13 julio, 2009

Rayito de luz

Hace algunos días el pediatra pensaba entregarme a Max, justo en ese momento e él se le ocurrió dejar de respirar y el doctor me dijo: a poco te da miedo. Respondí afirmativamente, como lo hubiera hecho cualquiera, a lo que el doctor respondió: Entonces aquí lo seguimos dejando hasta que se te quite el miedo, porque una persona con miedo hace puras pendejadas, si entrego un niño a una mamá con miedo lo mata. Perdí las esperanzas de sacar pronto a mi hijo de ahí.

Hoy el doctor me vio bañarlo, atenderlo y pudo darse cuenta de que no me da miedo. Me dijo: ya? está lista? Yo le dije que sí y me dijo: bueno, hoy después de la toma de las 12 se lo lleva. Así que Max ya está en casa.

No pude evitar sentir algo de frustración por traerme solamente un bebé en vez de dos, tampoco puedo evitar imaginarme a los dos en la cuna. En el camino vi una familia con unos gemelitos y se me salieron algunas lágrimas. Pero todo esto fue diminuto comparado con la satisfacción que me da tener a mi pequeño conmigo. Volví a sonreír despues de dos largas semanas. Yo sé que me costará superar lo sucedido con mi Ariel pero teniendo cerca a Max y ver cómo mi hija lo adora, supongo será un poco más llevadero.

Por el momento el sentimiento de culpa se ha ido, y también el coraje; ya no tengo ganas de matar al pediatra y me siento más que agradecida con toda la gente que cuidó a mis bebés. Y sé que Ariel estará también más tranquilo.

Ahora sí, a ser mamá se ha dicho.

05 julio, 2009

Junio triste

Realmente todo sucedió demasiado rápido, apenas me daba tiempo de asimilar una cosa cuando ya estaba sucediendo otra y ahora no puedo creer que todo esto me haya sucedido precisamente a mí.

El lunes 22 de junio en la noche comencé a sentir contracciones, algo bastante raro porque apenas contaba con 29.4 semanas de embarazo. Nos fuimos al hospital y la doctora que me atendió me dijo: no puede ser! tienes 2 cm de dilatación y no hay incubadoras disponibles. Ante esto le pregunté por mis opciones y al decirme que era posible detener el trabajo de parto decidí quedarme en el hospital. Efectivamente lograron detenerme las contracciones, me hicieron algunos análisis de laboratorio y todo salió de maravilla. Salí aún embarazada de ese hospital el jueves 25 en la tarde.

Ese mismo día en la noche las contracciones volvieron, y yo volví al hospital con la esperanza de que me las volvieran a detener. En la sala de observación mientras esperábamos que las contracciones se calmaran con el medicamento, se me rompió la fuente, rompí bolsas o como quiera que se diga. Me hicieron una cesárea de emergencia el viernes 26, apenas pude ver a mis pequeños, ambos con dificultades para respirar, uno más grave que otro.

No había incubadoras para mis niños, ni siquiera espacio, estaban recibiendo atención en el mismo quirófano y después en un pasillo. Ante esto mi esposo pidió un traslado pero en ninguno de los hospitales que cubría el seguro tenían espacio. Así que se los llevó a una clínica particular.

Yo salí del hospital el domingo 28 en la noche. El lunes en la mañana fui a ver a mis pequeños, uno estaba evolucionando de maravilla. El más pequeño, Ariel, tenía aún muchas complicaciones pero yo le hablé y le dije que le echara ganas, que pronto saldríamos de ahí. Los vi ese mismo día en la tarde.
Fui el martes 30 a verlos y Ariel estaba muy inestable, con muchos altibajos. Lo vi muy inquieto, tratando de quitarse los tubos de encima; traté de calmarlo, le dije que estaría bien. Ese mismo día en la tarde volví y no me dejaron entrar, había mucha gente antendiendo a mi pequeño, el doctor no llegaba y las enfermeras empezaban a gritarse entre sí. Yo estaba en el sillón de afuera diciéndome a mí misma que eso no estaba pasando; le exigí a Dios que me lo dejara, que sería la mejor madre del mundo. EL doctor llegó a hacer lo suyo mientras yo continué exigiendo la vida de mi hijo.
Así pasaron dos horas, a las 7 de la noche me llamaron, entré y el doctor con un poco de lástima y resignación me dijo: Señora, falleció el bebito, hicimos lo que pudimos. Toda mi vida se derrumbó en ese momento, me quería morir para no dejarlo ir solo. Entré sin dejar de llorar, acaricié a mi hijo. Una enfermera lo desconectó de todo lo que traía puesto para que yo pudiera abrazarlo, me lo entregó en los brazos y así lo tuve cerca de tres horas. Aún tengo la imagen de su cuerpecito pálido, maltratado de tantas agujas, tubos, tela adhesiva. Llegó mi esposo, juntos nos despedimos de él, con el alma hecha polvo y las mejillas empapadas le dimos la bendición y nos lo quitaron para arreglarlo.
A esa hora ya estaban afuera mis padres para arreglar lo necesario para el funeral; Ariel fue colocado en una cajita blanca y llevado a la funeraria. Cuando llegamos ya estaba gran parte de ambas familias y algunos amigos. Yo seguía exigiéndole a Dios que me entregara a mi hijo. El tiempo que estuvimos ahí fue mucha gente a dar sus condolencias, honestamente no lo esperaba porque nadie conocía a Ariel, de hecho algunas personas se enteraron que ya habían nacido para saber que uno de ellos ya se había marchado.
Fue duro ver cómo la tierra iba cubriendo la pequeña cajita blanca poco a poco, yo quería a mi hijo conmigo. Cuando todo acabó descansé y me dio remordimiento de conciencia porque Max seguía en el hospital y él también me necesitaba. Respecto a él me dijo el doctor: éste sí se lo entrego vivo. Max ha evolucionado muy bien, ya respira por su cuenta, voy a verlo todos los días pero estoy buscando la posibilidad de regresarlo al hospital donde nació porque donde está ahora no me da más que desoconfianza.
Durante el día soy una mujer repuesta, porque mi hija debe verme fuerte, yo creo, ya me vio llorar suficiente. El día es para la mujer que lo ha superado todo. En la noche, ya que todos duermen me derrumbo y vuelvo a llorar. De noche me vienen muchos sentimientos; de culpa porque pienso en todo lo que pude haber hecho para alargar mi embarazo, pienso en que debi haber ido a otro hospital, no sé cual pero cualquiera que no hubiera sido ese; me da coraje con todos los que atendieron a mi bebé porque estoy segura de que no hicieron todo lo que estaba en sus manos. Cuando alguien nuevo llega, el doctor presume de haber salvado a muchos niños prematuros y no puedo dejar de reprocharle que al mío lo dejó morir.
Sobre todo el sentimiento de vacío es el que me persigue. A mí me sigue haciendo falta Ariel, yo estaba embarazada de dos bebés, di a luz a dos bebés y debí haber salido de ese hospital con dos bebés. Sigo exigiéndole a Dios que me lo devuelva.
Busco una explicación a todo esto, yo sé que todo esto tiene un propósito, que algo tengo que aprender pero aún no sé qué es. La gente me dice que Dios sabe lo que hace pero eso no me basta, yo también quiero saber porqué no fui digna de quedarme con ambos gemelitos. Me dicen que algo mejor vendrá pero no sé cómo me daré cuenta si ahorita nada es lo suficientemente bueno. ¿Cómo seguir viviendo, cómo volver a disfrutar de las cosas de la vida?
Solamente cuando estoy con Angela o cuando voy al hospital a ver a Max es que logro olvidarme un poco de todo lo que me duele; el inmenso cariño de mi hija y los pequeños logros de mi bebé me hacen sentir que la vida sigue. Pero estar conmigo misma se ha vuelto tóxico.