03 noviembre, 2006

Pequeños pensamientos extremistas

Es una lástima que se pierdan costumbres de nuestros ancestros, que tanto ayudarían, hoy en día, a organizar el caos que es nuestra vida.
La escuela de pupilos, por ejemplo. ¡Qué lindo que pudiéramos optar entre, por ejemplo, la escuela pública del barrio, la privada cara, la religiosa o mandar a los chicos a vivir a la escuela! Entregar a un niño de seis años, el mismo que jamás levanta sus juguetes, que le hace un boicot al baño, que nos insulta como si fuéramos los amigos adolescentes de Internet, y que de pronto nos devolvieran uno de 12 -o de 18, si le sumamos la secundaria- ya criado, domesticado y listo para enfrentar el mundo. Dejar en la puerta de la escuela un pibe que nos mira como si quisiera asesinarnos -que es como me miran los míos cada mañana cuando los despierto- y recibir el viernes a la nochecita uno deseoso de cariño, que se deje besar, apretujar, que nos regale una cartita contándonos cuánto nos extrañó, tan desesperado de nuestra atención que sería capaz hasta de servirnos el desayuno (que dicho de paso aprendió a hacer en la escuela, mientras que en casa no sabe siquiera dónde se guardan las tazas).
Fue la literatura la que nos quitó la maravillosa posibilidad de enviar a nuestros niños a las escuelas pupilas. ¿Pero por qué tenemos que creer que todas las experiencias serán como la de Jane Eyre? Y en caso de que lo fueran, ¿acaso Jane Eyre no se convirtió en una mejor persona, más fuerte, más responsable? ¿No salió de la escuela lista para enfrentar el mundo laboral, encontró trabajo y además se terminó casando con su empleador millonario? Yo no sé si con la educación actual que le brindo a mis hijos lograré que consigan la mitad de eso. Por ejemplo, los míos se quejan de que el agua de la bañadera está fría en invierno y caliente en verano. Ya quiero verlos cuando tengan que lavarse con la escarcha que se formó la noche anterior. Los míos tiran la leche -primera marca, con hierro- a la pileta para no tomarla. Porque nunca se enfrentaron a una única comida grumosa y horrible. Los míos dijeron "comprame" antes que "mamá". Porque nunca se les confiscaron sus pertenencias para entregarlas al hijo tonto de la directora. Por eso, yo creo que deberíamos volver a las raíces, reinvindicar la escuela de pupilos. En cada barrio, una comunidad de niños abandonados, durmiendo hacinados y con frío, comiendo mal, compitiendo por un caramelo premasticado, descubriendo, en fin, qué maravilloso y cálido era vivir con mamá y papá. Cuanto agradecimiento deberían habernos demostrado. Y nosotros iremos por la vida llenos de culpa, es verdad, pero tan libres, tan ligeros, tan infelices...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

a veces verónica deja de ser políticamente correcta y se vuelve simplemente genial. dan ganas de abrazarla cuando hace eso.

Mariana dijo...

jajaj! mi viejo crecio pupilo, y cuando nosotros eramos chicos llego seriamente a amenzar con mandarnos a todos pupilos... osea, tenia averiguados colegios para ls nenas y los nenes... los 4 ubicados nos tenia. Pero mi vieja, en un acto asi tipo novela de la tarde le dijo: " se van los chicos, me voy yo too". Mi viejo reculo proque ni una tostada sabe hacerse. Creo que tuvo miedo de no sobrevivir nomas... jajaja

Alicia R. dijo...

¡Verónica, me encanta tu idea! Yo misma la he pensado muchas veces. ¿Conocés algún internado tipo Dickens para recomendarme? De paso, ¿conocés a alguien que necesite una caja grande de Zucosos que fueron comprados un día que no había Zucaritas, pensando que eran los mismo? (Grave error de mi parte) Están en mi alacena humedeciéndose. Mi hija dice que si no son Zucaritas ella no los come.

Aqui... dijo...

Nunca nadie se ha salvado de la queja parental,a todos alguna vez nos han amenazado con el colegio pupilos.
Pero ellos nos han hecho y nos han criado y por ende tambien amenzaremos a los nuestros con el colegio pupilo y soñaremos con ser libres y ligeros culposamente.

Reina dijo...

Yo fui pupila desde los nueve años - a poco de que mis viejos murieran - hasta los 16 (terminar el secundario). Había vivido en una casa loca hasta entonces y llena de hermanos varones. La escuela fue un remanso, un gineseo mórbido y tibio. Fui feliz ahí.