La última información dice que las mamaderas de plástico son peligrosas. Que por obra del calor liberan bisfenol A, un compuesto que en las ratas produciría alteraciones genéticas capaces de derivar en cáncer.
El bisfenol A se encuentra también en los tupperware, en el interior de latas, y en casi todo lo que a uno se le ocurra que use a diario.
¿Ahora tengo que preocuparme? Lo hecho, hecho está. No se puede llorar sobre la leche derramada.
Es decir, qué bien por las futuras mamás que nunca le darán a sus niños la leche en mamadera de plástico. Yo, desinformada, no hice otra cosa que ofrecerles plástico, y ni siquiera puedo decir que de la mejor calidad. Y además herví esas mamaderas (calor), les coloqué leche tibia (calorcito), las entibié en baño maría (hervor), volví a calentarlas en el microondas (calor con ondas, encima) y las esterilicé en un lindo esterilizador también en el microondas (más ídem). Y no fue siempre una mamadera diferente. Eran las mismas tres o cuatro que se calentaban hervían y volvían a calentar.
Así que si los alteré genéticamente, ya está.
¿Qué puedo hacer, más que lamentarme?
Estos descubrimientos deberían producirse una vez por siglo, digo yo. Así todas las mamás nos enteramos al mismo tiempo.
Porque... ¿acaso tiene más derecho a la salud un bebé nacido mañana y alimentado con mamaderas de vidrio, que el mío que es del siglo pasado? ¿No es eso discriminación?
Y no pasa sólo con las mamaderas.
Yo, de bebé, dormía boca abajo, por ejemplo.
Mi hijo mayor lo hizo de costado.
Y mi hijo menor, boca arriba.
Seguro que si tenés un hijo ahora te dicen que lo mantengas sentado porque se descubrió no sé qué cosa que hace que si lo mantenés erguido parezca de 20 a los 30.
Y allí todas las mamás, a comprar esos almohadones triangulares para mantener a los chicos paraditos, y los diseñadores de Palermo Soho a diseñar
almohadones con dibujitos de ovejas y palabras graciosas.
Es así.
Pasó con el PVC.
¿Quién de los ´60 ó ´70 no tuvo un juguete con PVC? ¡Pecado mortal!
Yo no digo que el PVC no haga mal. Todo lo contrario. ¿Pero cómo lo podía saber nuestra querida madre, que además nos compraba esas cocinitas de hojalata y nos ponía bombachas de plástico?
¿Y si ahora me dicen que los pañales que usé fueron los culpables del malhumor de mi hijo cada vez que tiene que hacer la tarea?
Y miren que yo compré lo mejor que podía comprar. El mejor cuando nació, que tenía esa muesquita tan linda para el ombligo. Luego uno más barato, y en la debacle del 2001... lo que se podía.
¿Y si se descubre que las telas de las camisetas deportivas truchas que se venden en los puestos callejeros producen alteraciones en la fertilidad, y se convertirán el día de mañana en padres de ocho hijos cada uno, y encima me pedirán que los cuide?
¿Cómo puedo saberlo?
Los cuido lo mejor que puedo. Con ese amor de madre que nos caracteriza.
Les dí la teta nueve meses a cada uno. Luego mamadera de plástico y lechita en tetrabick. Les limpiaba la cola con óleo calcáreo en casa y con toallitas húmedas en la calle que tienen una cantidad así de químicos extraños. Al principio hervía los chupetes -de plástico- cada vez que se les caían, pero al final terminé por chuparlos yo y mirar para otro lado (los chicos necesitan llenarse de microbios para desarrollar sus propias defensas). Les tomé siempre la temperatura con termómetro de mercurio porque desconfío de los otros.
Le pregunté al carpintero que hizo la cuna si la pintura era atóxica, pero no le pedí pruebas. Les dí de comer comidas que vienen en frasquitos de vidrio que calenté con las malditas ondas del microondas, mientras a su lado hablaba por el celular, enviándoles más ondas dañinas.
Sí, hice todo eso.
Los chicos crecieron. Ahora toman el jugo dietético y sintético en vasos de plástico, y recaliento las sobras en un tupper en el microondas, y les dejo elegir el shampoo por el perfume en vez de por la calidad. Y se ponen lo que quieren. Y se desabrigan en invierno. Y se comen las puntas de los lápices. Y las uñas. Y juntan piojos que estudiamos bajo una lupa. Y hacen experimentos extraños. Y ya no sé de qué están hechos sus juguetes.
Pero sobrevivieron. Eso parece.
¡Y ahora vengo a enterarme que, como siempre, todo lo hice mal!
6 comentarios:
Buenisimo este post!!! y tan identificada... asi que yo he optado por hacerle caso a mi instinto y buen corazon y ya veremos despues como solucionamos lo de los tupper y las ondas, finalmente a la larga hoy en dia casi TODO da cancer, las preocupaciones, el estres,etc etc y como bien dices : aqui estamos!
Odio estas putas teorias que lo único que logran es hacerte sentir un perra como madre!
Pero siempre va a pasar siempre!
O sea nos relajamos porque si vamos detras de todas estas cosas que salen publicadas y todo lo que van modificando todos los días es para matarse.
Yo por eso ya dejo de leer de mas, lo justo y necesario y despues el instinto! Para eso lo adquiri no?
Vero!
Muy bueno!!!
Y si, la culpa es solo nuestra.... que lo parió! jajajaa!
Saluditos patagónicos!!!
YO cometí el pecado contrario, al menos los primeros dias de la vida de mi hija; nadie podía tocarla sin haberse lavando antes las manos, yo hervía cada chupón y cada juguete. El exceso de cuidados hace mas daño, creo.
Cuando nacieron mis hijas acostarlas boca arriba era casi condenarlas a ahogarse... en fin, más allá de las mamaderas y de la confirmación que el mejor criterio para criar a un hijo es seguir el sentido común, siempre es un placer leerte.
Yo opté por no darle bola al tema mamderas. Ya las usó un año y medio... bue, no hay nada que pueda hacer ahora :P
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