09 diciembre, 2005

LUCIA, Mi amor


Tengo algo que reparar: Lucía dice que nunca cuento nada de ella en el blog, y que a pesar de que ya es una mujer, exige que figure en este espacio algo de lo que vivimos cuando era chiquita. Éramos, sería más justo decir. Lucía nació cuando yo estaba por cumplir 16 años, fue un parto sencillo e indoloro, porque mi ignorancia era tal que no contaba con que doliera. Nació rapidito, dijeron “pujá mamita”, yo hice fuerza como si quisiera hacer caca y listo…. Era mínima, pelada, y con los ojos grandes muy abiertos. Muy abiertos y ella muy seria. Más que llanto hizo un ruidito y mis primeras palabras fueron “es mi Flipper, es linda, es mía”. Flipper era un simpático delfín televisivo de mi infancia (debe poder verse en el canal retro). Ser madre fue en un segundo sepultar mi condición de huérfana, Lucía a su modo me parió. Yo no tenía mucha idea de qué era exactamente ser madre, en el sentido de las responsabilidades. Puedo decir que de lo otro no le faltó nada. En pleno desenfreno de los años ´80 Lucía acompañó mis primeros años de primavera argentina y alfonsinista, sin juicios, sin reclamos ni reproches (todo eso vino después…no se crean). Dormía a upa mientras yo seguía de tugurio en tugurio a Sumo, conoció mil novios y ninguno del todo bien. Desayunaba pizza fría más de una vez, creía que las papas fritas tenían adentro puré chef, y que cualquier lugar es bueno para dormir cuando hay sueño. Y aprendió que entre nosotras sólo hablamos escocés. Hasta hoy. Lucía tenía terrores nocturnos. Se despertaba de noche llorando como loca y con el corazón saliéndose por la boca. Nos asustábamos mucho y yo creí prudente ilustrarla sobre la razón y la necesidad de esos miedos. Creo que no podía entenderme del todo, en aquel momento al menos, aceptaba mis argumentos pero no los entendía y tampoco estaba de acuerdo con ellos. Yo creía que era todo culpa mía. Y le dije que pensaba que ella en su interior y sin darse mucha cuenta estaba enojada conmigo: no por nada que yo hubiera hecho, sino porque a medida que crecía iba siendo poco a poco consciente de mis pequeñas mentiras, de mis metáforas amorosas pero falaces. Yo creía que esos miedos eran causados porque a medida que iba siendo más grande, era consciente por primera vez de lo tonto de mi afirmación cuando le decía –mientras me arreglaba para salir apenas se durmiera-, siempre estoy con vos, aunque no sea físicamente. Una de esas noches de llantos y pesadillas, mientras yo le pedía disculpas y etc….su respuesta fue clara, seca, cortante, en un tono que nunca le había oído: “no es verdad, má. Vos no estás siempre conmigo”. No hubo reproche. No hubo más llantos. Ahora sólo recuerdo en esa escena el ruido de mi crujir de dientes y el dolor compartido por la percepción amarga de los hechos en su desnudez. Siempre fue una pelotudez decirle eso, siempre, pero a veces me resultaba muy difícil sustraerme de su carita cuando ahí yo veía los signos de la devastación debida a la ausencia mutua. Después de esa noche, cambié la frase por otra: “siempre pienso en vos”: neutra, quirúrgica, imposible de comprobar empíricamente. En esa época siempre me sentía una traidora a su amor incondicional, tan traidora como cuando me decía “no te vayas de mi cama cuando yo me duerma” y yo le prometía lo que sabía no cumpliría. Lo hice. Lu, nunca me reprochó nada, a lo sumo se despertaba durante la noche sollozando mi nombre. Con el tiempo y sin dejar de asumir mi cuota parte de responsabilidad en sus terrores nocturnos, pude poner la cosa en perspectiva: estaban motivados, también, por su crecimiento, por la percepción cada día más aguda de la realidad en contraste con la percepción distorsionada de cuanto le rodea de la mente infantil. Mi niña no sólo empezaba a saber: empezaba a entender. Con ayudita de otros pude darme cuenta de qué era lo que nos pasaba. Yo también dejé atrás mi infancia de golpe fue un dolor tan agudo, extremo. De alguna manera sentí piedad por mi hija, la compasión, en su sentido etimológico, nos sumergió a las dos en las sombras necesarias de una existencia cambiante, cruel, abocada a la separación. Sólo la conciencia de un dolor que necesariamente llegará nos prepara para su epifanía.
Es que mundo que nos tocó la preparó perfectamente para la estupefacción física y psíquica, y le negaba las sombras, el vacío, el aburrimiento, la frustración, el daño. ¿Tenía que ser yo quien se lo enseñe? ¿Tenía que ser yo la que le mostrara el dolor que la mera existencia produce? Déjenme ser muy clara: lo prefiero.

9 comentarios:

Isil dijo...
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JB dijo...

se me escapó un lagrimón enorme...no sé si por ella, por vos o por todo.

saludos,

j

Anónimo dijo...

cynthia, estamos orgullosas las dos de habernos visto crecer...es muy distinta la maternidad a esa edad!! Ahora veo a Juan que tiene la edad en que yo paría a Lu y me parece increíble...

Loli dijo...

qué lindo que contás las cosas

Anónimo dijo...

la verdad es que no me acuerdo como llegué acá pero el blog en general me parecio muy interesante y coincido con alguien por ahí que dijo que es muy linda la forma en la que contás las cosas, antes de darme cuenta había leido todo el post, saludos!!

Una Pepina dijo...

Realmente me emociono mucho lo q lei. No solo es dificil criar un hijo cuando uno mismo aun no termino de madurar, sino que el estar sola no lo hace mas facil. Te debio costar mucho escribir este post... : te felicito por haber podido expresarte tan bien.
Besos gigaaaante para vos y Lu!!

Griselda García dijo...

hermoso! recién te conozco, y volveré a visitarte seguido.

Yo misma dijo...

Hoy q llorera me agarró, dios mio.

Mamá dijo...

Que hermoso lo que contaste y como lo contaste.. que privilegio poder plasmar tan simplemente con palabras algo tan sentido.
Que privilegio de madre... y de hija...