18 enero, 2006

De padres e hijas

Los post de Daniela inevitablemente despiertan mis recuerdos. Leyendo el anterior, en el que hablaba del amor de padres e hijas, el relato me remontó hacia mi papá.
En otras partes del blog escribí sobre la relación con mi mamá y con mi hermano, pero a mi viejo lo mencioné apenas. Creo que hay tanto amor salvaje dando vueltas todavía entre nosotros que no tuve la necesidad de volcarlo, pero ahora que se levantó el dique, me acordé.
Uno de mis primeros recuerdos es el de las mañanitas en el norte de Santa Fe (soy santafecina) en que por casualidad madrugaba y él ya estaba tomando mate en el jardín, yo me acercaba con mi sillita y el me preparaba “el especial”, mate con azúcar y en lugar de agua, leche. No hablábamos porque yo todavía no manejaba mucho la palabra, pero disfrutábamos en silencio de nuestra mutua compañía. Por las noches me acompañaban sus cuentos inventados, de animalitos (los mismos que ahora les cuento a mis hijas). Me acuerdo también el acompañarlo a ver pacientes al hospital para después pasar a meter los pies en el río barroso que lamía nuestro pueblo, antes de volver a casa. Más o menos cuando tenía cuatro años nos mudamos a Bs. As. por etapas, primera etapa: nos vinimos mi mamá y yo para conseguir casa, colegio, consultorio; segunda etapa: se vino él con el resto de las pertenencias después de haber liquidado lo que quedaba. Entre etapa y etapa pasaron algunos meses en los que nos veíamos muy poco, solamente cuando el venía unos días. Qué sentimiento de vacío cuando se iba! Yo atesoraba los papelitos de los caramelos que me compraba como para retener algo de su presencia, de los besos cosquillosos de sus bigotazos, hasta la próxima visita.
Ya totalmente establecidos apareció mi hermano y el idilio empezó a romperse, terminó de partirse, pensaba yo, en mi adolescencia. Puse a prueba y desafié constantemente cada uno de sus límites y su paciencia. Pero el tipo no acusaba recibo, recién ahora entiendo que si no lo hizo fue por el amor que me tenía, de otra manera no hubiera podido soportarlo. Fueron unos años difíciles, más para él que para mí, que se vió de pronto con que su bebé se había transformado en el bebé de Rosemary. Capeamos unos cuantos temporales juntos, solitos y salimos adelante.
Tuvo el buen tino de no invadirme nunca, de respetar mis tiempos, de prevenirme y a pesar de eso, con todo el dolor de su alma reflejado en los ojos, dejar que me rompiera la cabeza contra una pared cada vez que insistí en hacerlo. Me dejó crecer y salir de la protección cálida de sus brazos con las suficientes herramientas para enfrentarme yo sola a lo que venga, pero haciéndome saber que siempre va a estar ahí, para mí, cuando lo necesite, para lo que sea.
Yo, tan explosiva, tan inquieta, él, tan agua de pozo, tan medido. Tan distintos nos fuimos igualando al entender la diferencia del otro.
Su presencia me produce lo que la mía produce en él, una total pacificación interior, aún hoy, cuando falta poco para que los papeles se inviertan.

4 comentarios:

Reina dijo...

Qué bueno Marce, esos recuerdos y tenerlo todavía!. Yo hice un post sobre mi viejo en sophro, pero no da para acá. Pero es una clase única de amor. "no habrá ninguno igual, no habrá ninguno..." cantaba yo hasta que tuve mis hijos.

m a dijo...

La verdad, mi viejo es una maza.
Besos.

DOS EN UNA (unidas por el pelo) dijo...

toc.toc.toc....perrrrmissssooo.primera vez que entro y no pude leer todo , porq alguien tiene q laburar en esta oficina, si puedo decir algo, me enterneció todo lo que ví, es ams se sentí identificada.besos miles. prometo pasar con mas tiempo...
Una de las dos.
www.pasameelmatetito.blogspot.com

m a dijo...

Bienvenidas, pásense cuando quieran y nos tomamos unos mates.