18 junio, 2008

Instinto animal... digo, maternal.

Desde que comprobé mi embarazo con una prueba de laboratorio, me dediqué a leer todo lo relacionado con la maternidad. Cada libro, enciclopedia, revista que pasó por mis manos fue leído cuidadosamente. Sé con seguridad que no soy la única en tratar de realizar una licenciatura autodidacta en Maternidad.

Ya que me encontré con Angela enfrente haciendo gala de sus pulmones con tremendo llanto, todo el material leído, consultado y clasificado no era más que papel con tinta, basura, espacio desperdiciado. Con decir que en sus primeras 48 horas de vida, mi niña solamente tomó tres alimentos (y eso porque una enfermera me hizo favor de llevarle leche de fórmula); todo porque yo no sabía que no me estaba saliendo leche, sólo Angela se había dado cuenta pero no tenía forma de hacérmelo saber más que llorando, lo cual es como hablarle a la pared tratándose de una madre primeriza de 19 años. ¿Y todo lo que leí sobre lactancia? Apilado a un lado de mi escritorio.

El pediatra de mi hija me dio un consejo que nadie más me habría dado, no lo hubiera esperado ni siquiera de él, una persona cuyo instrumento de trabajo es la ciencia. "Tu instinto maternal te dirá qué hacer, confía en él. Ese instinto jamás te dejaría hacerle daño a tu bebé".

Nada más cierto. En un momento de llanto inexplicable lo último que viene a la mente son las revistas, y por si fuera poco nos volvemos sordas a los útiles consejos de las abuelas. Mientras el bebé llora sólo podemos abrazarlo, pasearlo, revisarle el pañal, revisarle la ropa, tal vez llorar con él o tratar de amamantarlo... hasta dar con la solución.

Esa es la forma como yo aprendí a ser madre de un bebé. Ahora soy madre de una niña y después seré madre de una adolescente, un adulto; no sé si el proceso de aprendizaje será igual pero por si las dudas además de confiar en mi instinto continúo leyendo libros, enciclopedias y revistas.

11 junio, 2008

Cuatro meses

La felicidad, para el que no sabe ser feliz, tiene la intensidad de un café cargado, la brevedad de un bombón de fruta, la dulzura untuosa del chocolate. Para ser feliz hace falta un talento especial –una habilidad- que no todos tuvimos la suerte de aprender sin darnos cuenta. Y para quienes seguimos intentando, la felicidad implica el esfuerzo por desarrollar la voluntad de deshacer en la humedad de la boca el significado de los gestos y las palabras (el banquete siempre es preparado por otro), absorber con el cuerpo lo esencial y el nutriente, deshacerse de su forma irrelevante. La felicidad, para el que no sabe ser feliz, es una efímera experiencia comestible y quizás por eso, cuando aparece, se presente acompañada de sabores añorados y gratificantes.
Defecto o virtud, lo cierto es al entrar en aquel departamento me sentí tomada casi de inmediato por la luminosidad del ambiente. Últimamente, esa habitación es una caja de Pandora. No puedo anticipar lo que habré de encontrar allí. Y esta vez, no me saqué el abrigo sino la tristeza entera. No éramos muchos, y si bien hablé con todos y cada uno, no los recuerdo; embriagada como estaba por las burbujas de una gaseosa. La felicidad es una intensa experiencia de unidad, Julieta cumplió cuatro meses, y todos allí lo celebramos. Les hablé de mi nueva condición de abuela, del reencuentro entre mis hijas, de mi alegría recién estrenada. Pregunté, comenté. Me reí ante todo. Mucho y sin sentido, mientras me percataba de que lo más gratificante de la felicidad para los que no fuimos felices, es que los buenos recuerdos están siempre adelante y en el contraste, es posible captar el instante exacto en el que se están haciendo.

05 junio, 2008

Verde agua

Mayo anticipó toda la crudeza del invierno en unos pocos días, durante los cuales Julia y Lucía aprovecharon para prender la estufa al máximo, preparar chocolate con leche y tomar la casa como si fueran niñas. Me gusta escucharlas deshacer los años en infinidad de anécdotas que desconozco, eligiendo cuidadosas las piezas del pasado que les cuenta una historia compartida. Me gusta ser testigo del ritual con el que recrean el lazo maltrecho por la distancia. Se toman de la mano, se miran y ese parece ser el modo que encuentran de retornar a la ilusión que de tanto desear se convirtió en recuerdo. Mientras ellas se acomodan para ver una película, yo las observo sentada en mi sillón, ansiosa por adentrarme nuevamente en la novela que tengo entre manos desde anoche. “Verde agua”. Así se llama. Una novela íntima. Tan precisa que a poco de comenzar me hiere, impecable.

“Pienso en mi madre cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Las raíces de mi fuerza y de mi capacidad de no rendirme frente a las dificultades se hunden en su amor. La soledad, siempre al acecho incluso en una vida llena de afecto y que hace tres años me develó su rostro de Medusa, encuentra aún en ella su consuelo y su superación. Su amor total y definitivo por mi hermana y por mí es lo más puro e incorruptible que la vida me ha dado”

Pasaron las dos horas de película pero yo continúo exactamente en el mismo lugar. Y una vez más, releo. Sólo un atisbo de concentración y memorizo sin esfuerzo cada palabra de esta insospechada revelación tardía. La descripción exacta del recuerdo que me hubiera gustado ser en mis hijas, guardada en un libro que recién ahora comienzo a leer. No sé cuánto me distancio de ella. No puedo evaluarlo, aunque la sospecha que me detiene a preguntar comienza a hablar por si misma.

02 junio, 2008

LOGOGENIA

Me inicio en el ejercicio de la logogenia, un método de desarrollo de la competencia lingüística para niños sordos, que estudié en Salta con la primera logogenista argentina, Dra. Patricia Salas.
La logogenia fue creada por la lingüista Bruna Radelli, utilizando como base la gramática generativa de Chomsky, y se practica desde hace aproximadamente diez años en varios países de Sudamérica, España, Portugal e Italia.

Un niño oyente vive dos años inmerso en su lengua antes de comenzar a hablarla. Y luego, y sin que nadie se lo haya enseñado, nos asombra con construcciones lingüísticas que nunca hemos pronunciado a su lado. Ha adquirido su lengua. Los niños sordos no siempre logran desarrollar esta capacidad biológica. La logogenia busca sustituir el estímulo oral por el estímulo visual, lo hablado por lo escrito, para exponer al niño a la lengua.
La logogenia no es un método de enseñanza.
No es un método de lectura.
No es un método de comunicación.
No importa si el niño se comunica en forma oral o por lengua de signos.
Lo que importa es que los niños sordos no logran alcanzar niveles adecuados de comprensión lectora. No entienden lo que leen (los libros de texto, las consignas escolares, el diario, un cuento, Internet), y por ello, no leen . A medida que crecen, esta situación produce fracaso académico, laboral, y la imposibilidad de continuar aprendiendo.

Los logogenistas trabajamos atendiendo a un alumno por vez, varias veces a la semana. Nuestra herramienta es el "par mínimo", oraciones que ponen de manifiesto un contraste gramatical.
Por ejemplo:
Dame un lápiz.
Dame ese lápiz.
Dame los lápices.
Dame muchos lápices.
"Para comprender la diferencia entre estas oraciones no es suficiente conocer el significado de las palabras que las componene, sino es necesario ver también la información sintáctica que contienen. Esta es la información no lexical que es transmitida por medio de la estructura de la oración misma". (Bruna Radelli).

Pues bien, seré la primera logogenista de Buenos Aires, lo cual implica dar a conocer una práctica o terapia nueva. Con gusto responderé a cualquier consulta que quieran hacerme.
Si conocen a algún niño que pueda beneficiarse con la logogenia, pueden enviarle mi mails a sus padres.
Si alguien desea estudiar logogenia, junto a la Dra. Salas (ambas poseemos el extraño honor de ser las únicas logogenistas hipoacúsicas) estamos planeando la posibilidad de dictar el diplomado en la ciudad de Buenos Aires el próximo año.

Verónica Sukaczer
verosuk68@yahoo.com.ar