26 abril, 2010

Mi hijo va al secundario

Este brotecito de mí que necesitaba un cambio de pañales cada tres horas ahora tiene trece materias y profesores. ¿Podés creerlo? Yo no. Pellizcame. ¡Ay! Es cierto. Llegó el momento: tengo un adolescente en casa. En la arena se ven los pingos, me digo. Ahora sabré si lo eduqué bien o seguirá el mal camino, si las amistades esas de las que conoceré poco lo iniciarán en qué sé yo qué artes oscuras. Me enteraré si tanto esfuerzo, tanta precaución y cuidado sirvieron para algo. Porque eso es lo que me dijeron: "Enseñale ahora que podés, después se vuelven adolescentes y se acabó. No te dan más bola y hacen la suya". Como si el pibe, de golpe y porrazo, se convirtiera en un Hyde irreconocible, inaccesible.
Y sí, algo de eso hay. La parte del golpe y porrazo, digo.
Me explico, para vos que todavía no sabés de qué la va porque tenés un hijo en cuarto.
Transitás sexto y séptimo tranquila, contenta. El chico ya aprendió a estudiar solo, hace los deberes con mucho menos trámite que los años anteriores. Ya conocés a todas las maestras, la directora te saluda. Los compañeros de colegio fueron y vinieron varias veces bajo tu mirada vigilante. El pibe atisba algún interés especial en alguna cosa (música, dibujo, taekewondo, origami, internet...) "Lo hice bien, podría estar mejor, pero lo hice bien", te decís satisfecha.
¡Zas! primer golpe en la nuca. Elección de secundario. Que si dejás que elija él o elegís vos ese-colegio-de-donde-salen-sabiendo. Visitas a instituciones. Horas invertidas en consultas de honorarios, materias especiales, títulos habilitantes. No caminabas tanto desde que buscaste el jardín de infantes. En ese momento empezás a admirar a esas mujeres que lo resolvieron con el evatest: "Mi hijo va a ir al [NOMBRE DE COLEGIO AQUÍ]", le dijeron al obstetra que calculaba la fecha probable de parto. ¡Y hoy tienen al hijo estudiando como un idiota, casi sin dormir lo necesario para entrar al bendito colegio! ¿Qué hacías vos durante la episiotomía? ¡Seguro que mirabas a tu hijo emocionada! ¿Viste que todo se paga!? Ahora, con esas dudas que te carcomen, deambulás por las calles del barrio. Te asombrás de tanta tribu urbana en las puertas de los establecimientos educativos mientras te consolás pensando que tu hijo siempre va a usar la ropa planchadita y nunca, pero nunca se teñirá el pelo de verde.
Ya está. Elegiste el colegio que cobijará al primero en tu línea de descendencia en el camino hacia la vida adulta. Este colegio es el adecuado porque .................................. (completá la línea de puntos según el caso, cada cual pone sus ingredientes en este asunto).
Segundo mazazo: viaje de egresados. Hace tiempo que venís de reunión en reunión peleándote con los padres de los otros. Sí/No quiero que viaje en micro. ¿Toman alcohol? ¿Hay baile? ¿Cuántas horas son de viaje? ¿Está bien si lo mando con una valija grande, una chica y el equipaje de mano? ¿Hay esquimales en Córdoba? Y, lo más importante: ¿cuánto sale el viaje?
Pero claro, nada de eso lograba perturbarte (sobreviviste al costo del viaje, vivirán a fideos todo el año, pero bue, es por una buena causa). Falta muuucho para el viaje. Es en diciembre. Hasta que llega diciembre y te das cuenda de que eras una ridícula al pretender que el niño en cuestión llevara sachets de shampoo al viaje. Si vos le compraste 5 y él va a estar de viaje 7 días ¿por qué se queja? ¿por qué grita y se desgañita asegurando que va a ser el único pelotudo que se lave la cabeza? ¿acaso el profesor no le indicará cuando sea el momento del baño?
Llega el día en que tenés que despedirlo en la puerta del colegio. Ahí comprendés que sí eras una sentimental porque el corazón se te hace un charquito viéndolo tan grande, tan lindo y tan feliz de librarse de vos por siete días. Querés prolongar el abrazo pero el niño se ha convertido en anguila, muy resbaloso e imposible de agarrar.
Viaje.  Regreso. Fin de curso. Entrega de títulos. baile de egresados. Todo pasa rápido, como en una película de los Hermanos Marx donde hay un gag detrás de otro y no podés entenderlos todos porque los subtítulos apestan. No hay quien te traduzca. Menos mal que llegan las vacaciones, que sino...
Y sí, vacaciones normalitas, como siempre. Toda la familia, descansando. Te empezás a poner medio histérica en febrero, eso sí. ¿Estará mal si lo acompaño el primer día de clases? ¿Llevo la cámara o le saco con el celular para que nadie se dé cuenta? ¿Le compro mochila negra o un morral? Consejo de amiga: ni se te ocurra preguntarle qué es lo que prefiere. No sabe. No tiene idea. Está aterrado, extraña a sus compañeros y se va dando cuenta de que a muchos no los verá más. Tendrás que resolverlo sola. No importa: lo que hagas estará mal. Así te lo digo. Le va a caer mal que lo acompañes, que te pares en la misma vereda mientras esperan que abran las puertas. le molestará que insinúes siquiera algún documento fotográfico del hito educativo. Y si le compraste el morral, se antojará por la mochila. O viceversa.
Su apariencia es normal, pero se va gestando la metamorfosis.
El principio del fin. Se volvió un adolescente. Él sabe todo. Sí. Sabe que son trece materias y son profesores y cursos y exámenes  en lugar de maestros, grados y pruebas. Él lo aprende más rápido que vos. No vas a poder ir a hablar con el profesor hijo de puta que le pone un uno porque se olvidó el libro. Ni van a servir de nada las notas explicando que el chico faltó al examen porque tenía un cólico que siempre le viene cuando está nervioso o estresado, que por favor se lo tomen otro día... De repente tu hijo es capaz de soportar esos reveses de la existencia sin tu ayuda. Él es inmortal. Es virgen (aún) y cree que estudiando la noche antes va a sacarse una buena nota. Todavía no calcula los promedios antes de tirarse a chanta. No especula con los trabajos prácticos ni la ortografía.
Es más: un día vas camino al trabajo, en el colectivo, muy tranquila, cuando recibís una llamada del niño adolescente en cuestión. "¿Dónde estás? ¿Hay huelga?", preguntás con aprehensión. Escuchás su cándida voz en medio de un barullo infame que lo rodea: "No, mamá, estoy en la marcha por la lucha por una educación libre y soberana". "¡A mi hijo se le dio por el centro de estudiantes!" gritás mientras te tirás del vehículo en movimiento. En nuestra época no había centros de estudiantes, si estabas en uno, lo cerraban y te desaparecían. No sabés cómo es la política en la escuela media ahora que estamos en democracia. ¿Estudian los que militan? ¿Les ponen faltas? ¿Tienen asistencia obligatoria a las marchas? ¿Les hacen el test de Cooper para verificar que pueden escaparse de la cana? ¿Hay que poner plata para algo? ¿Se enamoró de una chica del centro? ¿Los profesores consideran en la nota de concepto que los chicos están luchando por un mundo mejor?
No terminás de digerir lo de la política cuando en la cena, tu primogénito comenta despreocupado que Fulanita lo invitó a la casa. "Mejor decile que venga ella, yo no puedo llevarte". "No importa, mamá, voy solo. Es sólo media hora de viaje. y ella no puede venir porque tiene que cuidar al hijo". "¿Hijo? ¿El hijo de quién? ¿Qué hijo?". "Fulanita repitió primero porque el año pasado quedó embarazada y no pudo terminar las clases, claro. ¿No te conté?"
En ese momento, justo en ese momento, mientras despedazás una albóndiga con el tenedor, tu cabeza gira y gira y gira. Estás tratando de  recordar cómo era que empezaba la charla esa sobre el sexo seguro, cuidarse, quererse y todo eso. No, no te acordás, sólo mirás la albóndiga preguntándote cómo vas a hacer para acompañar a tu hijo en este camino nuevo. Te llevás puré a la boca pensando dónde vas a encontrar las respuestas que él precisa, cómo lo vas a sostener en sus decepciones si ni siquiera acepta tus mimos porque ya está grande para esas cosas. Tomás un trago de vino barato con soda, suspirás y decís: "Ah, no, no me contaste. ¿La mamá la ayuda con el nene? Otro día decile que venga con el hijo. Está bien, no hay problema:"