El sábado llevé a mi hija a sus clases de pintura. El estacionamiento siempre es un problema porque sus clases son en pleno centro de la ciudad. Afortunadamente encontré un buen lugar, cerca de la Casa de la Cultura, que me dejaba espacio para bajar cómodamente por el lado de la acera.
Al salir de la clase, ya de regreso, subí a la banqueta la carreola de Max para abrir la puerta, en ese momento un señor que conducía una gran camioneta me preguntó si iba de salida, como le dije que sí, esperó donde él sería el primero en ocupar mi lugar, pero también obstruía el paso a una creciente fila de autos con personas impacientes y temperamentos de una ciudad llena de carros a medio día.
Yo no podía creer que él estuviera en disposición de esperarme, porque llevaba carreola, bebé, pañalera, niña, mochila y trabajo de artes plasticas, y el ritual de subir al carro lo hago sin soltar mi bolsa de mano. En su lugar yo me hubiera ido a buscar otro espacio pero él prefirió esperar. No sé qué estaba pensando, en qué cabeza cabe que es fácil y rápido subirse al carro con todo lo que yo traía, es todo un ritual de 10 minutos. Ahí me di cuenta de que solamente las mujeres que somos madres estamos conscientes de la labor que implica. Además ando en un Sedán (vochito, escarabajo) de dos puertas donde apenas cabemos mis hijos y yo, subir la carreola es más difícil que armar un cubo de Rubrik.
En fin, comencé con el ritual: Subí al bebé, lo sujeté a su asiento, subió Angela, le pasé todas sus cosas, una por una para que las fuera acomodando. Los carros ya estaban dando un arrítmico concierto con el claxon, cuando el susodicho vio que me faltaba mucho por hacer se recorrió a un lugar donde no estorbaba pero debía estar más alerta. Yo seguí: subí pañalera, cobijas, doblé la carreola, abrí la cajuela del carro para guardarla, la cajuela no cerraba, saqué la carreola para acomodarla de nuevo, cerré la cajuela y al fin subí al carro. Intenté salir pero la gran camioneta no me dejaba fácil la salida, al ver que me era imposible salir el señor me dio un poco más de espacio y aún así tuve que maniobrar el doble.
Al fin salí y al mirar por el retrovisor vi que una segunda camioneta (conducida por una mujer) llegó y se metió en el lugar que yo había dejado, la primer camioneta apenas había empezado a moverse cuando alguien con más suerte vió el lugar vacío y lo ganó. Simplemente pensé: se lo merece. Estoy segura de que si la camioneta con mala suerte la manejara una mujer, simplemente se habría ido a dar otra vuelta en lo que yo subía al carro y seguro habría quedado en mi lugar.
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