29 abril, 2008

NO QUIERO SABER MÁS

La última información dice que las mamaderas de plástico son peligrosas. Que por obra del calor liberan bisfenol A, un compuesto que en las ratas produciría alteraciones genéticas capaces de derivar en cáncer.
El bisfenol A se encuentra también en los tupperware, en el interior de latas, y en casi todo lo que a uno se le ocurra que use a diario.
¿Ahora tengo que preocuparme? Lo hecho, hecho está. No se puede llorar sobre la leche derramada.
Es decir, qué bien por las futuras mamás que nunca le darán a sus niños la leche en mamadera de plástico. Yo, desinformada, no hice otra cosa que ofrecerles plástico, y ni siquiera puedo decir que de la mejor calidad. Y además herví esas mamaderas (calor), les coloqué leche tibia (calorcito), las entibié en baño maría (hervor), volví a calentarlas en el microondas (calor con ondas, encima) y las esterilicé en un lindo esterilizador también en el microondas (más ídem). Y no fue siempre una mamadera diferente. Eran las mismas tres o cuatro que se calentaban hervían y volvían a calentar.
Así que si los alteré genéticamente, ya está.
¿Qué puedo hacer, más que lamentarme?
Estos descubrimientos deberían producirse una vez por siglo, digo yo. Así todas las mamás nos enteramos al mismo tiempo.
Porque... ¿acaso tiene más derecho a la salud un bebé nacido mañana y alimentado con mamaderas de vidrio, que el mío que es del siglo pasado? ¿No es eso discriminación?
Y no pasa sólo con las mamaderas.
Yo, de bebé, dormía boca abajo, por ejemplo.
Mi hijo mayor lo hizo de costado.
Y mi hijo menor, boca arriba.
Seguro que si tenés un hijo ahora te dicen que lo mantengas sentado porque se descubrió no sé qué cosa que hace que si lo mantenés erguido parezca de 20 a los 30.
Y allí todas las mamás, a comprar esos almohadones triangulares para mantener a los chicos paraditos, y los diseñadores de Palermo Soho a diseñar
almohadones con dibujitos de ovejas y palabras graciosas.
Es así.
Pasó con el PVC.
¿Quién de los ´60 ó ´70 no tuvo un juguete con PVC? ¡Pecado mortal!
Yo no digo que el PVC no haga mal. Todo lo contrario. ¿Pero cómo lo podía saber nuestra querida madre, que además nos compraba esas cocinitas de hojalata y nos ponía bombachas de plástico?
¿Y si ahora me dicen que los pañales que usé fueron los culpables del malhumor de mi hijo cada vez que tiene que hacer la tarea?
Y miren que yo compré lo mejor que podía comprar. El mejor cuando nació, que tenía esa muesquita tan linda para el ombligo. Luego uno más barato, y en la debacle del 2001... lo que se podía.
¿Y si se descubre que las telas de las camisetas deportivas truchas que se venden en los puestos callejeros producen alteraciones en la fertilidad, y se convertirán el día de mañana en padres de ocho hijos cada uno, y encima me pedirán que los cuide?
¿Cómo puedo saberlo?
Los cuido lo mejor que puedo. Con ese amor de madre que nos caracteriza.
Les dí la teta nueve meses a cada uno. Luego mamadera de plástico y lechita en tetrabick. Les limpiaba la cola con óleo calcáreo en casa y con toallitas húmedas en la calle que tienen una cantidad así de químicos extraños. Al principio hervía los chupetes -de plástico- cada vez que se les caían, pero al final terminé por chuparlos yo y mirar para otro lado (los chicos necesitan llenarse de microbios para desarrollar sus propias defensas). Les tomé siempre la temperatura con termómetro de mercurio porque desconfío de los otros.
Le pregunté al carpintero que hizo la cuna si la pintura era atóxica, pero no le pedí pruebas. Les dí de comer comidas que vienen en frasquitos de vidrio que calenté con las malditas ondas del microondas, mientras a su lado hablaba por el celular, enviándoles más ondas dañinas.
Sí, hice todo eso.
Los chicos crecieron. Ahora toman el jugo dietético y sintético en vasos de plástico, y recaliento las sobras en un tupper en el microondas, y les dejo elegir el shampoo por el perfume en vez de por la calidad. Y se ponen lo que quieren. Y se desabrigan en invierno. Y se comen las puntas de los lápices. Y las uñas. Y juntan piojos que estudiamos bajo una lupa. Y hacen experimentos extraños. Y ya no sé de qué están hechos sus juguetes.
Pero sobrevivieron. Eso parece.
¡Y ahora vengo a enterarme que, como siempre, todo lo hice mal!

22 abril, 2008

Cúlpome

Un café, una cerveza, una malteada; en una cafetería, en algún bar, en una fuente de sodas. No importa qué, donde ni con quién, lo necesitamos.

Sí, nos encanta ser madres a pesar de los desvelos, aunque la digestión nos cambie por no poder ir al baño cuando el cuerpo lo pide, aunque nos volvamos zurdas por cuestiones prácticas, aunque nuestra ropa no dure ni una mañana limpia. Pero a veces necesitamos hacer uso de nuestra individualidad, aunque eso y un viaje al espacio sea igual de cercano.

Cuando por fin logramos integrarnos un momento al mundo exterior viene la culpa. ¿De dónde? No sé, pero viene. Cuando salimos solas no podemos hacerlo con tranquilidad, siempre estamos pensando si el bebé estará bien. Aparece el sentimiento de abandono. ¿A quién abandonamos? Al bebé, que duerme plácidamente… ¿y si nos necesita?

También puede que la sensación de abandono sea hacia el marido, cuando es éste el que se queda en casa. Sentimos como si lo hubiéramos dejado en el foso de los leones, indefenso. Pero no, solamente se quedó con su hijo.

¿Por qué nunca falta alguien que nos haga sentir remordimiento? Lo más injusto es que a veces somos nosotras mismas las que nos flagelamos pensando que el hecho de querer separarnos un poco de nuestro retoño implica falta de cariño.

Aún con sus inconvenientes, esos pequeños destellos de libertad en mi caso y en muchos otros son necesarios. La Gaby esposa, la Gaby madre, la Gaby cocinera, la Gaby lavandera; todas ellas se alimentan de la Simplemente Gaby porque ésta fue primero, así que nutriéndola a ella todas las demás son felices por añadidura. Al volver a casa llueve paciencia a cántaros y a veces, sólo a veces, la culpa se va.

13 abril, 2008

Encontre esta nota en Infobae.com del día de hoy y pensé en compartirlas con uds en este espacio.

Me dicen Nina, estoy cursando mi tercer embarazo y trabajo hace 8 años en una multinacional en la cual, si bien recursos humanos tiene peso, a veces no puede evitar que sucedan determinadas situaciones.
Comunicar un embarazo a un empleador no siempre es un trámite, uno va con esa sensación de cómo se lo tomará. Mi primer jefe me puso cara de alegria y tras felicitarme me dijo: "por favor dejame todo organizado antes de irte". Mi segundo jefe, al que le toco felicitarme por mi segundo embarazo, tuvo una actuación brillante el día que se lo comuniqué pero luego me llamó a mi casa al mes del nacimiento de mi bebe pidiendome que vuelva (¿¿¡¡¡???!!!). Obviamente le dije que mi hijo estaba primero y me cavé la foza. Cuando volví me hizo la vida imposible.
No obstante esto, el premio se lo llevó mi tercer jefe. Cuando se lo conté me miró con cara de sorpresa total y tras pensar unos minutos me respondió: "bueno vamos a ver cómo se lo decimos al director para que no se enoje"....así, sin peridural, como si yo hubiese cometido un gravisimo error o le hubiera generado a la empresa una pérdida millonaria....en fin.
Les dejo la nota esperando que quienes trabajan como yo en relacion de dependencia, hayan tenido mejor suerte que la mia al momento de dara "LA" noticia en su trabajo.


" Ser madre y mantener una carrera son incompatibles
Las mujeres se ven discriminadas con el primer embarazo. Las oportunidades laborales son cada vez más reducidas y sus expectativas de crecimiento disminuyen
Ser despedidas, maltratadas, sufrir acosos sexuales o impedimentos para participar de cursos de capacitación son sólo algunos de los martirios que enfrentan buena parte de las mujeres trabajadoras cuando anuncian su estado de embarazo o bien cuando se reintegran a la oficina tras concluir la licencia por maternidad.A estas conclusiones arribaron distintos expertos consultados por la agencia Noticias Argentinas, como las denuncias registradas durante 2007 por el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi).Si bien a lo largo del año pasado el organismo contabilizó casi 20 denuncias en todo el país, "estos episodios se repiten constantemente. Hay muchísimos casos más que no nos llegan o porque son denunciados al Ministerio de Trabajo, al sindicato, a un abogado directamente, o bien no lo hacen. Y ni hablar de quienes están en negro, que no cuentan con derechos a favor alguno, y son las más perjudicadas", consideró la titular del Inadi, María José Lubertino."La experiencia nos demuestra, pese a no existir datos certeros, que estas situaciones son una constante para las mujeres, en especial, para aquellas que trabajan en los sectores no formales de la economía o en pequeñas empresas, comercios o servicios", detalló Olga Hammar, presidenta de la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades en el Mundo Laboral.Los motivos de los maltratos"Los patrones no dudan en despedirlas ante el temor por los obstáculos que la maternidad le pueda acarrear a la empresa.Además, porque saben que sale una y entra otra dado la gran demanda laboral", explicó Hammar.Lubertino, por su parte, puso especial énfasis en subrayar que "dentro del empleo no formal, la mayoría son trabajadoras, algo que ya de por sí nos pone a las mujeres en una situación de desventaja. A eso hay que sumarle que las únicas que nos embarazamos somos nosotras, quienes a su vez por estar en negro no tienen ningún derecho, ni obra social, ni cobertura, y son las que más evidencian este tipo de discriminaciones".Las grandes empresas, en tanto, tampoco están exentas de estos cometidos, aunque aparecen en menor proporción: "también ocurren, pero con menos frecuencia", coincidieron en asegurar ambas funcionarias.Los preocupantes datosLaura Paussari, investigorda del Conicet y miembro del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), se mostró más precavida y reclamó ante la escasez de estadísticas y estudios al respecto."No hay datos. Esto es un tema clave, la falta de información y de estadísticas laborales disponibles que contemplen situaciones de discriminación por razón de género. Muchas denuncias terminan en causas judiciales pero tampoco se conoce en detalle su cuantía y formas de resolución", precisó.Frente a este panorama, "¿por qué las damnificadas que se desenvuelven en la economía formal no suelen presentan una denuncia? Por temor a represalias, a perder el puesto de trabajo, porque no sienten o no saben efectivamente que legislación y/o normativa las ampara. Lo definiría como un tema de desconocimiento más temor", sintetizó Paussari.Y algo similar ocurre en este mismo sector del mercado laboral a la hora de tener que anunciar a los jefes que están esperando un hijo."Sin duda- manifestó la investigadora- se ha instalado en el imaginario que probablemente la despidan, a pesar que goza de protección por ley de contrato de trabajo. En paralelo, se ha forjado como un discurso fuerte que las mujeres por sus responsabilidades familiares son mas "costosas" que los varones".Una posible solución A la hora de plantear alternativas para "desterrar" estos episodios de discriminación, la titular de la Comisión Tripartita citó como ejemplo lo aplicado en Europa donde las empresas habilitaron guarderías y desde los municipios se crearon centros gratuitos de atención a los adultos mayores así como jardines maternales."En la Argentina, son muchas las organizaciones sociales que encontraron en el jardín maternal comunitario una opción para salir de esta situación, y permitirle a la mujer pobre seguir trabajando. Por eso, el Estado debe impulsar y apoyar este tipo de iniciativas en todo el país, como una forma inicial para resolver el problema", subrayó Hammar.Y agregó la necesidad de promover una política pública en busca "no sólo de la igualdad de género" sino la "paridad", a fin de que "tanto el hombre como la mujer puedan desempeñar las mismas funciones en el hogar, que la mujer pueda conseguir los mismos puestos y ganar el mismo sueldo, entre otras cuestiones".

12 abril, 2008

En el espacio que dejamos vacío (I)

Día uno: un camel sin filtro

En nuestra huída desesperada, con cada error que cometíamos, alimentábamos ingenuas la épica de nuestros fantasmas. ¡Vuelven! Siempre vuelven. Tanto asi, que por momentos parece que caminamos en círculo.

Cuando el viernes de la semana pasada me llamó Lucía preguntándome si podía instalarme unos días en su casa, entré en pánico. Me arrepentí en el instante que solté un lacónico “ok”. Ensayé el tono con el que podría excusarme diciéndole que de “parar unos días” peligraban mis ingresos (y los de su abuela), pero supe que lo único que lograría era resentir los pequeñas logros de estos últimos tiempos. Así que cargué y enfundé mi notebook, la palm, la memory stick, el celular y demás objetos transicionales con la frente en alto y dispuesta a dar batalla.
Lucía estaba enferma. Una mastitis la tenía en la cama con fiebre y antibióticos y definitivamente le impedía ocuparse de Julieta. En el camino, a modo de precalentamiento, apelé al instinto que no tengo e intenté recordar cómo cambiar pañales, compré algunos juguetes inservibles (¿existe algún juguete capaz de divertir por más de cinco minutos a una beba de dos meses?), la acuné mentalmente (¿lo soportaría mi espalda?), pensé si sabría qué y cómo cocinar (¿sería muy inapropiado comprar comida en una rotisería?) y cuidar a mi enfermita (eso si que sabía hacerlo: nada sería más grave que cuidar a una anciana madre convaleciente), no tocar temas inconvenientes (¿Marisa estaba al tanto de cómo la necesitaba su hijo?) y fundamentalmente me preparé para enfrentar las larguísimas horas de entretenimiento que debería preparar para Julieta. Me libré –en cambio- de la ardua tarea nocturna. Supuse que de las levantadas en la madrugada se ocuparía Pablo.
El panorama cuando llegue me tranquilizó. Julieta en su cochecito se entretenía con el zoológico circular que pendía inestable sobre su cabecita y apenas registró mi beso; al tiempo que Pablo hablaba con alguien por teléfono (por el tono supuse que se trataba de una conversación laboral). Mi tierna Lucía miraba “Rosa de Lejos” en la cama.
-¿Qué haces mirando “Rosa de Lejos”?- dije a modo de saludo, genuinamente sorprendida.
- ¿Viste? La encontré haciendo zapping. Me trae buenos recuerdos- me respondió, sonriente.
- ¿Buenos recuerdos? ¿Por qué?
- Con la abuela éramos fanáticas de Rosa. La veía cuando volvía del cole ¿no te acordás?
Y no, no me acordaba. Tampoco sabía por qué debía acordarme si fueron contadas con los dedos las veces que estuve en casa a esa hora en época escolar. Ya bastante sorprendida estaba de reconocer semejante reliquia doméstica, un recuerdo sustentado sin dudas en el éxito arrasador de entonces que hacía imposible no toparse con ella, y en el tono de voz inconfundible, afectado e insoportable de Leonor Benedetto que lograba atravesar abismos temporales en segundos.
- ¿Cómo estás? ¿Qué puedo hacer por usted?– le dije jocosa, cambiando de tema abruptamente.
- Maso. Me siento re mal, me duele todo. Tengo una teta a la miseria. Horrible. Necesito que me mimes un poco.
¡Ay! Mi hija es la más dulce cuando dice esas cosas. Sin embargo, ese fue el último caramelo que comí aquel día, porque desde el minuto en que Pablo salió con destino a su reunión laboral y “Rosa de lejos” se despidió por enésima vez, melancólica y sugerente detrás del vidrio opaco de un ventanal; el viernes se aferró al cauce torrentoso, provocado por la conjunción de emociones de una beba, una madre enferma y una abuela inestable. Julieta, como era de esperar, se aburrió de sus juguetes y reclamó atención. Fue entonces que desplegué toda mi parafernalia de muecas y voces impostadas que por momentos la entretenían pero invariablemente perdían su efecto. Estaba especialmente inquieta e irritable. “La leche de fórmula le está cayendo pesada” decía Lucía desde el cuarto, buscando motivos; pero yo caía, irremediablemente, en el desorden que más temía. Sumado a esto, a medida que se acercaba el final del día el panorama empeoraba para las tres: mis recursos frente a Julieta se agotaban cada vez más rápido y Lucía además de verse obligada a cumplir su nuevo rol, se sentía cada vez más afiebrada. Pasadas tres horas, simplemente me entregué a mi misma. Que no es algo bueno cuando a una la llaman para cuidar a otros.
Encendí un camel sin filtro en el medio del living no sin antes abrir la ventana. La tensión delimitada e inconfundible en el paladar producto de la abstinencia -detrás de los dientes y hacia el inicio de la traquea- cedió mágicamente cuando el humo atrapado en mi boca, como un afluente bendito, impregnó mi garganta de un sabor térreo y sedante. Cerré los ojos y sentí, simplemente, que todo volvía a ser posible. La voluntad regresaba a mi, trepada a una inmensa voluta grisácea. Pero en el instante en que cerré los ojos para descontarle a mi vida unos pocos minutos insignificantes a cambio de un tercer momento de placer reparador y eterno, escuché el llamado de Lucia. Pité con tanto ahínco que al levantarme del sillón sentí todo el peso de mi propio cuerpo en los pies, que como grilletes, les impedía realizar el movimiento solicitado. Aún así, luego de unos segundos en los que logré recuperar la compostura, acudí al llamado.
-Acá no se fuma- Lucia me miraba fijo, seria, con Julieta prendida a su teta sana e insuficiente.
-Necesitaba fumar, Lucia –me justifiqué, inmutable.
Acaso mis ojos, o el leve movimiento de mis labios delató mi ira. Su respuesta no se dejó esperar y logró encenderme.
–Desde que nació Julieta en esta casa está prohibido fumar y tendrías que saberlo. No sos vos la que tiene que enojarse- insistió.
-No vas a decirme lo que tengo que hacer o dejar de hacer, Lucía. Fumé toda mi vida y nunca te trajo problemas- retruqué.
-¿Qué sabés si me trajo problemas o no? ¡No puedo creer que vengas a cuestionar que no se puede fumar cerca de un bebé! Si vos fuiste incapaz de dejar de fumar fue porque eras y sos una egoísta que nunca pudo pensar en otra cosa que en vos misma y te importó un carajo si nos hacía mal o no. Yo, desde el día que me enteré de que estaba embarazada, no fumé más. Lo sabés. Incluso me felicitaste cuando te lo dije.
Imposible como la virgen madre, mi nombre repentinamente fue el suyo: quedé invertida para un reto. Tan sobreactuadas y remotas se me antojaron sus palabras que no fue necesario el atisbo de un milagro para que levitara en la imagen misma de la madre: sufrida, abnegada, espectral. Esa fantasía inmemorial tan sólida como real de la que siempre intenté diferenciarme.
-¿Y el respeto al otro? ¿Y la libertad, Lucía?- dije con tristeza.
-No vengas a reivindicar ahora tu derecho de fumadora porque te desubicás mal. La libertad no tiene nada que ver con fumar o no fumar. Además, para convertirse en madre la libertad es una de las cosas que hay que estar dispuesta a perder.
Y un silencio. Un abismo. Un castigo.
“Mi hija, mi madre” no dije, ni pensé. Lo escribí –después- y agregué: “mi fantasma”.

10 abril, 2008

Por favor

Creo que nunca conté mi historia en este blog. Básicamente mi marido y yo somos una integrante más del 15% de parejas infértiles que viven en la Argentina.

Después de algunos años que transcurrieron con mucha tristeza, impotencia, bronca, esperanza, desesperación y soledad, pero también gracias a la ciencia y a haber tenido el dinero necesario para intentarlo una y otra vez, el 27 de marzo de 2006 un llamado telefónico del centro de fertilidad donde nos atendimos me avisó que lo habíamos logrado: al fin estaba embarazada.

Exactamente ocho meses después nació nuestro hijo. En este punto del post tendría que agregar que es la luz de nuestras vidas y todas esas cosas que decimos los padres al hablar de nuestros retoños. A pesar de que no existan palabras para manifestar cuánto amor es capaz de despertar ese niño, insistimos en tratar de describir qué se siente al gestar un hijo, al parirlo, al amamantarlo, al verlo crecer. Pero...la verdad es que no se puede. No se puede porque no alcanzan los diccionarios del mundo para expresar cómo es. Hay que vivirlo. No hay otra. Al contarlo siempre te quedás corta.

Todo el mundo debe tener el derecho a vivirlo. Y aunque parezca mentira, hoy no es así. Porque (al menos en este país) el acceso a los tratamientos de fertilidad es un privilegio para las parejas que cuentan con dinero suficiente para costearlos. Casi siempre los intentos son más de uno. Hay gente que se endeuda para hacerlo. Y hay gente que directamente no puede soñar con probar. Y no es justo. Sé que muchas personas piensan "y bueno, que adopten y listo", expresión que no voy a debatir porque no es el foco del mensaje que quiero dar.

Las parejas con trastornos reproductivos necesitamos que se reconozca que lo nuestro no es una obsesión, ni un capricho para competir con la naturaleza o para desafiar a Dios. Simplemente tenemos una enfermedad, un problema físico que requiere tratamiento, a veces operaciones, internaciones, y siempre (pero siempre) de la administración de drogas caras. Nada de esto forma parte del PMO. Ninguna obra social o prepaga lo reconoce. Sale todo de nuestros bolsillos, hasta que éstos se quedan vacíos y flacos y ahí nos damos cuenta que llegó el momento de resignarse y colgar los guantes.

Por esto hoy les pido: apóyennos. Nos estamos organizando. En el sitio Infertilidad-arg las chicas están armando una movida importante. Apelamos a la solidaridad de todos.

No saben cuánto les agradezco. Mi familia también.