Esta semana se fue de mi vida la persona más importante.
No me separé. No se fue del nido ningún hijo. No perdí a una amiga. Ni a un maestro. No falleció ningún familiar anciano.
Se fue la chica.
En once años de casada he tenido cuatro empleadas domésticas. Yo creo que es un buen número. Que habla de una buena relación empleada-empleador. La primera estuvo varios años y se fue a trabajar a EE.UU. Gana más que mi marido y yo juntos, se compró un auto, me llama para mi cumple y cuando viene a la Argentina me trae remeras de Gap. La que le siguió se volvió a su provincia porque se cansó de Buenos Aires. La anterior-anterior se puso un negocio en la casa. La anterior decidió que iba a quedarse n su casa a cuidar a su hija. Es decir, todas se van de mi casa para mejorar. Las inspiro yo. Por eso últimamente tuvimos varios cambios. Pero la última dijo que estaba todo bien, que se sentía cómoda. Y de pronto, cuando ya llevaba media hora de retraso, me envía un mensaje de texto: "no me esperes, no voy". Y como en dos semanas de prueba había venido un día sí y un día no y me había discutido que le había pagado mal y al ver las cuentas tuvo que retractarse, le dijo que así no, que me manejen no me gusta, que iba a buscar a otra persona. Pero no hay. No hay otra persona en mi futuro inmediato. Así que aquí estoy. Sola. Abandonada. Perdida.
Me cansé. No tomo a nadie más. Viene el verano y quiero salir a pasear. No puedo dejar sola en casa a alguien que no conozco. Y además vienen sólo dos veces a la semana y cuatro horas cada vez. Es poco. Lo que hacen ellas lo puedo hacer yo. Ya lo hice cuando me casé y hasta con cinco meses de embarazo. Los viernes barría y fregaba y limpiaba y planchaba y aspiraba. Hasta que la panza no me permitió inclinarme más sobre la bañadera.
Ahora no tengo panza (bah, mejor no hablemos de ese tema) y puedo hacerlo. ¡Qué fantástica la libertad! No esperar a nadie. No importarme si falta. No sentirme incómoda en mi propia casa en presencia de una extraña. Lo hago yo. Todo.
Y así quedé.
No se puede ser madre, y empleada, y administradora de hogar, y escritora, y tener tres blogs, y estudiar logogenia. No, no se puede.
Igual me dije que no iba a hacer todo junto como antes, por la ciática más que nada. Que cada día iba a hacer una parte. ¡Pero esa parte me lleva todo el día! Y termino fundida, transpirada, olorosa, histérica. Me levanto y hago las camas, y junto la ropa, y pongo a lavar ropa, y lavo los platos de la noche, y hago las compras y voy preparando el almuerzo. Busco a los chicos al mediodía. Y después lavo otra vez los platos, y ordeno la cocina, y saco la ropa del lavarropas y la pongo en el secarropas. Y me ocupo de algo mío. Y después hago los dormitorios. O los baños (como hoy). O la cocina. O el comedor y el pasillo y los adornos. O la oficina. O el balcón. O plancho como dos horas y el vapor me ayuda al cutis. Y cuando termino me quiero bañar con lo cual pierdo más tiempo. Y hay que llevar a los chicos a sus actividades. Y me quedo a esperarlos porque el tiempo no me da para regresar a casa y volver a buscarlos. O a algún cumpleaños. Y ayudarlos en las tareas. Y al volver pelear para que se bañen. Y empezar a preparar la cena. Y juntar los juguetes de todo el día luego de gritar como una desaforada para que los junten ellos. Y llega mi marido. Y seguro faltan huevos o una cebolla. Y para mañana necesita la única camisa que no planché. Y todo lo que ordené y limpié está otra vez desordenado y sucio. Y no escribí nada. Ni leí blogs. Y menos que menos escribí en mis blogs. Y lo único que pienso es en ir a dormir. Acostarme. Hacerme masajes. No escuchar a nadie. No ver a nadie. Tomarme un Valium.
Se fue la chica.
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