Mis padres vinieron a vivir a Morelia hace casi treinta años, estuvieron un tiempo en casa de mi abuela paterna la cual no conocí y después se fueron a su casa que era apenas un terreno con dos cuartitos y un baño. Ahí nací. En esa casa he estado toda mi vida, incluso un tiempo después de casarme y un tiempo despues de separarme.
Vivir en la misma ciudad, y más aún, en la misma casa tanto tiempo provoca cierta sensación de repetición, de circularidad; una especie de deja vu. La casa también fue la primera que mi hija habitó, usó ropa que era mía cuando apenas pesaba 7 kilos, a veces come en la misma cocina donde yo comí durante mi infancia y juventud, juega con un par de muñecas que alguna vez fueron mías. Incluso asiste a la misma escuela donde yo asisití, la maestra no es la misma pero se llama Martha, igual que mi maestra de preescolar. Solo le pido a Dios que mi hija no se descalabre en la banquita roja del patio y que su primer serenata no sea a los 5 años.
La mayoría de las cosas son distintas: mi hija usa perfectamente el microondas, en mis tiempos ni siquiera existía; mi padre tiene una colección de carritos a escala a los que yo tenía terminantemente prohibido acercarme a menos de medio metro, mi hija los usa a su antojo; yo desde los dos años digo groserías, mi hija habla de una forma exquisitamente correcta y goza de un amplio vocabulario. La lista sería interminable, definitivamente las cosas ya no son como antes.
Aún con las diferencias, mi hija me ha traído a manera de flashback los mejores recuerdos de mi infancia porque algunos episodios son similares a los que hubo en mi vida hace 2o años, incluso he llegado a recordar lo que sentía en ese enotnces, el cómo veía el mundo, mis dudas. Es como ver el remake de una película, como Pinocho 2000. Vuelvo a vivir mi niñez, sólo que ahora no me lleva mi madre de la mano, me lleva mi Ángela.
2 comentarios:
ay que bello pasar de la vida, no?
sí, con los hijos es como te das cuenta que el tiempo está pasando y no de en balde
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