera salvado al mundo.

Ahora sé que podría tener muchos logros más en mi vida, pero ninguno superará el haber preparado hamburguesas en el restaurante que hace sonrisas. Por supuesto me ha implorado que lo haga de nuevo, pero no deseo ir por la vida oliendo a pepinillos.