25 abril, 2006

¿Se puede amar a dos al mismo tiempo?

Soy hija única. Eso significa que fui única destinataria de los afectos de mi abuela Dolores (la que me crió); fui la reina de su corazón, la niña de sus ojos, la razón de su existencia, su mimada, su alegría. Y lo disfruté durante varios años. Pero, al ir creciendo, fui sintiendo que, tal vez, ser hija única no era la situación ideal. Y muchas veces, ya de grande, sentí que, si hubiera tenido hermanos, hubiera podido… cómo decirlo… enfrentar mejor la “salida al mundo”: aprender a encontrarme con otro, a compartir, a cuidar, a pelear, a negociar, a defender mis espacios y mis tiempos propios en un ambiente seguro, antes de salir al ruedo. Por eso, decidí que no tendría un solo hijo.
Si hubiera empezado más joven, me hubiera gustado tener tres. Pero empezando a los 37, me parece que dos es un buen número. (Por supuesto, mi marido sigue divagando con que podemos tener muchos, pero yo ya le dejé bien en claro mi posición varias veces; dos es la máxima concesión que puedo hacer a esta altura). Mi edad tope para tener hijos eran los 40, y el plazo se cumple este año…; realmente, era una carrera contra el tiempo.
Al mismo tiempo, a pesar de mi convicción inicial, más de una vez, después de tener a Bianca, sentí una especie de angustia al pensar en tener otro hijo, previendo que voy camino de perder la poca salud mental que me queda, que voy a tener que resignar más espacios y tiempos propios (¿qué, todavía me quedaba alguno?), etc. Pero está decidido. Realmente creo que lo mejor para la nena es tener un hermanito.
Pues bien, empezamos a buscarlo, y quedé embarazada otra vez. Y ahora se actualiza otra sensación que experimenté a poco de tener a Bianca: ¿se puede amar a dos hijos con la misma intensidad? No puedo menos que sentir que todo el caudal de amor que ahora dedico exclusivamente a mi hija se va a tener que dividir en dos, y que no solo ella va a perder, sino que también su hermanito o hermanita corre en desventaja, porque desde el vamos le va a tocar la mitad del amor que recibió su hermana hasta ahora. Y, la verdad, sufro por ellos al pensarlo…
Las madres con las que he hablado me aseguran que “siempre hay lugar para uno más”, que uno ama a todos sus hijos con igual fuerza, aunque no pueda dedicarle a cada uno el mismo tiempo y atención que dedicaría a uno solo; pero por más que racionalmente lo entiendo y lo acepto, en mi interior sigue rondando esa terrible duda...

19 abril, 2006

lo que sobra y lo que falta

—¿sabías que aunque los chicos nos creemos los efectos especiales de las películas, los adolescentes, los adultos y los ancianos ya saben que son efectos especiales?
—Claro. ¿Vos por qué pensás que los chicos creen más en las películas que ven y en las historias que leen que los grandes? —pregunto, mientras me respondo mentalemente que es porque los chicos manejan menos datos sobre cómo se construye la ficción.
—es obvio mamá: ¡porque los chicos tenemos más imaginación!

13 abril, 2006

BASTA!!!!!

El año pasado fue el primero desde que Martín murió en que me encontré hablando y escribiendo acerca del asunto más de una vez. Fue así porque proliferaron los padres víctimas a quienes no quisiera parecerme jamás. Esa categoría de personas se arrogó el derecho de hacer o decir cualquier cosa, esgrimiendo su condición de doliente extremo o más aún: "¿ud. qué sabe si no se le ha muerto un hijo?".
Bien, me banqué un añito de análisis duro, de los medios a full con el tema y por sobre todo me tocó en más de una oportunidad la antipática cuestión de contestar algo así como: "a mi se me murío un hijo, y?. ¿qué plus de derecho te da un plus de dolor?. Ninguno."
Otra de las cuestiones que me tuvieron el año cromañónico en vilo, fue que ahora Laura tiene ya 9 años (edad que tenía cuando su hermano murió, hace siete), y por lo tanto no se ha privado ni un poquito de preguntar y preguntar hasta el último detalle acerca del accidente en el que murió su hermano. Este año, nuestra "notera amarillosa" nos mantuvo al trote y nos puso hizo volver a un sitio decididamente pasado.
El pasado fin de semana un varón de 16 años murió. El domingo, laurita se pasó haciéndonos notar qué curioso es que el chico muerto "tiene un mellizo...como juan", "que tenía 16 años...como juan", "que lo raro es que el muerto no es Juan sino Matías y el vivo no es Juan sino Martín, como nuestro muerto. Algo salió al revés, ....por suerte".
La sobreexposición del dolor ajeno en los medios, lejos de conmoverme me da bronca, mucha. Ese padre doloroso junto al gran padre de todos los padres dolorosos, Blumberg, me pone en guardia. Pero hoy cuando Laura vino a contarme que sus amigas-vecinas le dijeron que sería mejor que también nosotros nos fuésemos a otro país así no nos matan a Juan, creí que había llegado el momento.
Pegué un grito: BASTA!!!!!!, que se escuchó hasta en las antípodas de núñez. Salí al balcón a gritar, gritar y gritar hasta cansarme, me siguieron Juan y Laura que estaban llorando adentro asustados,abrazados. Salieron y les dije: "gritemos fuerte, bien con todo, saquémonos las ganas y la bronca, y que nadie nos pregunte por qué mierda gritamos....".
El portero, elegantemente tocó el timbre y nadie le abrió.
Mis amigas del edificio llamaban por teléfono y no atendimos.
Todo duró dos o tres minutos eternos.
Después entramos, nos hicimos un té y abrimos una lata de galletitas de jenjibre que traje de inglaterra, comimos y tomamos en silencio. La vida sigue.

11 abril, 2006

La decisión más difícil

Tengo 37 años, dos hijos con el mismo esposo, y una fertilidad rápida y precisa. Las tres veces que quise quedar embarazada, fue así y listo. Un sistema express.
En relación a esto tengo que decir que me encantan los chicos, que siempre me han gustado. Desde pequeña he querido estar rodeada de niños. Cuidaba a mi prima. Animaba cumpleaños. Era la niñera perfecta en cada reunión en la que hubiera un bebé. Cuando crecí empecé a creer que era Mafalda, pero seguía sintiendo como Susanita.
Esperaba tener cuatro propios, y eso me confimó un vidente al que visité una vez, más por curiosidad que por creencia. Dos varones, dos niñas, dos abortos. He cumplido con lo de los dos varones y un aborto espontáneo. Pensar que según el destino me quedan aún otros tres intentos, es como demasiado.
A eso quiero llegar. Sé con el corazón, con el mismo sentimiento con que supe que quería hijos más que nada en el mundo, que no quiero tener más hijos. Que cerré la fábrica. A dos manos, digo yo, dos hijos. Soy madre a tiempo completo y recién ahora empiezo a recuperarme a mí misma. Y estoy cansada. Y los bebés son hermosos pero verdaderamente molestos. Y mi cuerpo ya no es el mismo que el de hace siete años y dos cesáreas. Y mi esposo no quiere con total certeza. Sé todo eso y entonces... ¿por qué estoy aquí escribiendo? Sé que no quiero tener más hijos ahora. Pero estoy segura de que el día de mañana lamentaré no haber tenido otro. Bromeo con que me gustaría tener, ahora, uno ya criado. Fantaseo con la adopción... ¡Pero no quiero! No quiero empezar de nuevo. Ser esclava de un neonato, perseguir a un deambulador, volver a hacer papillas, cambiar pañales, lavar vómitos, enseñar límites, hablar en diminutivo, regresar al jardín, quitar todos los adornos, tapar los enchufes, preocuparme por si alguien fuma, por si hace frío, cargar el bolso con todo, no poder hilvanar dos frases seguidas, no salir, estar pendiente de esa otra personita, lidiar con los celos fraternales, perder mis espacios, preocuparme a muerte por un resfrío. No quiero. Lo siento en las entrañas. Tengo dos hijos hermosos, sanos, inteligentes, incansables. Y tengo 37 años... tendría que ser ahora... y ahora no quiero. Es la decisión más difícil que he tenido que tomar, porque tiene fecha de vencimiento.
Oh, lo sé. Debo estar escribiendo esto porque mi mejor amiga tuve una beba. La primera. Y yo la tuve entre mis brazos al segundo día, y luego la entregué a la madre con total felicidad de saber que no era yo la que tenía que llevármela a casa. Entonces está decidido: no quiero más.
¿Y si quiero..?

03 abril, 2006

tiempo al tiempo

El niño comienza nueva escuela de arte. La madre concurre a la reunión de padres para recibir la información pertinente a la cursada. En el momento del arribo escucha:

—... es importante porque se pierden la consigna, y además se corta el clima de la clase.

La directora recomienda no llegar tarde y la madre escucha el discurso por la mitad, porque llegó tarde. Después la directora indica que el establecimiento está abierto desde las ocho, y pueden dejar a los chicos a partir de esa hora.

A punto de culminar la reunión una señora pregunta desde qué hora puede dejar a su hijo y si no hay problema en que llegue, digamos, unos diez minutos después de la hora de entrada cada día. O sea: ella se había perdido TODO el discurso de la puntualidad, porque llegó después.

Hijo mío: mi karma es tu karma pero (respiremos tranquilos) siempre puede ser peor.