Cada vez que me da el ataque del tercero, como lo llamo, mi santa madre me sugiere que me compre un perro, más cariñoso y mejor compañía. El ataque del tercero aparece en general cuando una amiga tiene un bebé, y con mayor fuerza si lo sostengo. No pasa lo mismo con los deambuladores, por ejemplo, que me hinchan las bolas, y a quienes jamás sonrío para que no me crean amigable.
Bien, en momentos en que los míos de 8 y casi 6 están experimentando alguna transformación psicótica, y de verdad están insoportables, y porque a pesar de que mi mente a veces fantasea con el tercero mis entrañas me dicen que no, he adoptado otros dos.
Con la excusa de que, espero, ayuden a los biológicos míos a calmarse un poco y entender la palabra responsabilidad. También porque me encantan y mi mamá nunca me lo había permitido. Así que ya está. Están en casa. ¡Y son tan hermosos! Tienen cinco semanas de vida y son dulces, increíblemente simpáticos, inquietos, inteligentes, vivaces. Uno muerde un poco.
No son perros. A los perros hay que sacarlos a pasear llueva o truene. Mucho trabajo y mucho dinero.
No son gatos. Soy alérgica. A los cinco minutos me empieza a picar la cara. A los diez me pongo afónica. Luego empiezo a toser y estornudar y hay que tener el decadrón a mano por las dudas.
Lito se ha dormido y parece un ángel, todo blanco. Toti está aún jugando, es siamés. Los veo a ellos y me digo que así tendrían que vivir y ser mis niños. Todo el día en una jaula de vidrio, con comida y agua a gusto, un baño y una ruedita. No joden. No llaman. No dicen comprame. No tienen olor. No van al médico. No se vacunan. No se quejan de las condiciones existentes. Se pelean poco, justamente porque son hermanos. Yo los levanto y los acaricio. Me preocupo por su alimentación y limpieza de su entorno. A la hora de limpiar su jaula, los paso a una caja de cartón y no dicen nada. No miran TV. No usan ropa ni se ponen tres semanas seguidas esa remera de los Simpson. No insultan. Duermen cuando lo necesitan y juegan cuando quieran. No vienen a decirme que están aburridos.
Son jerbos. Están en casa.
5 comentarios:
Vero, si nuestros hijos serian asi te juro que nosotras no existiriamos como madres!
A mi me gustaria el tercero, pero no se puede. Entonces mi hermana me regalo un perro (labrador) que ahora tiene siete meses y el muy turro vale por diez pibes juntos. O sea te envidio por tus nuevos niños.
Hola, soy Pancho.
Me pregunto: qué gracia tienen? Digo... no joden, no son demandantes, no hacen desboles en la casa, como que le quitan la emoción a la vida ;)
Voy a tener que buscar en internet qué es un jerbo. No sé si en España hay de esos, quizás les llamemos de otra manera.
Yo no tengo hijos, pero desués de la experiencia con el gato, no me puedo imaginar cuidando de un bebé que encima dependa de mí las 24 horas al día. Si no se le puede dar de comer y olvidarse de él, no lo quiero.
yo miro a mis dos gatos y no concibo cómo es que alguna vez querré cambiarlos por unos que además hablen y no dejen dormir. pero seguramente pasará...
Hola gente: los jerbos son parecidos a los ratones, pero mucho más simpáticos. En realidad no son míos sino de mis hijos, y fue lo único que consiguieron luego de pedir un perro a lo largo de sus cortas vidas. Son preciosos, los sacamos de la jaula, les damos de comer, los cuidamos, los acariciamos, así que me parece que cumplen bien su papel de mascota. La parte de limpiar la jaula, por supuesto, me toca a mí.
Ruth: tus palabras son muy sabias, y admiro tu sabiduría. Estoy pensando en tener más jerbos :-)
Pequeña: pensá muy bien antes de dedicir criar humanos. No se lavan solos como los gatos, y ni siquiera hacen sus necesidades siempre en el mismo lugar.
Cyn: amo a hijos más que a nada en el mundo pero... ¡cómo me encanta descansar de ellos!
Cariños a todos
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